Capitulo 4

Temprano en la mañana, Ciro acompañó a Bethany a la consulta con el doctor Vitto. Esperaban en su despacho sentados a la mesa escritorio, entretanto el doctor buscaba los resultados de rayos X y demás exámenes.

Bethany había sido renuente a hablar con el doctor Vitto acerca de los sueños y visiones que la habían azotado recientemente. Se cohibió a hacerlo frente a Ciro que en ningún instante se separó de ellos.

-¿Algún problema? -Cuestionó Bethany fijándose en que la atención de Ciro estaba enfocada en su celular que no paraba de sonar.

-Nada de vida o muerte. Es mi trabajo. -A penas despegó su atención del aparato.

-Si tienes que irte lo entendería.

-Todavía no. Hay algo que quisiera enseñarte al salir de aquí. -Dijo Ciro.

El doctor Vitto hizo su entrada, ojeando los papeles en sus manos. Era difícil descifrar su rostro austero.

-Todo pareciera estar en orden. -Habló el doctor terminando con una sonrisa.

-Sí, así me he sentido. -Confirmó la mujer. Ciro estiró una de sus manos y tomó una de ella en señal de apoyo. Bethany no la apretó, pero tampoco la rechazó.

-¿Qué me dices de tu memoria? ¿Has logrado recordar algo?

-No. -Dijo con voz desanimada. El doctor Vitto frunció el ceño. No era habitual que la amnesia retrógrada perdurara, al menos debió ser capaz de recordar a sus padres o un detalle de su infancia. Sería más difícil con los recuerdos más recientes.

-Ánimo, Mio caro. Pronto recuperaras la memoria. -Motivó su prometido levantando su nostálgico rostro. Le dolía el corazón verla así; incapaz de reconocer su vida.

Abandonaron el consultorio y se subieron al Mustang. El italiano poseía un talante un poco distante. Serio. Los negocios lo mantenían distraído de su prioridad: Bethany. Deseaba tanto que se recuperase y retomar los planes de boda que, tras el accidente, se vieron frustrados. Tenía claro que una vez se convirtiera en su esposa, la llevaría al rincón más oculto del mundo, lejos de Italia donde su felicidad pendía de un hilo a menudo.

El Mustang dio vuelta en la plaza mayor y continuó sin escala.

-¿A dónde vamos? -Deseó saber Bethany.

-A tu empresa. -Reveló Ciro controlando su emoción. -Es pronto para que empieces a trabajar, pero creo idóneo que te familiarices con el entorno.

A Bethany le emocionó saberlo. Sentirse ajena en su propia vida era una sensación desagradable y creyó que al ver su negocio que, según le habían hecho creer, era su sueño, le daría un respiro. Y no se equivocó. En cuanto Ciro dio vuelta a la derecha un edificio alto saltó a su vista, y así mismo una ráfaga de recuerdos la sobrevinieron: Se recordaba estando en una pequeña, aunque acogedora sala de estar estudiando acerca de los riesgos de los bienes raíces, bebiendo un café expreso. También recordó el día que preparaba los carteles que daban imagen a su empresa, y la foto que en ellos aparecía. Eran ofuscados, a penas visiones, pero por primera vez desde que despertó del coma, algo recobraba sentido.

No esperó si quiera que su prometido estacionara debidamente el auto cuando se bajó del mismo, emocionada. Corrió hasta la entrada del edificio y se pegó al vidrio para mirar a su interior.

-Apresúrate. -Pronunció Bethany viendo a sus espaldas a Ciro que caminaba sin prisa que lo corriera. Él tenía la llave con la que las puertas de cristal se abrieron.

La mujer ingresó admirándolo todo, sintiéndolo con más vehemencia en su interior. Ciro se dirigió al cuarto de electricidad y encendió todas las luces.

-Bienvenida a tu empresa. -Dijo acercándose a ella.

-Lo recuerdo. -Dijo ilusionada.

-¿De verdad? -Sonó aún más ilusionado. Bethany cabeceó para confirmarlo.

-No es preciso, pero sí. -Se sonrió, perdida en sus pensamientos. -Recuerdo haberme esforzado demasiado, estudiando y preparándome para algún examen, yo supongo. A mitad de la noche, bebiendo café.

-Es grandioso. -Espetó Ciro.

Bethany con la ilusión en sus orbes, siguió admirando la estructura del edificio. Parecía recién construida, como si nadie hubiese trabajado allí. Quiso no relevarlo, había sucedido cuatro meses y, las labores aún no se reanudaban.

-Sé que me dijiste que no trabajaría de inmediato, pero con todo lo que he revivido aquí, no quisiera esperar mucho tiempo.

-Nada me gustaría más que mantener tus ojos con esa encantadora mirada como de niña en una dulcería. -Dijo Ciro eliminando distancia entre su prometida. Acarició sus hombros con ternura sin rozar su piel, prometiéndose que al segundo que la percibiera incómoda la soltaría. -Pero no nos precipitemos. Creo que puedes empezar por hacer algún repaso de tu profesión, y luego te compartiré encantado los archivos y notaciones que tienes pendiente. ¿Conforme?

-Por lo pronto lo aceptaré, pero no pienso quedarme por mucho tiempo así. -Le advirtió divertida, apuntando a su cara.

-Tú ordenas. -Añadió levantando sus palmas en señal de rendición. Luego las guardó en los bolsillos de sus pantalones.

-Gracias. -Soltó Bethany de repente. -Has sido muy paciente y generoso conmigo. Empiezo a notar por qué me acerqué a ti en aquel vestíbulo en Roma. -Las mejillas de Ciro se encendieron y una tímida sonrisa relució en su rostro. Su prometida le hizo hacerle prometer que la llevaría al hotel en el que se conocieron, queriendo rescatar los recuerdos que en sus paredes se quedaron.

Anduvieron el edificio un rato más, indagando en sus pintorescas oficinas. Bethany no dejó de percatarse de que la mayoría de los muebles, como escritorios y sillas, seguían envueltos en su plástico de burbuja cuando se suponía que la empresa tenía cerca de diez años abierta. Al aclararse esta duda, su prometido le dijo que él se había tomado la libertad de cambiar los antiguos muebles estropeados y anticuados con nuevos y modernos. La explicación la dejó conforme.

Antes de abandonar las instalaciones de “Bienes raíces, Carter” Bethany se hizo con tres libros de tamaño de enciclopedias que instruían en la materia. Hablaba en serio cuando dijo querer retomar el trabajo. Los apiló en el asiento trasero del Mustang para que no les estorbase durante el viaje.

-Debo pasar por las oficinas del bufete a resolver pequeños inconvenientes, así que te dejo en casa. –Dijo pesaroso.

-¿No prefieres que te acompañe?

-No estoy en mi mejor versión durante el trabajo. Créeme no querrás verme allí. –Se rehusó sin recibir alegatos al respecto.

En efecto, la dejó en la casa, a las afueras de la verja de seguridad. Vio a su prometido dar media vuelta e irse sujetando los libros entre sus brazos. Ingresó a la propiedad a través de una puerta más pequeña, puesta para ocasiones semejantes. Fue bien recibida por los tres pitbull que no la dejaban caminar sin riesgo a caerse. Tuvo que dedicarles minutos de su tiempo, tirando los libros en el césped siempre verde y jugando hasta que se aburrieron. Luego fue libre de seguir a la mansión.

Se encerró en su habitación y se despojó de sus jeans, cambiándolo por unos shorts de algodón más cómodos. Y trenzó su cabello de costado, aseverando tener la visión despejada de cualquier mechón en rebeldía. Se dispuso en la cama, con los tres libros y un ordenador portátil, a investigar y estudiar acerca de los bienes raíces. Le sorprendió haber tenido suaves vestigios de algunos temas, mientras que otros eran por completo nuevos.

Su memoria fue golpeada por la sala de estar pequeña y acogedora, en la que presuntamente aprendió su profesión. Recordó también haber estado en el sillón con los libros en su regazo cuando de pronto un fornido brazo rodeó con ternura su cuello y suaves besos le llovieron en el rostro. Sonrió ante bonito recuerdo. No podía asegurar que fuera Ciro. La parte de la extremidad que alcanzaba a ver estaba cubierta de tatuajes y su prometido no tenía ni una sola gota de tinta, al menos no en lo poco que veía de su cuerpo desnudo.

Pensó que quizás se hubiese tratado de algún ex novio. Sentía pesar al percatarse de la gran parte de su vida que el accidente se llevó y que posiblemente no regrese. Recuerdos como su primer amor o su primer beso. La preparatoria en la que estudió y los amigos de su juventud. Especialmente, su hermano Simon de quien no tenía si quiera una fotografía.

Escuchó la verja de la entrada abrirse y seguidamente un motor de auto. Ansiosa de recibir a su prometido y contarle lo que su mente recuperó, lo dejó todo y descendió a la primera planta. Fue abofeteada por la burla cuando se encontró con Brahim. El menor de los Tonali, al verla de pie en las escaleras, accidentalmente deslizó sus ojos por las largas piernas de su cuñada, sintiendo la necesidad de probarlas. Se reprendió en sus adentros, por respeto al bueno de su hermano.

-¿Dónde está Ciro? -Preguntó malsonante.

-En su trabajo. -Dijo Bethany terminando de bajar por las escaleras con menos entusiasmo que antes.

-Yo acabo de estar allá y no lo ví.

-¿También eres abogado? -Cuestionó Bethany interesada. Brahim no respondió enseguida. Quedó pensativo en lo que terminaba de analizar lo que ella había dicho.

-No, yo... Déjalo. -Desistió a su intento de justificarse. Se colocó unos anteojos oscuros y pretendió irse, no obstante, su cuñada lo retuvo.

-Puedes esperarlo aquí. No creo que se demore.

-Preferiría no hacerlo, gracias.

-Insisto, Brahim. -Dijo de prisa. Tenía intenciones de cortar la tensión que había entre ambos. El otro suspiró, no quería formar ningún vínculo con aquella mujer, sobretodo para evitar morder, de nuevo, la fruta prohibida. Pero tampoco le apetecía regresar más tarde para hablar con Ciro.

-Lo esperaré, pero no contigo. Ve y haz lo que sea que estabas haciendo previo a mi llegada.

-¿Por qué no te agrado? -Se dejó de preámbulos. Brahim la ojeó de los pies a la cabeza, escrupuloso.

-Me recuerdas a alguien que conocí y que detesto mucho. -Para Bethany ya era un avance haberle sacado esa fuerte revelación.

-¿Eres consciente que yo no soy esa persona?

-Sí, lo sé. Pero te pareces demasiado. -Dijo volviendo a mirarle las piernas con deseo, algo que no pasó desapercibido para Bethany. Ella carraspeó llamando a la discreción.

-¿Quién era? -Siguió escudriñando. -¿Alguna ex novia?

-No. No era si quiera una amiga. Aunque Ciro le tenía un gran aprecio. -Acotó Brahim. Sembrando la duda en su cuñada, que frunció el ceño. Notaba que hablaba de aquella otra mujer en pasado, lo que acrecía su curiosidad.

-¿Quién era? ¿Yo la conocí?

-Creo que ya he dicho suficiente. Estaré en la oficina de mi hermano. Te pido que no me molestes. -Fue la amarga despedida que recibió. Brahim pasó al mencionado lugar, mientras que Bethany regresó a la habitación, cerrando la puerta con seguro. Su cuñado era una persona que despilfarraba misterio e inspiraba temor.

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