Una segunda ecografía reveló un sano desarrollo del feto, en armonía con la madre quien había seguido al pie de la letra las indicaciones del doctor Lamberti. El embarazo ya empezaba a ser un reflejo exterior, su plano abdomen iba creciendo formando una pequeña, aunque notoria barriga.
Salieron del consultorio (dicho mejor, la casa de Lamberti). Anne llevaba una inconcebible sensación. Un segundo vistazo a su hijo la dejó extrañamente conmovida. No sabría decir si fue así la primera vez, con su primogénita o si era una nueva sensación, como fuere no estaba bien, la situación en la que estaba encrucijada no le permitía pensar en ositos dormilones ni en paletas de colores. Por mucho que le doliera, el destino de ese niño seguía en duda.
-Oye Anne… -dijo repentinamente Brahim qued
Partieron de la mansión a bordo del ya conocido Mustang con destino a Florencia. La ciudad era invadida por las luces artificiales de carteles publicitarios, farolas y comercios robándole el protagonismo a la luna que brillaba en su máximo esplendor. Anne la veía a través del cristal de la ventanilla, siguiéndola como si buscara protegerla del hombre que iba manejando a su lado. Ciro no había pronunciado una sola palabra desde que salieron de la mansión. Ni siquiera cuando la vio de regreso luciendo el vestido que él mismo había escogido para ella. Solo se había asegurado de que llevara puesto el anillo de boda en el dedo correcto.-¿A dónde vamos? –preguntó Anne asfixiándose en el silencio. Fue ignorada. Ciro hizo caso omiso a su pregunta, como si no hubiera dicho nada. El recorrido se hab&iac
Con doscientos mil euros en el bolsillo, Michael había vivido los últimos meses como una celebridad: viajando, yendo y viniendo a fiesta, bebiendo alcohol por montones y consumiendo otras sustancias, a todo esto le sumaba la agradable compañía femenina de algunas mujeres que a cambio de dinero hacían lo que fuera. Pero no era tonto, sabía que a la sombra de su regodeo acechaban las consecuencias. Había vendido información valiosa a la mafia italiana habiendo una agente del FBI en peligro. Por eso no se sorprendió cuando vio una patrulla del BND (Servicio Federal de Inteligencia en Alemán) aparcando a las afueras del hotel cinco estrellas en el que se alojaba por más siete días. Profirió una maldición y se apresuró a guardar en un pequeño bolso de gimnasio un par de fajos de billetes
Cerca de las nueve de la noche Michael, esposado y custodiado como si se tratara de un alto líder de algún carter sudamericano, regresaba a su país oriundo, Estados Unidos. La brisa otoñal que soplaba arrastrando con ella el olor a hot dog, hamburguesas y tacos, el acento inglés resonando en cada esquina y sus delirantes personas que caminaban en las calles hablándole a la nada, le daban la bienvenida a una tierra a la que nunca pensó regresar. En un convoy de S.W.A.T fue trasladado desde el helipuerto hasta la sede central de operaciones. Una vez allí, oficiales de rango inferior lo procesaron, le ofrecieron un abrigo más cómodo y le dieron de comer. Michael no se mostró renuente a ningún trato, y cuando tuvo que ser copertivo, lo fue. Sin embargo, no ignoró la omisión de la lectura de sus
Eran las dos con trece minutos en Italia. Los desvelos de Ciro ya se habían convertido en costumbre, asimismo, su gusto por el licor. Estaba en la bodega de su casa bebiendo del anís siciliano cuyo sabor amargo llegaba acompañado de recuerdos igualmente amargos que revivían el momento en el que su propio hermano, sangre de su sangre, le manifestaba que había embarazó a su esposa, la mujer de su vida. Si se embriagaba no era para olvidar, nunca entendió a las personas que bebían para olvidar sus penas, él las mantenía frescas en su mente, lo hacía para poder conciliar el sueño. Utilizaba el licor como sustancia soporífera. El silencio de su soledad fue rasgado por el timbre de llamadas de su celular. Tomó el aparato con su manos libre, sin soltar la copa de anís, ojeó el identificador notando una llam
Anne se encontró de frente a una zona boscosa de más de catorce mil doscientas hectáreas, ya las había recorrido por propio pie, aunque esta vez era diferente, porque tenía a un par de hermanos criminales siguiéndola. No podía recorrer la vía principal, el único camino desprovisto de maleza y hojarasca, por donde se desplazaban los vehículos, sería demasiado obvia. Avanzó por el surco derecho, despejando su camino de ramas y hojas, mirando con atención el suelo para saltar charcos o piedras con las que pudiera tropezar. No estaba segura si entre la maleza se escondían víboras o arañas, no tenía margen para pensar en ello, el verdadero peligro eran los hermanos Tonali. Su corazón salto dentro de su pecho cuando se percató de unos resonantes pasos que seguían los de el
La inmensidad del bosque quedaba reducida a los pies de Ciro, lo conocía como la palma de su mano, y no era para exagerar. Él había crecido allí, había jugado numerosas veces a las escondidas con Brahim, también lo había caminado con su padre buscando fauna que cazar. Nunca habría imaginado que en un futuro cazaría a su esposa. Fue cuando entendió que él no era dueño de su destino, lo que más miedo le causaba.-¿A dónde me llevas? –preguntó Anne calmando el llanto por fin. Caminaba por delante de Ciro, sujetada por una de sus manos que se aferraban a su delgado cuello, mientras que en la mano libre sujetaba el arma en la zona de su espalda baja.-Brahim nos está esperando. –fue todo lo que dijo. Sentía su corazón estrujándose, oponiéndose a
Una vez más, Bethany se despertaba en una ínsipda y fría cama de hospital, pero esta vez no era en Florencia, y tampoco se llamaba Bethany, sino Anne. En cuanto arribó a tierras norteamericanas sintió un inmenso alivio, por fin dejaría de pelear por su vida. Fue trasladada a un hospital que ofrecía servicios exclusivos a agentes de la ley, veteranos y sus familiares. La sometieron a diferentes pruebas, desde sanguíneas hasta un estudio psicológico. Finalmente estaba sola, tumbada sobre su espalda mirando a través de la ventana una luna que estaba a un par de noches en llenarse, era igual de bonita que en Italia. Pensaba en Brahim, si había llegado a tiempo a un hospital o se habría muerto en el helicóptero. Y pensaba también en Ciro, en esa última promesa que le había hecho. No quería obsesionarse, pero era casi imposible. Si algo había aprendido de Ciro Tona
Cuando hubieron sucedido poco más de cuatro meses, Bethany Carter despertó del coma en una insípida y fría cama de hospital en la glamorosa ciudad de Florencia, en Italia. Sin el menor recuerdo de quién era, amnesia retrógrada fue su diagnóstico. El doctor Vitto, un hombre que a pesar de su avanzada edad, no sucumbía a los deterioros de la vejez, paseaba una suave luz por sus ojos, terminando con la revisión rutinaria. -Muy bien señorita Carter. Todo parece estar en orden, pero eso es algo que solo usted podría confirmarme. Dígame ¿algún mal la apercibido recientemente? -Preguntó el doctor.-No, en lo absoluto. -Respondió Bethany, sentada en la cama, vistiendo una bata de hospital. Era una mujer de tez pálida y cabello rojizo con un corte que le caía un poco más abajo de los hombros. -Perfecto. -Exclamó Vitto con simpatía, de pie en una esquina. -El señor Tonali se encuentra a esperas de poder verla ¿Desea que le permita el ingreso? -Inquirió. Bethany retorció la sábana, nerviosa. E