Con doscientos mil euros en el bolsillo, Michael había vivido los últimos meses como una celebridad: viajando, yendo y viniendo a fiesta, bebiendo alcohol por montones y consumiendo otras sustancias, a todo esto le sumaba la agradable compañía femenina de algunas mujeres que a cambio de dinero hacían lo que fuera. Pero no era tonto, sabía que a la sombra de su regodeo acechaban las consecuencias. Había vendido información valiosa a la mafia italiana habiendo una agente del FBI en peligro. Por eso no se sorprendió cuando vio una patrulla del BND (Servicio Federal de Inteligencia en Alemán) aparcando a las afueras del hotel cinco estrellas en el que se alojaba por más siete días.
Profirió una maldición y se apresuró a guardar en un pequeño bolso de gimnasio un par de fajos de billetes
Cerca de las nueve de la noche Michael, esposado y custodiado como si se tratara de un alto líder de algún carter sudamericano, regresaba a su país oriundo, Estados Unidos. La brisa otoñal que soplaba arrastrando con ella el olor a hot dog, hamburguesas y tacos, el acento inglés resonando en cada esquina y sus delirantes personas que caminaban en las calles hablándole a la nada, le daban la bienvenida a una tierra a la que nunca pensó regresar. En un convoy de S.W.A.T fue trasladado desde el helipuerto hasta la sede central de operaciones. Una vez allí, oficiales de rango inferior lo procesaron, le ofrecieron un abrigo más cómodo y le dieron de comer. Michael no se mostró renuente a ningún trato, y cuando tuvo que ser copertivo, lo fue. Sin embargo, no ignoró la omisión de la lectura de sus
Eran las dos con trece minutos en Italia. Los desvelos de Ciro ya se habían convertido en costumbre, asimismo, su gusto por el licor. Estaba en la bodega de su casa bebiendo del anís siciliano cuyo sabor amargo llegaba acompañado de recuerdos igualmente amargos que revivían el momento en el que su propio hermano, sangre de su sangre, le manifestaba que había embarazó a su esposa, la mujer de su vida. Si se embriagaba no era para olvidar, nunca entendió a las personas que bebían para olvidar sus penas, él las mantenía frescas en su mente, lo hacía para poder conciliar el sueño. Utilizaba el licor como sustancia soporífera. El silencio de su soledad fue rasgado por el timbre de llamadas de su celular. Tomó el aparato con su manos libre, sin soltar la copa de anís, ojeó el identificador notando una llam
Anne se encontró de frente a una zona boscosa de más de catorce mil doscientas hectáreas, ya las había recorrido por propio pie, aunque esta vez era diferente, porque tenía a un par de hermanos criminales siguiéndola. No podía recorrer la vía principal, el único camino desprovisto de maleza y hojarasca, por donde se desplazaban los vehículos, sería demasiado obvia. Avanzó por el surco derecho, despejando su camino de ramas y hojas, mirando con atención el suelo para saltar charcos o piedras con las que pudiera tropezar. No estaba segura si entre la maleza se escondían víboras o arañas, no tenía margen para pensar en ello, el verdadero peligro eran los hermanos Tonali. Su corazón salto dentro de su pecho cuando se percató de unos resonantes pasos que seguían los de el
La inmensidad del bosque quedaba reducida a los pies de Ciro, lo conocía como la palma de su mano, y no era para exagerar. Él había crecido allí, había jugado numerosas veces a las escondidas con Brahim, también lo había caminado con su padre buscando fauna que cazar. Nunca habría imaginado que en un futuro cazaría a su esposa. Fue cuando entendió que él no era dueño de su destino, lo que más miedo le causaba.-¿A dónde me llevas? –preguntó Anne calmando el llanto por fin. Caminaba por delante de Ciro, sujetada por una de sus manos que se aferraban a su delgado cuello, mientras que en la mano libre sujetaba el arma en la zona de su espalda baja.-Brahim nos está esperando. –fue todo lo que dijo. Sentía su corazón estrujándose, oponiéndose a
Una vez más, Bethany se despertaba en una ínsipda y fría cama de hospital, pero esta vez no era en Florencia, y tampoco se llamaba Bethany, sino Anne. En cuanto arribó a tierras norteamericanas sintió un inmenso alivio, por fin dejaría de pelear por su vida. Fue trasladada a un hospital que ofrecía servicios exclusivos a agentes de la ley, veteranos y sus familiares. La sometieron a diferentes pruebas, desde sanguíneas hasta un estudio psicológico. Finalmente estaba sola, tumbada sobre su espalda mirando a través de la ventana una luna que estaba a un par de noches en llenarse, era igual de bonita que en Italia. Pensaba en Brahim, si había llegado a tiempo a un hospital o se habría muerto en el helicóptero. Y pensaba también en Ciro, en esa última promesa que le había hecho. No quería obsesionarse, pero era casi imposible. Si algo había aprendido de Ciro Tona
Cuando hubieron sucedido poco más de cuatro meses, Bethany Carter despertó del coma en una insípida y fría cama de hospital en la glamorosa ciudad de Florencia, en Italia. Sin el menor recuerdo de quién era, amnesia retrógrada fue su diagnóstico. El doctor Vitto, un hombre que a pesar de su avanzada edad, no sucumbía a los deterioros de la vejez, paseaba una suave luz por sus ojos, terminando con la revisión rutinaria. -Muy bien señorita Carter. Todo parece estar en orden, pero eso es algo que solo usted podría confirmarme. Dígame ¿algún mal la apercibido recientemente? -Preguntó el doctor.-No, en lo absoluto. -Respondió Bethany, sentada en la cama, vistiendo una bata de hospital. Era una mujer de tez pálida y cabello rojizo con un corte que le caía un poco más abajo de los hombros. -Perfecto. -Exclamó Vitto con simpatía, de pie en una esquina. -El señor Tonali se encuentra a esperas de poder verla ¿Desea que le permita el ingreso? -Inquirió. Bethany retorció la sábana, nerviosa. E
A mitad de la madrugada, Bethany se removía y pataleaba en la cama, por respeto, Ciro le dejó la habitación principal para ella sola, mientras que él se cambió a una de huéspedes. La mujer era atacada por lo que parecían ser pesadillas. Un par de orbes negros que la miraban en una solemne oscuridad y unas manos que apretaban su delgado cuello. Ella forcejeaba por querer sobrevivir, aunque despacio iba perdiendo la consciencia. Finalmente, despertó sobresaltada cuando en sus pesadillas cayó al suelo. Se sentó con la respiración agitada, mirando a sus alrededores. Encendió la lámpara sobre la mesita auxiliar reconociendo la habitación en que se hallaba. Su memoria seguía siendo ineficaz, y era perturbador. Pisó el suelo, descalza y se aproximó a la puerta, la abrió y asomó la cabeza; todo parecía estar en orden: había silencio y oscuridad, normal considerando las altas horas de la noche. Regresó al interior de la habitación y cerró la puerta con seguro, también la del balcón. Volvió a
La cama de Bethany era una marea de vestidos de todos los colores y formas, no conseguía uno que se amoldara a la ocasión. El vestido de tafetán color ciruela, de tirantes y corte superior a la rodilla le parecía ordinario. Hizo un pequeño berrinche y se dispuso a quitarse el décimo vestido, cuando bajó el escote volvió a notar la cicatriz en su abdomen. La inquietud que tenía por darle una explicación era tan arraigada que su memoria le combinó vagos recuerdos de un bebé: lo sostenía en sus brazos y en otras oportunidades lo dormía en una cuna. Bethany se preguntaba si en realidad eran recuerdos o si su mente le estaba jugando sucio y solo le daba lo que quería. Se apuntó aclararlo con el doctor Vitto en la siguiente consulta de revisión. Vestida solo en bragas, se metió al guardarropa y se dio su tiempo para seleccionar un vestido de los enésimos que habían, uno más encantador que el anterior. Le parecía alucinante cómo no podía escoger uno siendo todos elegantes. -¿Bethany? -Esc