Veintinueve

Aiden

Le obsequié una fingida sonrisa a la mujer de estatura media y de unos treinta y tantos para que el supervisor de caja no me dijera nada más. Si algo no me gustaba, era sonreír sin ganas. ¿Por qué tenemos que hacerlo? ¿Por qué nos fuerzan a sonreír cuando no lo sentimos? A eso se le llama falsedad. Porque, por más que curves tus labios para dar una buena imagen, en realidad, para los ojos de universo, no estás dando una. Estás siendo falso. Y en mi caso, obligado. 

Desde que llegué al trabajo y tomé asiento en mi caja asignada, mi mala cara llamó la atención del supervisor. Pero no es que era intencional no sonreír, me dolía mucho la cabeza y lo del embarazo de mamá rondando por mi mente no me dejaba tranquilo. Anoche, prácticamente no dormí nada pensando en cómo es que haría y en qué

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