A mitad de la madrugada, Bethany se removía y pataleaba en la cama, por respeto, Ciro le dejó la habitación principal para ella sola, mientras que él se cambió a una de huéspedes. La mujer era atacada por lo que parecían ser pesadillas. Un par de orbes negros que la miraban en una solemne oscuridad y unas manos que apretaban su delgado cuello. Ella forcejeaba por querer sobrevivir, aunque despacio iba perdiendo la consciencia. Finalmente, despertó sobresaltada cuando en sus pesadillas cayó al suelo.
Se sentó con la respiración agitada, mirando a sus alrededores. Encendió la lámpara sobre la mesita auxiliar reconociendo la habitación en que se hallaba. Su memoria seguía siendo ineficaz, y era perturbador. Pisó el suelo, descalza y se aproximó a la puerta, la abrió y asomó la cabeza; todo parecía estar en orden: había silencio y oscuridad, normal considerando las altas horas de la noche. Regresó al interior de la habitación y cerró la puerta con seguro, también la del balcón. Volvió a la cama y concilió el sueño con más tranquilidad. Al llegar el amanecer los rayos del sol acariciaron su rostro avisando que ya era tiempo de levantarse. Se metió a la ducha y no tuvo prisa por salir. Deslizaba el jabón lentamente por todo su cuerpo impregnando su piel con su exquisita fragancia floral, al llegar a la zona abdominal no pudo ignorar una cicatriz de corte transversal que casi llegaba de extremo a extremo. El doctor Vitto le había dicho que las intervenciones quirúrgicas se habían realizado tan solo en su cráneo, y el resto de su cuerpo fue sanado con puntos y vendajes, además no parecía ser reciente. Sacudió la cabeza para despejar malas ideas, y siguió duchándose sin darle más relevancia. Al salir, revisó en el guardarropa y escudriñó entre prendas masculinas hasta encontrar las que se suponían eran de ella. Se decantó por unos jeans ceñidos a los tobillos color azul rey y una blusa de tirantes blanca y dejó que sus mechones rojizos se contonearan con el viento a fin que se secaran. Bajó las escaleras de marfil sin tocar la barandilla de cristal que a su opinión se veía muy frágil. -Señorita Carter. -La solicitó una mujer perteneciente al servicio doméstico. Cuando hubo conseguido su atención, continuó: -Acompáñeme, por favor. El señor Tonali aguarda por usted. -Y la guió por la casona al jardín trasero que contaba con piscina y jacuzzi, vio a Ciro sentado en una silla de madera, frente a una pequeña mesa a juego, leyendo el periódico y degustando de un café. La saludó con una radiante sonrisa que a Bethany la llenó de vergüenza impulsándola a inclinar la cabeza. -Buenos días, Mio caro. -Dijo Ciro, viéndola sentarse frente a él. -Hola. -Abrevió Bethany, esquiva con la mirada. Su prometido podía notar su timidez justificada, seguía siendo un desconocido para ella. Un empleado vestido de camarero, les llevó un plato de gofre a cada uno y una limonada fría para contrarrestar el calor. -Bon apettit. -Deseó Ciro empezando a trocear su comida. -Desayuno al aire libre. ¿Es lo que acostumbramos hacer? -Dijo Bethany, emulándolo. Ciro negó con la cabeza en lo que terminaba de masticar. -Puedo prometerte que esto también es nuevo para mí. -Dijo después de tragar. -Nosotros no solíamos compartir muchas comidas juntos. Reconozco que es mi culpa. Me entrego mucho al trabajo dejando a un lado lo que de verdad me importa. -Eres un hombre dedicado a tu profesión. -Dedujo Bethany, haciéndose una idea de con quién estaba comprometida. -El crimen no descansa, la justicia tampoco. -Espetó Ciro llevándose otro bocado a la boca. No lo terminó de tragar cuando añadió: -Pero me prometí cambiar eso si llegabas a recuperarte. Ahora dedicaré más tiempo a nosotros y menos a los criminales. Mientras lo oía, Bethany detallaba el anillo que figuraba en su dedo anular izquierdo. Una argolla de oro blanco bordeado de diamantes. -¿Es la argolla de nuestro compromiso? -Espetó en un bajo tono de voz. El hombre miró fugazmente el accesorio en su dedo. -Sí. -¿Dónde está la mía? -Ciro se detuvo a mirarla. -No lo sé. No lo llevabas puesto el día de tu accidente. -Respondió distorsionando la seguridad de su voz y frunciendo el entrecejo como si tuviera alguna sospecha. Bethany se removió incómoda ante su acusadora mirada. Ciro se obligó a calmarse, y con un talante menos rígido, dijo: -Tal vez los paramédicos se hayan quedado con ella. Su precio se acercaba a los doce millones de Euros. No te preocupes, encargaré una igual a la que tenías. Terminaron el desayuno y fueron consentidos con un postrecito helado que las cocineras prepararon en plan sorpresa. Las elevadas temperaturas consumían el helado más rápido de lo que Ciro y Bethany podían saborearlo, en un rato tendrían que acabarlo sin cuchara y a sorbos. -¿Cuánto tiempo tenemos juntos? -Nos conocimos hace diez años en el vestíbulo de un hotel en Roma. Yo estaba sentado en la barra de servicio y tú te acercaste de pronto, y me invitaste un trago. Tres años después decidimos cambiar la amistad por una relación, y hace seis meses nos comprometimos. -Explicó Ciro paciente. Había mucho más que contar. Durante aquellos diez años hubo traición, mentira, engaños e incluso infidelidad, todo de ambas partes. Pero, naturalmente, Ciro no tenía prisa por revelarlo todo en una sola plática. Había tomado su accidente como una segunda oportunidad para hacer que su relación funcionara de la mejor forma, y daría un paso a la vez. -Señor Tonali, la señora Caitlin y el señor Red, han llegado. -Informó una de las empleadas retirándose de inmediato. -Es cierto, lo había olvidado. -Dijo Ciro recriminándose su falta de memoria. -Mio caro, llamé a tus padres, estaban ansiosos por venir a verte. No imaginas el disgusto que se llevaron cuando les avisé que te habían dado el alta ayer y no les notifiqué enseguida. -¿Mis padres? -Repitió ella no tan alegre. -Si no crees estar lista para verlos puedo decirles que regresen otro día. Tendrán que entender. -Propuso Ciro pensando únicamente en su bienestar. -Está bien, puedo hacerlo. -Dijo Bethany dándose ánimos, esperanzada a que sus progenitores le revivan recuerdos que su prometido no pudo. Tenía que ser mejor, pensaba ella, al final de todo llevaba literalmente toda su vida conociéndolos, mientras que con Ciro tenía solo diez años de historia. Pasaron a la sala de visitas. Los señores que aguardaban allí se pusieron de pie para recibirlos. Y la mujer se abalanzó sobre Bethany y la acurrucó en sus brazos, colmada de felicidad. -Cariño mío. Estábamos tan preocupados. -Dijo Caitlin, sin soltarla. -Cuando tu novio nos avisó lo que había sucedido tomamos el primer vuelo de Washington a Italia. -Repuso su padre más apartado. La espalda de Bethany se irguió al sentir la fornida mano de su prometido posarse en ella. -Les daré privacidad. -Dijo Ciro partiendo del lugar y cerrando las puertas corredizas. La decepción no se hizo esperar en Bethany al no reconocer a los señores que tenía frente a ella. Quiénes parecían apreciarla con creces. -¿Cómo te has sentido? -Volvió a resonar la voz árida de su padre. -Bien, aunque un poco confundida y asustada. No saber quién soy es tan extraño. -Dijo recargándose en una estantería repleta de literatura de Dante Alighieri. -¿No recuerdas nada en lo absoluto? ¿Ni siquiera tu infancia o adolescencia? -Esta vez fue su madre la que tomó uso de la palabra. Si hacía un poco de esfuerzo, podía visualizar pequeños fragmentos de su vida. Correr descalza en el césped verde siguiendo una pelota roja con otros tres niños, o una habitación de color rosada, y decorada de mariposas y flores. Contaba con una litera y una cama individual. -¿Tengo hermanos? -Preguntó Bethany. Observó a sus padres intercambiar miradas cómplices. -Tuviste uno, pero falleció hace veinte años. -Dijo Red. -Pensar que te perderíamos a ti también nos horrorizó. -¿Qué te ha parecido tu vida hasta ahora? ¿Tu novio te ha tratado bien? -Inquirió Caitlin. -Ciro parece ser un buen hombre. -Reconoció Bethany. La mañana transcurrió entre plásticas y anécdotas, algunas hacían reír a Bethany. No había nada en ellos que le hicieran recordar algún detalle de su vida, pero no dudaba que había tenía una buena infancia. Por lo que supo, había sido muy unida a Simón, su hermano. Le hubiese encantado conocerlo. Cuando se hizo hora de despedirse, los señores Carter llenaron a su hija de besos y mimos, incluso Red cuya primera impresión fue la de un hombre gélido y rígido. Red y Caitlin salieron de la sala de visitas donde dejaron a su hija, no necesitaban una guía, se conocían la casa de pies a cabezas. -¿Se marchan tan pronto? -Preguntó Ciro cuando vio a sus suegros pasar a las afueras de su oficina. El italiano estaba sentado tras su escritorio tecleando en un ordenador portátil. -Sí, señor. -Dijo Red. Devolviéndose e ingresando solo centímetros a la estancia. Caitlin estaba a su lado. -Llámenme Ciro, por favor. Es tiempo de limar asperezas entre nosotros. La ocasión lo amerita ¿no lo creen? -Claro. -Volvió a decir Red poco convencido. -No se alejen demasiado, necesitaré de ustedes en los siguientes días. -Pidió de último sin retenerlos por más tiempo. Siguió en lo suyo. Haciendo apuntes y enviando correos a sus empleados. Maldiciendo a Brahim por mensaje de texto cuando se percataba de un error. Él, por ser el primogénito, cargaba con la responsabilidad de la empresa heredada de su padre, el intimidante Sandro Tonali, sin embargo, los bienes producidos en dicha empresa lucraban a ambos hermanos por lo que Ciro le entregaba algunas responsabilidades a Brahim quien torpemente se hacía cargo. Lo conocía y sabía que no se comprometería al cien por ciento con la empresa. Se emocionó al ver a su prometida entrando a su oficina, era la clase de confianza que esperaba de ella. Bethany se sentó del otro extremo a su prometido. -¿Cómo resultó todo con tus padres? -Bastante bien. -Fue breve. -Noté que te mencionaron como mi novio. ¿No saben lo del compromiso? -Supongo que no. No habías hablado mucho con ellos antes del accidente y recuerdo haberte oído decir que esperarías viajar a Estados Unidos para decírselo en persona. -Explicó Ciro. -Debí habérselo aclarado. -Se culpó. -Tranquilízate, ya habrá tiempo para que se los comentes. -Hubo una pausa. Era la primera vez que Bethany ingresaba a la oficina de su prometido, así que ojeaba con minuciosidad todo cuanto la rodeaba, percatándose de que había varias fotografías de los hermanos Tonali juntos. A primera vista, se los juzgaba como un lazo fraternal sólido. Sobre el escritorio figuraba un pequeño marco de plata que protegía una foto donde los hermanos estaban uno de pie junto al otro, posando para la cámara. Bethany se fijó más en Brahim que en Ciro, teniendo en mente la sensación que la invadió ayer cuando lo conoció, que era la misma sensación que percibió en su pesadilla. -Estaba pensando en salir a cenar esta noche. ¿Qué opinas? -Habló librando a Bethany del trance en el que se perdió notando la fotografía. -Estaría bien. Sí me gustaría. -Aceptó alargando una sonrisa en el rostro del hombre. Indeseada de seguir martirizándose con la foto de Brahim, se levantó y salió de la oficina. Ciro aprovechó y reservó una mesa en el Barrafina, el restaurante más elegante de Florencia. Tuvo que pagar un poco más del precio estipulado para asegurar la mejor vista. Sería como cuando atravesaban la etapa del noviazgo, donde tenía que sorprenderla y por supuesto que lo haría. De regreso a su ordenador portátil, abrió una carpeta de archivo usando un código de cuatro dígitos, ingresando a la base de datos de Anne Johnson, una mujer de singular belleza, muy parecida a Bethany, pero había ciertos rasgos que las diferenciaban y era allí cuando su prometida tomaba ventaja. Anne había sido una mujer muy calculadora que supo cómo llegar a su punto débil y derrumbarlo. En cambio, Bethany (su Bethany) no era así. Ella era una mujer más risueña, tan enamorada de él como él lo estaba de ella. Presionando una sola tecla eliminó de su portátil cualquier mínimo rastro de Anne Johnson que para su suerte ya estaba muertaLa cama de Bethany era una marea de vestidos de todos los colores y formas, no conseguía uno que se amoldara a la ocasión. El vestido de tafetán color ciruela, de tirantes y corte superior a la rodilla le parecía ordinario. Hizo un pequeño berrinche y se dispuso a quitarse el décimo vestido, cuando bajó el escote volvió a notar la cicatriz en su abdomen. La inquietud que tenía por darle una explicación era tan arraigada que su memoria le combinó vagos recuerdos de un bebé: lo sostenía en sus brazos y en otras oportunidades lo dormía en una cuna. Bethany se preguntaba si en realidad eran recuerdos o si su mente le estaba jugando sucio y solo le daba lo que quería. Se apuntó aclararlo con el doctor Vitto en la siguiente consulta de revisión. Vestida solo en bragas, se metió al guardarropa y se dio su tiempo para seleccionar un vestido de los enésimos que habían, uno más encantador que el anterior. Le parecía alucinante cómo no podía escoger uno siendo todos elegantes. -¿Bethany? -Esc
Temprano en la mañana, Ciro acompañó a Bethany a la consulta con el doctor Vitto. Esperaban en su despacho sentados a la mesa escritorio, entretanto el doctor buscaba los resultados de rayos X y demás exámenes. Bethany había sido renuente a hablar con el doctor Vitto acerca de los sueños y visiones que la habían azotado recientemente. Se cohibió a hacerlo frente a Ciro que en ningún instante se separó de ellos. -¿Algún problema? -Cuestionó Bethany fijándose en que la atención de Ciro estaba enfocada en su celular que no paraba de sonar.-Nada de vida o muerte. Es mi trabajo. -A penas despegó su atención del aparato.-Si tienes que irte lo entendería. -Todavía no. Hay algo que quisiera enseñarte al salir de aquí. -Dijo Ciro. El doctor Vitto hizo su entrada, ojeando los papeles en sus manos. Era difícil descifrar su rostro austero. -Todo pareciera estar en orden. -Habló el doctor terminando con una sonrisa. -Sí, así me he sentido. -Confirmó la mujer. Ciro estiró una de sus manos y
Se acomodó en la cama y se afanó por volver a sus libros, pero le resultó imposible. El encuentro que sostuvo con su cuñado la había desestabilizado. La manera en que la miró y la mujer de la que habló. Desconocer los detalles que otros conocían la ponía en inferioridad, y era algo que le disgustaba. Cerró los ojos con fuerza en un vano intento por recordar algo, pero todo lo que su mente le ofrecía eran las visiones que ya había experimentado con amargas sensaciones que las acompañaban. ¿Por qué el trabajo me trajo tantos recuerdos? Pensó. Haber ingresadoa su empresa fue un respiro de alivio, y anhelaba experimentar más de eso, pero se hacía casi una ilusión. Miraba la casa en la que vivió por poco menos de diez años y le era desconocida. También el hombre que alguna vez amó, aunque no podía negar que se sentía segura junto a él. Ciro era un buen hombre, atento y respetuoso, que dejaba a la vista de todos cuánto la amaba. Vio que el picaporte de la puerta trató de girarse, y su co
El vuelo partía poco antes del mediodía, así que Ciro aprovechó la mañana para cumplir con algunos recados y dejar los negocios en orden. No confiaba mucho en Brahim quien a lo largo de su vida le demostró ser un hombre irresponsable e incumplido. Había grandes posibilidades de que, a la vuelta de sus vacaciones, las empresas estuvieran, si no en quiebra, al borde de la ruina. Las máquinas funcionaban debidamente. Se detuvo frente a la cinta corrediza, y tomó una de las latas que fabricaban, con una buena imitación de la etiqueta de formula para bebés pasó su dedo asegurándose de la calidad, que no se corriera la tinta. La regresó a la cinta para que siguiera su recorrido, al final sería llenada con el polvo blanco. Él se subió al ascensor para llegar a la última sala en donde los empleados terminaban de dar los últimos detalles a las latas, identificando sutilmente cuáles eran genuinas y cuáles imitación, para luego empacarlas en palés. El pedido que se alistaba sería enviado a Ru
Cuando hubieron sucedido poco más de cuatro meses, Bethany Carter despertó del coma en una insípida y fría cama de hospital en la glamorosa ciudad de Florencia, en Italia. Sin el menor recuerdo de quién era, amnesia retrógrada fue su diagnóstico. El doctor Vitto, un hombre que a pesar de su avanzada edad, no sucumbía a los deterioros de la vejez, paseaba una suave luz por sus ojos, terminando con la revisión rutinaria. -Muy bien señorita Carter. Todo parece estar en orden, pero eso es algo que solo usted podría confirmarme. Dígame ¿algún mal la apercibido recientemente? -Preguntó el doctor.-No, en lo absoluto. -Respondió Bethany, sentada en la cama, vistiendo una bata de hospital. Era una mujer de tez pálida y cabello rojizo con un corte que le caía un poco más abajo de los hombros. -Perfecto. -Exclamó Vitto con simpatía, de pie en una esquina. -El señor Tonali se encuentra a esperas de poder verla ¿Desea que le permita el ingreso? -Inquirió. Bethany retorció la sábana, nerviosa. E