Simone, desesperada, acepta ser madre por contrato de la hija del Ceo Edmond Arnaud. El contrato es claro, fingirán ser pareja, no deben enamorarse. Ellos se odian y a la vez una atracción extraña los consume. No lo recuerdan, pero pasaron una noche apasionada juntos y la pequeña es hija de ambos.
Leer másEdmond.Esteban destapa el cuerpo hasta la altura del pecho. La impresión causada por verla en tal estado me toma imprevisto. Pongo la mano en mi boca, miro hacia otro lado, intentando asimilar lo que captaron las retinas. Me pregunto si la justicia nos llegará a todos tan cruda como lo ha hecho con Karine. Vuelvo a mirarla; la piel pálida, mortecina, hace más perceptibles los horrores por los que tuvo que pasar. Tiene el rostro amoratado, el costado derecho casi desfigurado. Una herida profunda le atraviesa el cuello; los colores marrones y lilas se extienden alrededor de este. Quiero dejar de verla, pero su presencia actual se mezcla con los recuerdos que tengo de ella. La mujer que desposé en el altar; la que presumí al mundo, la que nos abandonó y luego regresó para dejar claro que le pertenecíamos. Éline; Simone y yo fuimos peones en su juego bien calculado. Aunque su última estratagema la llevó a la muerte, el daño está hecho. Ella yace sobre este metal frío; no sé si descansará
Edmond.Camino de un lado a otro en la sala de espera. Cada minuto es tortuoso. No he podido emitir palabra. Jerome es quien se ha encargado de contar a los presentes la verdad sobre los hechos. Mis padres se niegan a creer que Simone sea la verdadera madre de Éline; se sienten engañados, decepcionados, y con una vergüenza eterna hacia ella. Hugo está apartado, el resentimiento le marca el rostro; no nos dirige la palabra. Escuché decirle a Richard que se consideraba el verdadero culpable de que Kemish se haya acercado tanto a su hija. La situación es un completo desastre para ambas familias, los periodistas son buitres detrás de la historia aún no revelada al público. Estamos conmocionados, esperamos noticias de los doctores sobre el estado de salud de Simone y Eline. —¿Qué haremos ahora? —pregunta mamá—. ¿Cómo le diremos a Éline?—Agatha, podemos resolver este malentendido como familia. Ellas se recuperarán...—Ni lo piensen —interrumpe Hugo a mi padre—. Mi hija ha sufrido demasiad
Edmond.Una hora antes del rescate.Mi amigo conduce, tenemos la dirección exacta de la casa. Al este de la ciudad los rayos del sol comienzan a invadir el cielo. Amanece, pero para mí todo lo sume las tinieblas. La incertidumbre es constante, no me abandona; estoy un paso detrás de ese par de malnacidos, me aterra no llegar a tiempo. Karine y Kemish tenían un plan bien calculado; él sugirió que ella necesitaba atención médica; se brindó para llevarla al hospital. Jerome fue tras ellos, y por un descuido los perdió de vista. Lo peor es que esa distracción la ocasionó la llamada de Esteban, no tuvo que indagar mucho para descubrir que Kemish es primo de Paul, el exnovio y abusador de Simone; hecho suficiente para sacar conclusiones. Ese maldito fue partícipe de aquella desgracia; no quedan dudas, aunque aún haya que llevarlo a investigación. —No desesperes —dice él—. La policía se hará cargo del operativo de rescate. Ya sabemos dónde están.—No permitiré que saquen a Simone de esa cas
Edmond. Cinco horas antes del rescate. Aunque mi salón está concurrido, siento la soledad ahuecar mi ser. Un vacío seco me recorre el pecho, es como si el alma me hubiera abandonado, como si las sensaciones agradables que la llenaban se esfumaron. Tal vez así fue, mi hija y la mujer que amo han desaparecido, mi abuelo; el hombre al que admiré y respeté tanto intentó asesinar a Simone, lo peor de todo es la verdadera culpable de cada hecho, Karine, victimizándose frente a mis padres, un teatro de mierda que el coraje me exije destrozar. El impulso corre en mis venas, el deseo de acabar con ella. Me les acerco; está acostada sobre un sofá, su respiración es lenta como si un falso agotamiento la hubiera derrumbado. El doctor de pacotilla le toma el pulso; ella abre los ojos lentamente, emite un quejido bajo. —¿Karine, se encuentra bien? —pregunta él, pero ella no responde, su vista busca sobre los presentes. —Edmond, mi amor —extiende su mano con una fragilidad tan creíble que mi ma
Simone.Mis piernas no responden, observo la fatídica escena en cámara lenta; parte de mí desea ponerse de pie, golpear a Kamish, quitarselo de encima a Karine, pero mi raciocinio solo logra ver con terror a mi abusador y con odio a la mujer que intentó asesinarme y se llevó a mi hija. Debo actuar, escuché sus planes; quiere matarla, incendiar la casa con ella dentro, a mí llevarme lejos, y lo que más me aterra de todo es que no hay lugar en sus planes para Éline, ni en los de vida, ni en los de muerte. ¿Piensa dejarla en el sofá mientras el lugar se pierde entre las llamas? ¡No voy a permitirlo! Este terrorífico evento tiene que ser la oportunidad de escape que necesito. La fuerza de Kemish logra derrumbar a Karine en el suelo, él cae sobre ella, no ha dejado de luchar, se aferra a la vida. Con lentitud me voy arrastrando justo a donde estaba el pedazo de vidrio. Mi mano lo toma con ahínco, en él se refleja un destello de la mañana que se cuela por las cortinas, no lo pienso mucho m
Simone.La saliva se escurre de mi boca cuando mi estómago vacía lo último que había en él. Estoy derrumbada en el suelo; por mi cuerpo pasean espasmos debido al miedo. Mi mente se ha quedado estancada en la inminente posibilidad de que la vida vuelva a practicar sus injusticias conmigo. ¿Qué debo hacer? ¿Acaso debo rendirme ante el terror y dejar que vuelvan a acabar conmigo? ¿Permitiré que me alejen de mi pequeña otra vez? ¡No! No puedo permitirlo. Mi vista recae en Éline que se remueve sobre el sofá; leves quejidos escapan de ella. Instintivamente intento moverme hacia su sitio.—¡No te le acerques! —exclama Karine interponiéndose en mi camino—. Eres más estúpida de lo que pensaba, entiende que ya perdiste; ella es mía, siempre lo fue; desde el primer momento que te cruzaste con Edmond, yo estaba allí, tuve que esperar a que la hicieran, luego a que la gestaras y parieras, ¿crees que la mereces más que yo? ¡Yo la crié! Yo le di lo mejor que tú nunca le hubieras dado. Mira este luga
Simone.Intento gritar, mientras él me arrastra hasta la sala. Karine se pasea por el lugar con asco, detalla cada rincón. Toma un portaretrato de una de las mesitas, uno en el que estamos mi madre y yo, apenas era una bebé, luego lo deja caer, el cristal roto resuena contra el piso. Me remuevo, quiero safarme del agarre, nada bueno puede salir de esta situación; ellos dos juntos, ¿por qué? —Deja de sacudirte como un gusano o lo vas a empeorar —dice ella. —Si prometes no gritar y estar tranquila, te dejaré ir, Simone —el aliento de Kemish sobre mi oreja me asquea—. No tienes más opciones, piénsalo. —Eso o despertaré a Éline y le contaré que la secuestraste y querías matarla. Cualquier cosa cabe en esta situación. El chantaje de Karine hace que me quede quieta; él retira su agarre de mi cuerpo, corro hacia mi hija, me paro frente al sofá lista para enfrentarme al que quiera acercarse a hacerle daño. —¿Qué hacen aquí? ¿En verdad, mi padre...? —No —responde él—. Tu padre no fu
Simone. Mis puños repican contra la madera de la puerta con desespero. Tardan demasiado en abrir, miro a Richard a mis espaldas; su porte firme esta vez se ha resquebrajado, he balbuceado todo el camino la historia del secuestro de Éline. Me pidió que no actuara de forma impulsiva, más, no se detuvo cuando le dije que me trajera aquí.—Calma, señorita Simone; le aseguro que la niña está bien.—Necesito verla, solo eso —sus labios se funden en una mueca, delatando no creerme una palabra; yo tampoco lo hago. Abren la puerta, es la sirvienta, apenas la escucho saludar; paso por su lado, corro escaleras arriba sin mirar atrás. Entro al cuarto de Éline, a media luz se ilumina un panorama con rasgos lúgubres. Voy hacia su cama; está plácidamente dormida, no quiero asustarla, la llamo en un susurro, pero ella no se mueve. La toco, sacudo su hombro, primero de forma delicada, luego con un poco más de fuerza. Mi corazón tiembla con miedo; ella no reacciona. La siento en la cama, la estremezc
Edmond.Un escalofrío cargado de miedo recorre mi cuerpo. Mi garganta se seca; la preocupación evoluciona a incertidumbre. Mi vista se nubla, el teléfono cae al suelo. Escucho las voces como un eco lejano. La sangre pasea helada por mis adentros, percibo el frío en la yema de mis dedos. Me guían al auto, intentan que reaccione, pero por más fuerte que sean las sacudidas no pueden sacarme de este estado de shock donde el hermoso rostro de mi pequeña es protagonista. Entonces las siento caer; las lágrimas, una detrás de otra. Desconozco el tiempo transcurrido, o si aún estoy respirando; lo próximo que siento es un puñetazo atravesando mi barbilla.—¡Que te centres carajo! El grito de Jerome hace que parpadee, el pánico afianza, entonces lo noto, estamos frente a mi casa, hay autos de policía, y demasiadas personas para mi gusto, incluso reporteros.—Esto es un desastre, una maldita desgracia —paso las manos por mi rostro, y el dolor del golpe que acabo de recibir se agudiza.—Disculpa,