Cuarenta y siete

Emma

Los días junto a Aiden eran de lo más raros. Desde que perdió a su madre ya no era el mismo chico que conocía, y está bien, entendía que él había sufrido posiblemente el golpe más doloroso de su vida, pero cuando cruzábamos miradas, una sensación rara me recorría el cuerpo entero. Intenté que nos sentáramos a hablar en varias ocasiones, pero Aiden no parecía querer ceder y me terminaba aclarando que no tenía ganas de charlas o simplemente me evitaba y me dejaba con las palabras en la boca.

¿Cómo iba a poder ayudarlo si él no me dejaba hacerlo? Yo no podía hacer magia, no tenía una varita mágica escondida en mi pantalón, pero vaya que sí necesitaba una con ese chico. Mis padres también empezaban a notar esa rareza cada que veían a Aiden y, aunque no me lo dijeron person

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