Brahim tomó un pedazo de tela color carmesí con el que vendó los ojos de una mujer blanca de cabello rojizo que estaba en medio de la estancia vestida tan solo con sus bragas de hilo blanco.-¿Qué piensas hacerme? -Preguntó Bethany, extasiada.Brahim se contuvo a cualquier respuesta, como era su costumbre. La esencia mística era parte del juego. Se posicionó a espaldas de su cuñada y dividió en dos mitades su cabello para depositar húmedos besos en el largo de su cuello y descendiendo por su espalda hasta quedar hincado. Asió sus bragas y las bajó a la altura de sus tobillos.Dio un suave beso a su nalga derecha, seguido de una indolora mordida. Bethany se mordió el labio inferior, sintiéndose deseosa. Brahim se puso de pie y recogió todo su cabello rojizo para tumbarlo hacia un costado.-¿Piensas en mi hermano? -Preguntó susurrado a su oído.-No. -Dijo en un gimoteó. Regocijándose en el masaje que Brahim daba a sus muslos, tentando su zona íntima. -No te pareces en nada a él.-¿Eso es
Bethany no había podido sacar de su mente ese recuerdo que de pronto arribó a su cabeza. En el que la reflejaba tumbada sobre su espalda con un fornido cuerpo encima de ella. Lo inusual, y lo que la tenía pensativa era que, por más que lo intentara, no conseguía vincular a Ciro con ese fragmento de su memoria. La pieza que encajaba con precisión era la de su cuñado. En principio, fue su perfume el que agitó la marea.-Bethany. -Mencionó el italiano por cuarta vez, logrando llamar por fin su atención. Entonces la aludida se percató que no había oído nada de lo que su prometido, alegremente le contaba.Estaban en la cafetería Florentín, desayunando. Si Bethany conociera a Ciro, sabría que una cafetería promedio donde servían capuchino de máquina no era un lugar que frecuentara.-¿Qué me dices? -Inquirió Bethany, picando de su ensalada. El otro suspiró.-Te estaba contando que tus padres regresaran a Estados Unidos la siguiente semana, pero antes se me ocurría que podíamos organizarles un
Dejó el cuarto de baño y notó que su prometida estaba preparada para salir de regreso a la calle.-¿A dónde irás? -Preguntó sin sonar celoso.-Con mis padres. Sé que en qué hotel se están alojando. –Respondió Bethany, guardando la libreta en la que anotaba las conjeturas de su vida en una pequeña bolsa de tela de cinturón cruzado.Su tono de voz era indiferente, la señal más clara con la que Ciro podía corroborar su desencanto.-Puedo acompañarte si quieres.-No, pero te lo agradezco. –No pensó en su respuesta. Cuando estuvo a punto de marchar fuera de la habitación, sintió la mano del italiano que retenía la suya.-Permite que llame al chofer, entonces. Aún no estás lista para manejar.-¿Tienes chofer?-Tenemos chofer, sí. –La corrigió.Era un debate en el que Bethany tenía pocos argumentos a su favor. Ni siquiera había intentado manejar desde que salió del hospital. Así que, tragándose su orgullo, aceptó. Esa parte de quién era seguía intacta, y a Ciro le ilusionó en alguna forma.
Bethany se movió a penas para ojear el reloj despertador sobre la mesita auxiliar, era media noche y ella no lograba conciliar el sueño. Miró a su lado izquierdo y detalló a Ciro que estaba entregado por completo al hechizo de Morfeo. Dormía sin camisa y en bermudas, efecto del verano. Acarició su fornido bíceps con la yema de su dedo, limpió de marcas. Sin cicatrices o una gota de tinta. En su mente, iban y venían imágenes de un par de brazo masculino, uno lleno de tatuajes; desde el hombro hasta la muñeca y el otro con una especie de placapoliciaca con el número sesenta y siete en su interior, tatuado precisamente en la parte superior del bíceps. Recuerdos que no correspondían a su futuro esposo.Se volvió de boca arriba para mirar el techo, ayudada de la tenue luz del patio que se colaba por la ventana abierta del balcón y cortaba la oscuridad. Alargó un suspiró pesaroso que señalaba su angustia. Ya había sucedido más de una semana y seguía sintiéndose una desconocida en su propia
El amanecer fue más demoroso de lo que le hubiese gustado. Y luego de su inusual encuentro, ver a Brahim; quien se aparecía a primeras horas en casa de su hermano, no era más reconfortante. Los Tonali se dirigieron a la tercera planta, al gimnasio privado específicamente y se dedicaron a trabajar su resistencia física golpeando un saco de boxeo. Ciro no estaba tan contento, su prometida seguía indiferente después de la amarga conversación que sostuvieron en el desayuno en Florentín. Eso sin ser consciente de la fotografía de Simon y él que ya había descubierto. Si no tenía una explicación convincente para lo primero, no la tendría para lo segundo. -Spencer ¿sabes de quién estoy hablando? –Dijo Brahim extrayendo a su hermano de sus turbados pensamientos. Ciro afirmó con la cabeza, se trataba del hombre responsable de trasladar el pedido que fue retenido en fronteras rusas.Brahim detuvo su práctica para enfocarse en su hermano, la conversación era de tintes serios.-Está siendo prote
El jardín trasero de la mansión Tonali funcionó como el centro de recibimiento para las docenas de personas que no paraban de llegar. Todos rostros desconocidos par Bethany quien, en un principio, se sintió incómoda, fuera de lugar. Sin embargo, a sabiendas de que era una situación que no cambiaría, decidió acercarse a algunos de los invitados encontrándose con varios que sí la conocían y se mostraron verdaderamente alegres y aliviados con su recuperación. La mayoría con los que cruzó palabras aseguraron que el accidente había sido tan severo que era un milagro que estuviera viva. Se acercó a la barra de servicios y pidió una Margarita. En lo que esperaba se fijó en una pareja de invitados que cargaban un bebé entre sus brazos, la pequeña lucía un pomposo vestido blanco que contrastaba con el oscuro de su piel. Su cabello rizado estaba suelto con una diadema con atavíos de color rosado maiot. Y las sensaciones volvieron a abrumarla, ya no había tenido nuevos recuerdos de u
Bethany acompañaba a sus padres en el aeropuerto en lo que su vuelo se anunciaba listo para ser abordado. Les había insistido demasiado para que alargaran su estadía por un tiempo más en Italia, sintiéndose aún desconocida en su vida. Las responsabilidades laborales fueron sus mejores pretextos. Ninguno de los dos habían salido de Estados Unidos por mucho tiempo, y el idioma lo dominaban fatal.Su hija les relató, con cierto alivio contenido, lo que hasta ahora Ciro se había animado a decirle de su vida.-¿Te mencionó algo al respecto de la mujer que nos insinuaste? -Preguntó Caitlin.-No. Yo tampoco quise hablar del tema. Creo que si fuera importante, él me lo habría dicho. Tal vez sea Brahim quien quiere llenarme la cabeza de ideas.-Lo que yo creo es que no puedes dejar nada guardado. Debes obligar a Ciro a que te lo diga. No puede sacar provecho de tu accidente para limpiar su imagen, si es que de verdad te engañó. -Sugurió su padre protegiendo a su hija. Si pudiera la tomaría de
Ciro se paseaba de un extremo al otro frente a una hilera horizontal de personas comprendidas por los empleados de una de sus empresas de fabricación de estupefacientes. El nocivo material, viajaba camuflado en las latas de formúla para bebés.-A aquellos que tenga el vago pensamiento de que pueden entregarnos a mí y a mi hermano a los federales les digo que son ideas suicidas. -Dijo deteniéndose a mitad de su paseo, mirando a cada uno de sus empleados, casi sesente. Ciro inspiraba más autoridad que temor. El verdadero miedo era producido por Brahim que no estaba con él ese día.Los empleados continuaron fabricando, con Ciro inspeccionando cada área. Caminando sin prisas entre los pasillos formados por las mesas. Algunos de los empleados se encargaban de producir las latas, otros de fabricar la droga, y el tercer grupo empacaba las latas en un orden específico, por cada tres latas de leche, una era adulterada. En un fructífero día se realizaba un máximo de mil kilos que se distribuía