capítulo 19

No le fue difícil encontrar la capilla al día siguiente. El señor Wilburg le había venido a buscar con el carruaje. Este aprovechó la petición de William de acercarse al pueblo, para hacer unos recados que tenía pendientes. Le dejo en la avenida principal y le señaló el campanario que sobresalía de las demás construcciones. En apenas tres calles ya había llegado a su destino y se dispuso a pedir indicaciones.

Le indicaron la pequeña casa al lado de la sacristía donde vivía el ama de llaves del párroco.

Cuando llamo a la puerta está se abrió sorprendentemente rápido. Seguro que aquella mujer lo había estado observando por la ventana. No debía pasar gran cosa por ahí.

Se presentó y le explicó que su madre y el cura habían sido amigos y de cómo está había estado ayudando con fondos las buenas acciones del padre. Ella había fallecido hacia poco y el deseaba conocer un poco más de su historia para contárselo a sus nietos. Quizás en los diarios del párroco pudiera encontrar algunos datos si a ella su ferviente guardiana, no le importaba compartir con el alguno.

La mujer se sintió alagada y rápidamente le invito a entrar en la casa. Realmente aquel paraje era muy tranquilo y agradecía cualquier cosa que la sacará de su monotonía.

-Pasa, pase capitán. Tomaremos una taza de té y miraré en que puedo ayudarle-. Dijo amablemente.

-Muy amable -contesto el haciendo alarde de su mejor sonrisa.

- ¿De qué época estamos hablando capitán? - Pregunto

William pensó que lo más lógico era empezar en el año de su nacimiento y seguir buscando lo tres o cuatro años siguientes.

-Debo decirle señor Adams -empezó ella. -Que lamentablemente hace unos años un incendio devastó parte de la sacristía. Muchos de los diarios del padre Charles se perdieron. Apenas quedaron sus libros de cuentas y los registros de bodas y bautizos. Veamos si le son útiles.

Al cabo de unos minutos volvió con dos grandes libros negros.

-Aquí están todo lo que queda. Yo era muy jovencita en aquella época, pero sí le puedo servir de ayuda, no dude en preguntar. Le dejo un momento. Debo preparar el altar para misa.

El párroco lo tenía realmente apuntado. Todas las donaciones. Desde los huevos, hasta las gallinas o los corderos que le daban sus feligreses. En un pueblo tan pequeño pocas eran las aportaciones económicas.

Le fue fácil dar con la generosidad de su madre.

A los pocos meses de su nacimiento el cura había apuntado ya una generosa donación a nombre de Lady Adams. Después habían seguido más o menos regularmente. Algunas eran realmente sustanciosas.

Siguió indagando los meses siguientes. Luego los años. Siempre alguna aportación a nombre de su madre.

Pensó que con el tiempo hubieran parado. Pero cuál fue su sorpresa, al ver que las donaciones siguieron durante muchos años. Seguramente hasta la muerte de cura.

En los últimos años del dietario, cada vez eran dos donaciones simultáneas. Una pequeña, y otra más sustanciosa al lado de la cual figuraba la frase entregada a B.

¿Qué diablos querría decir eso?

El otro libro como le dijo la mujer eran registros, en cuyos nombres no reconoció a nadie.

-Espero que le hayan ayudado capitán. -Dijo el ama de llaves entrando en la salita.

-Si señora ha sido usted muy amable. Lástima que no quedar registró de las otras actividades del señor Charles. Como su ocupación por los niños, la cual lo ligaba a mi madre. -Dijo intentado sonsacarle más información. -Busco a un niño que ambos ayudaron a conseguir un hogar. Ella siempre hablaba de ello con tanto cariño. Me gustaría saber que fue de ese muchacho, aunque supongo que se llevó el secreto con él. Dios lo tenga en su gloria…

- ¡Haber empezado por ahí! -Exclamó la mujer eufórica.

El plan de alabanzas de William había surtido efecto.

-Yo misma recuerdo aquel niño. Yo estaba a su cuidado cuando estuvo aquí. Una criatura muy dulce. Pobre huerfanito. -Lo recuerdo bien porque en aquella época no había más niños aquí.

Recuerdo cuando el padre finalmente lo dio en adopción.

Tendría unos cuatro años.

Los primeros tres pasaban los veranos en el balneario. El padre me dijo que estaba delicado de salud. Pero un año más tarde estaba curado y lo entregó en adopción a una pareja de la región de Done.

Unos pescadores, a los que Dios no había dado hijos y que ya eran mayores.

La familia Bucham creo recordar dijo cerrando los ojos.

Si eso es los Bucham de Dove.

William sintió que le fallaban las piernas.

Claro. B. Entregado a B. Bucham.

Todo se precipitó en su mente , A tal velocidad que incluso empezó a dolerle la cabeza.

-Está usted bien señor. -Pregunto la mujer. -Está usted pálido súbitamente.

-Sí, lo siento- balbuceo. - Son emociones. Me han sumergido le ruego me disculpe.

Debo retirarme. Ha sido usted muy amable.

Salió de allí a toda velocidad, dejando a la pobre infeliz con un palmo de narices.

No puede ser verdad se repetía una y otra vez. Dios mío….

Su cabeza iba a estallar

¡John! John Bucham. No podía ser.

Pero todas las pruebas estaban ahí. Todo tomaba sentido.

John le había hablado de un párroco altruista que pago sus estudios. De cómo la Iglesia había subvencionado la academia.

Como lo criaron sus abuelos pescadores tras perder a sus supuestos padres.

De su casa en el acantilado en Dove. Milagrosamente el azar los unía siempre en los mismos destinos, siempre estratégicamente alejados de la línea de fuego.

El azar no existía. Siempre había sido su madre. Había tirado de los hilos para unirlos. Su sombra había velado por ellos. Había velado por John.

John era el hijo de Octavia. Era una auténtica locura.

Por suerte había heredado todo de su madre, no había en él ni un ápice que recordara al monstruo que lo había engendrado, como si la naturaleza hubiera querido borrar ese acto antinatural

El señor Wilburg lo encontró sentado en un banco. La mirada perdida y el semblante serio.

- ¿Está usted bien señor Adams? - Pregunto ¿encontró lo que buscaba?

-Ciertamente señor Wilburg encontré mucho más de lo que buscaba -contesto. ¿Nos vamos?

Recorrieron casi todo el camino hacia el balneario en silencio hasta que el señor Wilburg lo rompió.

-Sabe capitán -empezó. -Quizás no sea mi lugar. Quedarme en silencio me ha ido bastante bien todos estos años. Pero debo decirle en honor a la verdad, que jamás vi a alguien que se esmerara tanto en una situación tan compleja. Como lo hizo Lady Anabel por su familia. Realmente una mujer con un coraje y un corazón admirable. Debía decírselo.

-Una mujer admirable, que jugó con el destino de todos -Contesto William con el semblante oscuro.

-Supongo que lo hizo lo mejor que pudo, con lo medios de los que dispuso. -siguió el hombre. - Pero como le he dicho no es mi lugar. Le ruego disculpe la intromisión.

Siguieron en silencio el resto del camino.

Cuando William se reencontró con su cuñada, está ya tenía todo listo para su partida.

William le informó que había dispuesto todo para que las llevaran hasta casa, pero que él no las acompañaría.

Debo ver a John, fue lo único que pudo pensar claramente tras el descubrimiento. Debo verle. Debo hablar con él.

¿Pero cómo decirle? ¿Qué decirle? No podía de decirle toda la verdad. Pero merecía la verdad. Como decirle que su llegada al mundo era fruto de un acto tan vil. Quitarle a la única familia que conocía. Arrebatarle su verdad.

Sólo sabía que debía verlo. Quizás una vez allí, le quedaría claro cómo actuar.

Ahora mismo estaba inmerso en la confusión y la rabia.

Odiaba a su padre eso no era nuevo. Pero ahora, sentía irá hacia su madre por disponer así de su pasado.

Por tener que rebuscar las pistas en boca de desconocidos.

Por su descubrimiento tan irreal como cruel.

Quizás si esa carta no hubiera existido, ahora seguiría felizmente casado con Iliana y vivirían en paz.

Los artífices de ese dolor ya no eran de este mundo.

Sólo Octavia quedaba. Pero ella ya había pagado un precio muy alto.

Tenía que ver a John.

Lo que haría después lo decidiría una vez allí.

En su carta John le informaba de que estaba formando cadetes. Así que su idea era ir directamente a la academia, esperando que siguiera ahí tras todo ese tiempo.

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