Ella no recuerda nada de su vida, todo lo que sabe es que es la prometida de un magnate italiano que la trata como si fuera una reina, sin embargo, no se siente en casa. Deberá contraer matrimonio con un hombre del que poco sabe para mantenerse a salvo.
Leer másA primeras horas del día, Bethany había ido a su empresa de bienes raíces como la atenta jefa que creía ser. Sin embargo, no tardó mucho tiempo en sentirse fuera de su elemento. No entendía la mayoría de las cosas que sucedían allí, y el sentimiento de lejanía volvía a albergarla. Así que dejó encargada a Lorient y se marchó de regreso a su casa, dispuesta a encontrar su verdadera pasión porque los bienes raíces desde luego que no lo eran. Quizás se dedicó a ellos porque resulta ser un negocio rentable, que genera mucho dinero o tal vez, fue presionada a hacerse con una carrera para tomar las riendas de su vida adulta, como fuere, no funcionaba más.Ya en casa, se dedicó a preparar una receta de donas horneadas que vio en un programa de televisión. Una de las cocineras acudió como su mano derecha, pues Bethany no tenía la menor idea de cómo funcionaban las cosas en su casa, ni siquiera sabía en qué cajón se guardaban los cubiertos. Lo que le pareció una vergüenza.-¿Y cómo van con los
La mansión Tonali estaba revestida de elegancia y formalidad en cada uno de sus rincones. Incluso el personal de servicio vestía con un coqueto uniforme negro con detalles verdes que no acostumbraba a usar en su día a día. Todo debía lucir bien para la gran velada.Bethany estaba en el cuarto de baño, terminando con su peinado. Vestía un flameante vestido rojo que le caía a la altura de sus tobillos y calzaba unas zapatillas de tacón alto, de color negro con rojo. De un estuche extrajo un collar de perlas y se intrigó al no ver los aretes a juego. Tras ponerse el accesorio, salió de la estancia a la habitación principal.-Querido ¿Has visto mis aretes de perlas? -Preguntó Bethany, hincandose para revisar en los cajones de la mesita auxiliar sin hallarlos allí tampoco. Viró la cabeza para ver a su prometido que, sentado en el borde inferior de la cama, parecía abstraído. Y así estaba. Aquella velada podía resultar mal de mil formas, especialmente para su amada.El cuerpo de su mujer r
Bethany estaba sentada en la tapa cerrada del toilette, sosteniendo una prueba de embarazo mientras que, con decepción en sus ojos, veía el negativo marcado. Suspiró y se levantó para luego salir del cuarto de baño. Ciro esperaba afuera, sentado en el bordillo de la cama sintiéndose la persona más miserable del mundo por fundar en una maravillosa mujer la posibilidad de convertirla en madre.-Salió negativo. –Dijo Bethany como si fuese a forjar en Ciro una sorpresa. El italiano, carente de valor, fingió entristecerse tanto como lo estaba ella. -¿Fue así de difícil la primera vez?-No que yo lo recuerde. –Dijo Ciro levantándose y tomando de los hombros a su prometida, reconfortándola. –No lo buscamos, tal vez sea por eso. Se besaron. Bethany, entre los fornidos brazos de su hombre, recostó la cabeza en su hombro rodeándole en un abrazo. Ciro le acarició la espalda, haciendo pequeños círculos. Maldiciendo para sus adentro el día que se conocieron. Era una increíble mujer que
Ciro se dirigía al centro de Florencia a un lujoso restaurante ruso, perteneciente a Esrá Voslov, líder de un cartel ruso con quien tenía pautada una importante reunión. Acudiría contradiciendo sus deseos, pues preferiría quedarse en casa con su prometida. Ya la notaba en mejor ánimo, sin embargo, no era ingenuo, sabía que lo que la había avivado era sus ansias por tener un hijo. Debía reconocer que era un instinto que corría por sus venas. Su maternidad no había sido un descuido, siempre estuvo planificada. Suspiró pesarozo. En cuanto los intentos por embarazarse resulten inútiles, volvería a su estado depresivo.Bethany era una pieza que no encajaba en su puzle, en su vida. Pero cómo podía dejarla ir siendo ella su otra mitad. Estaría incompleto, deshecho. Además, su hermano era un cazador a la espera de ver a su gacela correr libre en el prado para morder su cuello. Aunque Bethany lo desconocía, su vida dependía de Ciro y del loco amor que sentía hacia ella.Llegó al estacionamiento
El sueño de Ciro había sido tan placentero que en ningún momento de la madrugada notó la ausencia de su prometida, tampoco advirtió la visita de su hermano. Todo le fue notificado a horas del desayuno con su amada comiendo a su lado. Reservándose los detalles más ásperos para ella misma.-No tenías por qué hacerlo. Mi hermano es un problema con el que yo debería lidiar, no tú. - Dijo avergonzado. Entretanto una de las empleadas les servía el desayuno. Ciro quería ser perfecto; se afanaba por serlo, pero detalles así le restaban puntos.-Por favor, no me costaba nada. Y ya que yo no podía dormir. -Ciro la compadeció. El viaje a Estados Unidos seguía causando estragos en ella: insomnio, poco apetito... Eran síntomas propios de la depresión. Debía solucionarlo antes de que en verdad caiga en un estado anímico severo.Fueron interrumpidos por la inoportuna, y para Bethany, despreciable, aparición de Brahim quien no esperó una invitación para acompañarlos a la mesa. Una de las empleadas s
Durante horas, Bethany lloró acurrucada entre los brazos de su futuro esposo quién se lamentaba por no haberse opuesto con firmeza a su idea de querer ir a Estados Unidos. Un viaje que resultó contraproducente, pues había llegado deshecha en la melancolía por ser incapaz de recordar su casa. Ni siquiera la señorita Halston revivió en sus memorias.Cuando la noche cayó, la mujer volvía a compartir el lecho con su prometido. Envuelta en las mismas sábanas que él. Ciro la había abrazado y consolado todo cuanto necesitó, abstenido a los reproches. Él era lo más, si no lo único real que tenía en su vida, y sería perfecto si no fuese un hombre de misterios que le ocultaba cientos de secretos. Con sus ojos rojos e hinchados de tanto llanto, veía la sortija en su dedo, sin encontrarle otro significado que el de un accesorio. No era un símbolo de amor ni nada que se le asemejase. Tal vez su madre tenía razón y la decisión de casarse fue precipitada.El celular móvil de Ciro timbró sobre la mes
La media noche en Washington DC era más refrescante que en Italia, incluso era azotada por una fría brisa de viento. Bethany estaba acostada en su cama, lúcida por completo. Al borde de las lágrimas. Hasta ahora, su viaje había resultado infructuoso, siendo tan solo la comida norteamericana lo que más añoranza le producía. En su casa no se sentía diferente a como se sentía en casa de Ciro. Ahí también era una invitada. La academia, en lugar de recuperar detalles de su memoria, confundió los que ya había tenido.Se levantó de su cama y se aproximó a una de sus maletas en donde extrajo su diario personal. Buscó la primera página en blanco y, bolígrafo en mano, empezó a escribir nuevas recopilaciones."Soy Bethany Carter, una desconocida en mi propia vida. No me apasiona mi trabajo, y no conozco a las personas que dicen quererme. Mi futuro esposo es un italiano, abogado y empresario. Tierno por demás, cuyo hermano me resulta poco agradable, a pesar de haber sido mi amante.Mi prometido ya
Al día siguiente, con el sol ya calentando las calles. Bethany salió de su casa en compañía de su padre quien se ofreció a llevarla a la academia Washington DC. No quedaba lejos de su casa, por lo que marcharon a pie tranquilamente, en un vecindario en apariencia agradable.-¿Mamá no tenía turno hoy en el hospital? -Preguntó. Caitlin se había quedado en casa, ordenando un poco luego de levantarse muy tarde.-Pidió algunos días libres para poder pasar contigo el mayor tiempo posible. -Aclaró Red.Caminaban sin prisa que los corriera. Su papá, muy atento, le señalaba, lugares que solía frecuentar como un local de alquiler de computadoras en el que pasaba largas horas. O una tienda de dulces en la que compraba cada día, después de la escuela. Bethany no lo recordaba, pero podía imaginárselo.De las personas le habló poco. Le mencionó que, durante sus días de adolescencia, no era muy sociable. Sus amistades más allegadas se contaban con los dedos de una mano, y ninguna rondaba en la ciuda
El avión arribó en el aeropuerto de la capital norteamericana con el ocaso formándose. Pisar suelo Americano dio a Bethany un respiro. Italia, aunque hermosa y sublime, no dejaba de sentirse tierras extrañas. Mientras que el pequeño e insignificante trozo de Estados Unidos que apenas llevaba recorrido (el aeropuerto) forjaba en ella un anhelo de añoranza. De forma ingenua, se creó una inocente ilusión de que su casa, o la de sus padres, reforzarían ese sentir.Encontró a sus padres con mucha facilidad entre la multitud y se fundió en un caluroso abrazo. Salieron del aeropuerto con Red llevando servicial las maletas de su hija. Para luego ofrecerle el asiento de copiloto. El de conductor parecía estar aferrado a Caitlin que ni siquiera se permitió debatirlo.El trayecto a casa no le parecía familiar a Bethany quien no perdía detalle de nada. Sus padres vivían en una pintoresca urbanización, de un costoso estimado. En una casa de una única planta, pero amplía.-¿Es aquí donde crecí?-Sí