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Ariadna llegó a casa justo a la hora de la cena. Se sentía cansada, un poco agobiada, pero al menos tranquila después de haber hablado con su madre.

Al entrar en el salón, encontró a Maximiliano sentado en uno de los sofás, hojeando algo en su teléfono. Levantó la mirada en cuanto la vio.

—Vamos a cenar —le avisó con naturalidad.

Ariadna se detuvo a unos metros, se quitó la chaqueta y la dejó sobre una silla.

—Quiero tomar una ducha primero.

—Está bien, te espero en la mesa.

Ella asintió y subió las escaleras, frotándose la sien con los dedos. Sentía el cuerpo pesado y el agua caliente le vendría bien.

Al llegar a su habitación, abrió la puerta del armario para buscar ropa limpia, pero algo no estaba bien.

Estaba vacío.

Ariadna frunció el ceño. Miró de un lado a otro, como si sus cosas pudieran aparecer de repente.

¿Qué demonios…?

Antes de que pudiera procesarlo del todo, escuchó un golpe en la puerta.

—Voy a pasar.

Era la voz de Maximiliano.

La puerta se abrió y él entr
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