Treinta y seis

Aiden

Cerré la puerta detrás de mí mientras mantenía la mirada de su padre. No quería que pensara que era un tipo que no podía mirarlo a la cara por vergüenza, quería demostrarle que no era un cobarde.

Gastón corrió la silla del escritorio y se sentó al mismo tiempo que me señalaba que hiciera lo mismo.

—¿Cómo estás, Aiden? —me preguntó. Su tono no era autoritario pero tampoco parecía ser del todo amable.

«Un poco incómodo.»

—Bien.

—Me dijo mi mujer que has estado viniendo seguido a casa. A ella le caes muy bien, dice que eres un buen chico.

Sonreí levemente.

—Sí —respondí, sintiéndome tonto por no saber qué más agregar.

—¿Sabes? Desde el día en que cruzaste la puerta de cas

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