El bikini de Bethany era azul índigo que dejaba poco a la imaginación, con flecos que bailaban de un lado al otro al caminar. Se había bronceado tumbada en la arena hasta notarse sofocada y entonces decidió entrar al mar que se contoneaban al ritmo de las olas. Ya recordaba cuáles habían sido sus ansias por acudir a esa playa. La veía en folletos y catálogos, deseando verse bajo su incandescente sol mientras rodaba sobre la arena y la cristalizada agua mojaba su piel. Era el Edén en la tierra. Salió del mar y se aproximó a su prometido que estaba cubierto por un toldo, presumiendo unos costosos lentes oscuros, sentado en una silla plegable. No había apartado sus ojos de su amada en ningún momento. -¿Nadas? -Preguntó Bethany acomodándose en la silla plegable junto a él y secándose sus mechones con una toalla. -Sí, aunque por ahora no tengo muchas ganas. -Se rehusó el italiano quitándose los lentes. No era entusiasta por convivir con la muchedumbre. Había sido la razón por la que se
Más calmado, retornó a la playa y su desagradable muchedumbre. Se presentó frente a su prometida con una sonrisa que eliminará de su rostro la amargura. -Lamento la demora, estaba... -Intentó analizar un pretexto, pero su mente era ineficaz para hacerlo. -Alguien del hotel me ha informado que el spa está listo. -Dijo Bethany no tan sonriente.-Lo había olvidado. -Dijo profiriendo una maldición. Planeaba sorprenderla. Una vez más permitía que su trabajo lo distrajera de lo importante. Avanzaron al hotel donde fueron guiados por una pareja de masajistas a una sala privada.Les apuntaron una segunda estancia en donde podían desprenderse de sus vestiduras. Estaban en pro de convertirse en un matrimonio así que a ambos los guiaron a la misma estancia. Si lo hubiesen consultado, Bethany se habría decantado una para ella sola.-Tranquila, no veré nada. –La consoló Ciro, conociéndola tan bien. Y añadió con un malicioso tono de voz, cargado de deseo: –Tú, en cambio, puedes ver si lo prefier
Los párpados de Bethany se levantaron abruptamente. Los malos sueños continuaban perturbando su descanso. Una persecución y disparos, ella corriendo, escapando de la muerte. Visiones que disparaba su ritmo cardíaco. Era tortuoso. Se giró sobre la cama notándose sola, Ciro no estaba. Dejó el lecho vistiendo una bata de seda azul a rayas blancas. Salió del dormitorio sin hacer ruido, su falta de calzado la hacía sigilosa. No tuvo que andar demasiado para encontrar a su prometido quien estaba en la sala de estar, sentado frente a una laptop que ni siquiera sabía cómo obtuvo. Reteniendo un aparato celular en su oído, que suponía no era el suyo, puesto que ése había volado en cientos de pedazos contra las piedras. -Deten la producción. En este momento la policía rusa ha de estar investigando su procedencia. Debemos mantener un perfil bajo. Cancela números telefónicos comerciales, correos o cualquier otro medio de contacto. -Escuchó Bethany a pesar del cuidadoso tono con el que hablaba.
Estiró una de sus manos para deslizar el reloj despertador y ojear la hora: 1:00pm. Bethany llevaba un largo tiempo en la cama sin lograr conciliar el sueño. Se calzó con unas pantuflas de tela peluche y abandonó la habitación. Sabía qué andaba mal con su descanso. Una noche durmiendo junto a Ciro fue suficiente para que su cuerpo recordara la esencia de dormir junto al cálido abrigo de otro cuerpo. Anduvo por los pasillos y llegó a la habitación en la que Ciro dormía. La puerta estaba entre abierta así que ingresó sin antes avisar. No había nadie. La cama estaba sin hacer y el ya conocido ordenador portátil de Ciro reposando sobre ella. En serio era un adicto al trabajo. Gateó desde la parte inferior de la cama para llegar al aparato que estaba sobre las almohadas. Y cuando sus dedos rozaron el ordenador, sintió una segunda mano que tomaba la suya. De un tirón Ciro la levantó y la besó. -¿Qué haces levantada? -Preguntó el italiano sobre sus labios.-Yo podría hacerte la misma preg
Brahim tomó un pedazo de tela color carmesí con el que vendó los ojos de una mujer blanca de cabello rojizo que estaba en medio de la estancia vestida tan solo con sus bragas de hilo blanco.-¿Qué piensas hacerme? -Preguntó Bethany, extasiada.Brahim se contuvo a cualquier respuesta, como era su costumbre. La esencia mística era parte del juego. Se posicionó a espaldas de su cuñada y dividió en dos mitades su cabello para depositar húmedos besos en el largo de su cuello y descendiendo por su espalda hasta quedar hincado. Asió sus bragas y las bajó a la altura de sus tobillos.Dio un suave beso a su nalga derecha, seguido de una indolora mordida. Bethany se mordió el labio inferior, sintiéndose deseosa. Brahim se puso de pie y recogió todo su cabello rojizo para tumbarlo hacia un costado.-¿Piensas en mi hermano? -Preguntó susurrado a su oído.-No. -Dijo en un gimoteó. Regocijándose en el masaje que Brahim daba a sus muslos, tentando su zona íntima. -No te pareces en nada a él.-¿Eso es
Bethany no había podido sacar de su mente ese recuerdo que de pronto arribó a su cabeza. En el que la reflejaba tumbada sobre su espalda con un fornido cuerpo encima de ella. Lo inusual, y lo que la tenía pensativa era que, por más que lo intentara, no conseguía vincular a Ciro con ese fragmento de su memoria. La pieza que encajaba con precisión era la de su cuñado. En principio, fue su perfume el que agitó la marea.-Bethany. -Mencionó el italiano por cuarta vez, logrando llamar por fin su atención. Entonces la aludida se percató que no había oído nada de lo que su prometido, alegremente le contaba.Estaban en la cafetería Florentín, desayunando. Si Bethany conociera a Ciro, sabría que una cafetería promedio donde servían capuchino de máquina no era un lugar que frecuentara.-¿Qué me dices? -Inquirió Bethany, picando de su ensalada. El otro suspiró.-Te estaba contando que tus padres regresaran a Estados Unidos la siguiente semana, pero antes se me ocurría que podíamos organizarles un
Dejó el cuarto de baño y notó que su prometida estaba preparada para salir de regreso a la calle.-¿A dónde irás? -Preguntó sin sonar celoso.-Con mis padres. Sé que en qué hotel se están alojando. –Respondió Bethany, guardando la libreta en la que anotaba las conjeturas de su vida en una pequeña bolsa de tela de cinturón cruzado.Su tono de voz era indiferente, la señal más clara con la que Ciro podía corroborar su desencanto.-Puedo acompañarte si quieres.-No, pero te lo agradezco. –No pensó en su respuesta. Cuando estuvo a punto de marchar fuera de la habitación, sintió la mano del italiano que retenía la suya.-Permite que llame al chofer, entonces. Aún no estás lista para manejar.-¿Tienes chofer?-Tenemos chofer, sí. –La corrigió.Era un debate en el que Bethany tenía pocos argumentos a su favor. Ni siquiera había intentado manejar desde que salió del hospital. Así que, tragándose su orgullo, aceptó. Esa parte de quién era seguía intacta, y a Ciro le ilusionó en alguna forma.
Bethany se movió a penas para ojear el reloj despertador sobre la mesita auxiliar, era media noche y ella no lograba conciliar el sueño. Miró a su lado izquierdo y detalló a Ciro que estaba entregado por completo al hechizo de Morfeo. Dormía sin camisa y en bermudas, efecto del verano. Acarició su fornido bíceps con la yema de su dedo, limpió de marcas. Sin cicatrices o una gota de tinta. En su mente, iban y venían imágenes de un par de brazo masculino, uno lleno de tatuajes; desde el hombro hasta la muñeca y el otro con una especie de placapoliciaca con el número sesenta y siete en su interior, tatuado precisamente en la parte superior del bíceps. Recuerdos que no correspondían a su futuro esposo.Se volvió de boca arriba para mirar el techo, ayudada de la tenue luz del patio que se colaba por la ventana abierta del balcón y cortaba la oscuridad. Alargó un suspiró pesaroso que señalaba su angustia. Ya había sucedido más de una semana y seguía sintiéndose una desconocida en su propia