Emma
Sus ojos me recorrieron lentamente en cuanto respondió que no estaba bien.
En ese momento lo único que quise hacer fue darle un fuerte abrazo para hacerle sentir mejor emocionalmente, pero no podía arriesgarme a que me diera algún empujón para alejarme de él. Eso sería muy vergonzoso para mí y no podría volver a verle a la cara. Además, eso estaba fuera de lugar. Sentí tanta empatía con él porque yo sabía perfectamente lo que se sentía que te golpearan en la entrada del colegio. Esos recuerdos horribles volvieron a mi mente de un segundo a otro y no pude evitar ayudar a levantarlo.
Se quejó un poco por el dolor del estómago, pero se levantó como si no le hubiese pasado nada.
—¿Te acompaño hasta la enfermería? Deberían desinfectarte esa herida del labio.
—No hace falta —dijo cortante. ¿Mi presencia le estaba molestando? No sabía la respuesta con seguridad, pero esperaba que no le desagradara que me quedara a su lado para intentar ayudarlo. Su mirada refleja rabia.
—¿Estás seguro?
Se llevó la mano al estómago y sobó la parte afectada repetidas veces.
—Segurísimo.
—No tengo problema en acompañarte —me sorprendí al decirlo. No quería sonar pesada, pero estaba un poco preocupada por él.
—No es necesario —respondió y me dio la espalda para empezar a caminar hacia la entrada—. Puedo ir yo solo. Ve a clase, llegarás a tarde.
Me quedé en mi lugar, observando su espalda derecha.
—Aiden —lo llamé y, para mi sorpresa, no se dio la vuelta. Bueno, no tenía por qué ser una sorpresa, no lo conocía y no sabía cómo era de reaccionar él. Pero supongo que me había quedado con una versión muchísimo más amable de mi compañero. A simple vista y por lo poco que conversé con Aiden el viernes pasado había estado de mejor humor. Y ya que lo pensaba, no podía pretender que estuviese con el mejor de los humores cuando un grupo de estúpidos lo habían rodeado para pegarle, pero sí que esperaba un mejor recibimiento de su parte porque yo solo intentaba ayudarlo—. Insisto.
—No necesito que me acompañes, puedo ir yo solo.
Entró al colegio y me quedé sola en la entrada, sopesando por un segundo.
Su tono me resultó mucho más cortante que cuando le pregunté por primera vez si quería que lo acompañara hasta la enfermería, pero lo entendía, estaba enojadísimo por el suceso. Cuando a mí rara vez algún alumno me brindaba ayuda después de tener que soportar algún abuso por parte de mis compañeros, me comportaba muy amable, pero supongo que todos reaccionamos de distintas maneras.
¿Habrá sentido vergüenza?
Esa pregunta no dejaba de rondar por mi cabeza. Yo sí la sentía después de lo que me hacían y antes también. Me daba mucho miedo y me hacía sentir avergonzada estar asustada de lo que una persona maleducada podía ser capaz de hacerme.
Cuando llegué a la clase de matemáticas, me disculpé con el profesor por mi tardanza y me senté en mi lugar. Observé a mi alrededor, todos los bancos estaban ocupados, a excepción del de una persona: Aiden.
Saqué el libro requerido y la carpeta de mates para copiar lo que el profesor estaba dando y lo que no tenía ganas de aprender. Odiaba las matemáticas. Muy aburrido para mi gusto.
Mis ojos volaron al asiento desocupado y mi mente se centró en él; en ese chico que no conocía nada pero que mucho me intrigaba. Nunca había sentido tanta curiosidad por alguien. Sonaba estúpido, pero así era. Estúpido y raro. Intenté enfocarme en lo que tenía que hacer y me propuse resolver los ejercicios dados. Me sentí orgullosa de mí cuando el profesor pasó por mi banco y me dijo que lo que había hecho estaba perfecto. Al menos comencé la materia del demonio entendiendo el nuevo tema.
Cuando el timbre sonó me fui directo a mi casillero. Al ratito Kendall llegó a mi lado con una expresión rara en el rostro.
—¿Qué te pasa? —le pregunté después de saludarla.
—Chad me propuso saltarnos las clases e irnos a su casa.
—¿Qué? —elevé las cejas. No me gustaba nada esa propuesta de él.
—Lo que escuchas —asintió.
—Supongo que le dijiste que no, ya sabes que eso no se hace y que si mis tíos se enteran te van a querer matar. Apenas empezamos las clases y ya te tientan a hacer esto.
Resopló.
—¿Qué crees que debería hacer?
—¿Acaso no quedó claro? —la miré de reojo mientras metía el libro de matemática en el casillero.
—Pero... es que él me gusta de verdad y no quiero que se decepciones de mí.
—¿Tú quieres irte con él a su casa? Casa que seguramente va a estar completamente vacía —aclaré. Ya me veía las intenciones de ese muchacho.
Pensó su respuesta.
—No sé —dijo.
—A mí me parece que no quieres, que te da miedo hacer eso.
Se encogió de hombros. Su rostro de verdad derrochaba indecisión.
—Si no voy se va a decepcionar.
—¿Crees que él te quiere? —inquirí.
—Obviamente.
—Entonces, si eso es verdad, le dirás que no y él no se decepcionará de ti. Si no te sientes segura en hacer algo, Chad tiene que entenderlo y no decepcionarse para nada. Haz que te respeten, Kendall.
Cerré el casillero, la miré y ella a mí.
—Si te vas me voy a enojar —confesé. No quería ser un estorbo en su relación, pero esa propuesta de él no me caía nada. Además, si tanto se quería escapar del colegio, ¿por qué no la invitaba a algún parque o, quizás, a algún café? Kendall siempre me había dicho que quería esperar hasta el matrimonio para hacerlo, y que después, en la luna de miel, se entregaría al amor de su vida en aquel aspecto. Chad no se me hacía del tipo de chico que acepta y respeta todo de su pareja por amor. No creía que fuera del tipo que dice «quiero hacerlo cuando ella quiera porque la respeto.»
Siempre fui muy sobreprotectora con Kend, no me importaba que fuese mayor que yo por unos meses, la quería proteger de todo. Y algo en mí decía que debía protegerla de Chad. No estaba en posición de decir que él era una mala persona, pero sí podía asegurar que la propuesta era una malintencionada. En el caso de que ella se fuese a la casa de él, habría dos posibilidades, ambas malas; la primera es que ella acepta a hacerlo para no verse mal, lo que implicaría que después se sienta muy mal. La segunda es que ella se niegue a hacerlo y que él se moleste por no conseguir su deseo, lo que también implicaría que Kendall se sienta muy mal y que termine en mi casa esperando que la consuele con comida, abrazos, siendo toda oídos, viendo películas o capítulos de alguna serie y quedándose a dormir.
—No seas así.
—¿Y cómo quieres que sea? ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué sí, que vayas y te diviertas? Se te nota en la cara que estás asustada y que no quieres ir a ningún lado porque sabes lo que pasará si vas.
—Tal vez no sea lo que pensamos, tal vez...
—Tal vez, nada. Te lo ruego, Kendall, no te vayas —pedí. Sabía que ella quería hacerme caso, pero la parte embobada de su cabeza la hacía sopesar y sopesar—. Prométeme que no irás. No hagas cosas de las cuales te puedes arrepentir, Kend. Yo quiero lo mejor para ti.
—¿Qué excusa pongo? —preguntó.
—Ninguna, dile que no quieres, que no te animas y ya.
—Pensará que soy una cobarde...
—Si lo piensa es porque es otro idiota en el mundo que no te merece.
Suspiró.
—Me lo tienes que prometer.
—Te lo prometo —respondió, pero no me sentí aliviada al escuchar su respuesta. Temía que Chad le llenara la cabeza y que ella terminara accediendo.
La clase de economía comenzó y me senté al lado de mi prima, en el banco que escogimos la semana pasada. Nuevamente estábamos todos en el aula, excepto la persona de la cual había querido saber desde que lo vi entrar al colegio. No tuve la suerte de verlo en los pasillos cuando fui a buscar y guardar algunas cosas en mi casillero. Quería saber cómo se encontraba. Al menos me conformaba con verle de lejos.
—¿Y entonces se fue? ¿Así como si nada? —levantó las cejas.
—Sí, me quedé como tonta allí parada. Cuando entré no lo vi más.
—Quizás después de ir a la enfermería le dieron el permiso de irse a su casa.
—Me gustaría saberlo.
—Creo que ahora puedes enterarte —comentó y la miré. No tenía idea de a qué se refería, pero en cuanto oí la puerta del salón cerrarse, lo supe. Aiden estaba allí.
Se disculpó con el profesor por la tardanza y dio unos pasos para llegar a su asiento. Dejó las cosas sobre la mesa y, para mi sorpresa, nuestros campos visuales se cruzaron. Fueron, quizá, tres segundos, pero la verdad es que los sentí eternos y me dio el tiempo de sobra para ver su cara. Se notaba mucho que había sido golpeado y esos moretones acaparaban la atención.
¿Dónde había estado? ¿Por qué no apareció en toda la clase de matemáticas?
Quería saberlo, y no entendía muy bien qué pasaba conmigo.
¿Por qué de repente me atraía tanto ese chico?
EmmaLa clase concluyó y me dirigí hacia los vestidores de chicas. Tenía que ponerme la ropa deportiva para educación física, una de las materias más sencillas y una de las que menos me gustaban.Sí, era sencillo y eso era bueno, pero no era lo suficiente como para que me gustara. Me sentía con vergüenza cada que tenía que hacer algún ejercicio de lo que fuera, me daba la impresión de que hacía el ridículo. No quería tener que escoger compañera porque siempre que Kendall se ausentaba en las clases por algún que otro motivo, yo caminaba mirando a todas partes para ver si alguien quedaba disponible y quería juntarse conmigo. Cuando eso ocurría y todas tenían su dúo hecho, las chicas me miraban porque que estuviera sola llamaba mucho la atención, y la profesora terminaba por ponerme con algún
EmmaGolpeé la pelota con torpeza y la tiré mucho más lejos de lo que debía hacer. Puse mala cara y cerré los ojos por unos segundos.Estaba pasándola mal, y no me cabía duda alguna de que James estaba sintiendo la jodida vergüenza ajena, pero no podía culpar al chico por sentirse así, yo era un desastre completo en el voleibol.Me di la vuelta para ver a Kendall, y con un gesto de manos intentó alegrarme y alentarme a seguir los ejercicios con calma.Y pensar que solo había pasado una media hora... una media hora de puros malos golpes. Creo que no pudimos coordinar un solo tiro. Bueno... yo no podía. Tampoco era que le estuviera poniendo el mejor de mis esfuerzos ¿Qué podía esperar? ¿Que me resultase todo bien...?—Tranquila, ya mejorarás.—Lo dudo.&mdash
Emma—Te doy mi número ahora porque después sé que me voy a olvidar—Maddie le tendió un pedazo de papel doblado a Aiden y él lo agarró manteniendo una sonrisa en la cara.Sentí como si fuera el mal tercio en ese momento, y también entendí lo que se sentía tener ganas de empujar a mi compañera para que se alejara del chico que me atraía. Me sentía realmente tonta sintiéndome así por alguien con el que hablé apenas el viernes. Definitivamente Kendall se había equivocado, no todos despreciaban a Aiden, porque Maddie no lo trataba con disgusto por que él fuese pobre.Aiden le agradeció y Maddie me miró con amabilidad, como si no le molestara que yo estuviese cerca del chico que parecía gustarle. No pude evitar pensar que ella pensaba que yo no era una competencia, y eso me pu
Aiden—Hola, Aiden—me dijo una voz dulce y que yo muy bien sabía reconocer. Bajé la mirada hacia ella y le regalé una sincera y cálida sonrisa, de esas que Maddie (a diferencia de muchas personas que conocía) me daba.—Hola, Maddie—dije con fingida tranquilidad.No lo podía negar, me ponía nervioso apenas oía que la nombraban. Ella era de esas chicas que parecen engreídas, pero que, cuando las conoces, te das cuenta de que tienen un enorme corazón, y creo que por eso me gustaba tanto. Era la primera que no me trataba igual que las demás personas.—¿Te gustaría ser mi compañero?No hacía falta pensar una respuesta, la palabra«sí» salió de mi boca y la vi sonreír otra vez, satisfecha y contenta. Yo también me alegraba de ser s
EmmaMe quedaba más que claro que Aiden gustaba de Maddie, él mismo lo había confesado hacía no más de media hora. Le agradecí a la enfermera y salí de la enfermería con un sabor amargo en la boca.No entendía por qué me chocaba tanto, estaba claro que él me atraía mucho, pero no llegaba a comprender cómo ni por qué me pasaba eso. Solo fueron dos días en los que realmente me di cuenta de su existencia. Está bien que lo había visto efímeros segundos en las clases que compartíamos, pero de no haber hablado el viernes con él cuando me cobró en el supermercado, quizá Aiden en este momento no estaría siendo el protagonista de mi actual pensamiento, e inclusive, de seguro ni siquiera lo reconocería al verlo pasar por los pasillos.Una mirada y una breve conversación, &iques
EmmaMi cara de sorpresa ante las palabras de Chad había sido la clara respuesta que él buscaba para su pregunta.No era verdad que Aiden y Maddie se habían besado. Chad lo inventó para saber si yo realmente miraba la pared o si miraba a mi compañero de clases. Me había quedado descolocada por un segundo cuando Chad me dijo que, por mi reacción, era claro que no miraba la pared. Lo cierto es que había una cosa que no me cuadraba… ¿Por qué él había emparejó a Madison y Aiden si Chad no sabía que ambos tenían algo?No tardé en mirar a Kendall y darme cuenta de que ella ya le había ido con el chisme sobre esos dos. ¿En qué momento había sido? Yo le estaba comentando a mi prima sobre aquello hacía un rato, poco antes de que llegara su novio Chad. No me quedó otra posibilidad que pensar
EmmaLa mañana siguiente subí las escaleras de uno de los pasillos del instituto y me dirigí a la sala de proyección. Tenía la almohada pegada a la cara y a mi alma la había abandonado en mi cama en el momento en que sonó la alarma y mamá tiró de mis pies para que saliera de mi lugar de descanso.Era martes y ya sentía las ganas de que fuese fin de semana para dormir todo lo que yo quisiese.—¿Se murió alguien?—elevó las cejas cuando llegué a su lado.—Estoy cansada, Kendall. No me molestes.Rodó los ojos y me senté junto a ella.—Recién pasó la directora y nos avisó que la profesora no vendrá.—¿Ah, no?—pregunté contenta.—Creo que dijo que se enfermó o no sé qué
EmmaBusqué el Facebook de Aiden durante media hora, estaba decidida a encontrarlo, decidida a enviarle una solicitud de amistad, pero terminé por resignarme cuando no encontré el usuario que yo quería.Me mordí el labio, pensativa.Quizá no tenía Facebook. Esa red ya estaba bastante pasada de moda, casi nadie la usaba hoy en día, y quizá él no era la excepción.—Quiero ver algo—insistió Katherine otra vez. La niña se había pasado casi todo el rato pidiéndome que dejara de usar mi ordenador así ella podía buscar alguna película que le llamara la atención. Yo le decía que en un momento terminaba, pero no se quedaba conforme con la respuesta y seguía inquiriendo cuánto me faltaba para terminar.—Lo sé, Katherine—soplé