Simone.Mis piernas no responden, observo la fatídica escena en cámara lenta; parte de mí desea ponerse de pie, golpear a Kamish, quitarselo de encima a Karine, pero mi raciocinio solo logra ver con terror a mi abusador y con odio a la mujer que intentó asesinarme y se llevó a mi hija. Debo actuar, escuché sus planes; quiere matarla, incendiar la casa con ella dentro, a mí llevarme lejos, y lo que más me aterra de todo es que no hay lugar en sus planes para Éline, ni en los de vida, ni en los de muerte. ¿Piensa dejarla en el sofá mientras el lugar se pierde entre las llamas? ¡No voy a permitirlo! Este terrorífico evento tiene que ser la oportunidad de escape que necesito. La fuerza de Kemish logra derrumbar a Karine en el suelo, él cae sobre ella, no ha dejado de luchar, se aferra a la vida. Con lentitud me voy arrastrando justo a donde estaba el pedazo de vidrio. Mi mano lo toma con ahínco, en él se refleja un destello de la mañana que se cuela por las cortinas, no lo pienso mucho m
Edmond. Cinco horas antes del rescate. Aunque mi salón está concurrido, siento la soledad ahuecar mi ser. Un vacío seco me recorre el pecho, es como si el alma me hubiera abandonado, como si las sensaciones agradables que la llenaban se esfumaron. Tal vez así fue, mi hija y la mujer que amo han desaparecido, mi abuelo; el hombre al que admiré y respeté tanto intentó asesinar a Simone, lo peor de todo es la verdadera culpable de cada hecho, Karine, victimizándose frente a mis padres, un teatro de mierda que el coraje me exije destrozar. El impulso corre en mis venas, el deseo de acabar con ella. Me les acerco; está acostada sobre un sofá, su respiración es lenta como si un falso agotamiento la hubiera derrumbado. El doctor de pacotilla le toma el pulso; ella abre los ojos lentamente, emite un quejido bajo. —¿Karine, se encuentra bien? —pregunta él, pero ella no responde, su vista busca sobre los presentes. —Edmond, mi amor —extiende su mano con una fragilidad tan creíble que mi ma
Edmond.Una hora antes del rescate.Mi amigo conduce, tenemos la dirección exacta de la casa. Al este de la ciudad los rayos del sol comienzan a invadir el cielo. Amanece, pero para mí todo lo sume las tinieblas. La incertidumbre es constante, no me abandona; estoy un paso detrás de ese par de malnacidos, me aterra no llegar a tiempo. Karine y Kemish tenían un plan bien calculado; él sugirió que ella necesitaba atención médica; se brindó para llevarla al hospital. Jerome fue tras ellos, y por un descuido los perdió de vista. Lo peor es que esa distracción la ocasionó la llamada de Esteban, no tuvo que indagar mucho para descubrir que Kemish es primo de Paul, el exnovio y abusador de Simone; hecho suficiente para sacar conclusiones. Ese maldito fue partícipe de aquella desgracia; no quedan dudas, aunque aún haya que llevarlo a investigación. —No desesperes —dice él—. La policía se hará cargo del operativo de rescate. Ya sabemos dónde están.—No permitiré que saquen a Simone de esa cas
Edmond.Camino de un lado a otro en la sala de espera. Cada minuto es tortuoso. No he podido emitir palabra. Jerome es quien se ha encargado de contar a los presentes la verdad sobre los hechos. Mis padres se niegan a creer que Simone sea la verdadera madre de Éline; se sienten engañados, decepcionados, y con una vergüenza eterna hacia ella. Hugo está apartado, el resentimiento le marca el rostro; no nos dirige la palabra. Escuché decirle a Richard que se consideraba el verdadero culpable de que Kemish se haya acercado tanto a su hija. La situación es un completo desastre para ambas familias, los periodistas son buitres detrás de la historia aún no revelada al público. Estamos conmocionados, esperamos noticias de los doctores sobre el estado de salud de Simone y Eline. —¿Qué haremos ahora? —pregunta mamá—. ¿Cómo le diremos a Éline?—Agatha, podemos resolver este malentendido como familia. Ellas se recuperarán...—Ni lo piensen —interrumpe Hugo a mi padre—. Mi hija ha sufrido demasiad
Edmond.Esteban destapa el cuerpo hasta la altura del pecho. La impresión causada por verla en tal estado me toma imprevisto. Pongo la mano en mi boca, miro hacia otro lado, intentando asimilar lo que captaron las retinas. Me pregunto si la justicia nos llegará a todos tan cruda como lo ha hecho con Karine. Vuelvo a mirarla; la piel pálida, mortecina, hace más perceptibles los horrores por los que tuvo que pasar. Tiene el rostro amoratado, el costado derecho casi desfigurado. Una herida profunda le atraviesa el cuello; los colores marrones y lilas se extienden alrededor de este. Quiero dejar de verla, pero su presencia actual se mezcla con los recuerdos que tengo de ella. La mujer que desposé en el altar; la que presumí al mundo, la que nos abandonó y luego regresó para dejar claro que le pertenecíamos. Éline; Simone y yo fuimos peones en su juego bien calculado. Aunque su última estratagema la llevó a la muerte, el daño está hecho. Ella yace sobre este metal frío; no sé si descansará
Capítulo 1.Grasse, Francia, La Fiesta del Jazmín, hace 5 años.Edmond.La ciudad baila, ríe, agasajada bajo de los jazmines que adornan la plaza. Turistas y pueblerinos disfrutan la fiesta, la música que se mezcla con el aroma de las flores. Este era un acontecimiento local que amaba desde niño, soñaba con ser uno de sus mayores exponentes, y hoy lo soy; los arreglos florales, los aromas que se esparcen como olas por estas callejuelas estrechas y laberínticas son mías, llevan la marca: “Arnaud”, mi apellido, el cual gobierna el mundo del perfume. Sí, siento orgullo, pero no me complace, tengo la necesidad de algo más, mi vida aclama algo nuevo. Tal vez sea la razón por la que me encuentro sentado en uno de los reservados de este palacete, teniendo mi sexta cita con la mujer que se acerca ofreciéndome una amplia sonrisa. Karine Dufour, la hija mayor de una de las familias más influyentes de Francia; hermosa, y ambiciosa, perfecta para reinar a mi lado en el mundo de la perfumería. Ll
Capítulo 2.Simone.Miro hacia varios lados, buscando a quién pertenece la pequeña. No me suelta, parece que me ha confundido, ya que me llama mamá. Su sonrisa es tan dulce que el que tenga los ojos tan parecidos al ogro de Edmond Arnaud me hace dudar que tenga algún parentesco con él. Sin embargo, no encuentro otra solución lógica.—Eres mi mami, hueles rico —vuelve a afirmar y por más pena que me cause tengo que decirle que está equivocada.—Cariño, yo no soy tu ma…—Éline, deja a la señorita Bonnet —su voz vuelve a erizarme la piel.No puedo ocultar el sobresalto que me causa tenerlo cerca, ni siquiera sentí cuándo llegó. Sus iris dorados me analizan, siento que me traspasan, que pueden ver hasta el más íntimo de mis secretos.—Pero, papi, yo la quiero.Él nos sigue observando a ambas, suspira y se acerca a la niña. Logra separarla de mí, a pesar del berrinche que esta forma.—¿Qué te he dicho de subir en el elevador sola? —la regaña—. Tienes que esperarme en el auto. Despediré a e
Edmond.Éline piensa que no siento cuando se escurre de la cama, es una niña demasiado inteligente, supongo que por eso me tiene a sus pies, es mi princesa, haría lo que fuera por verla feliz. Es la principal razón por la que no la regaño cuando se va de hurtadillas al amanecer, quiere que yo y su nueva madre estemos solos. «Simone Bonnet…», la desconocida que de un momento a otro llegó a nuestras vidas. A veces creo que tomé la decisión a la ligera, que me apresuré sin conocer a la chica, pero soy un hombre de instintos, estos nunca me han fallado. Esa mujer tiene algo que me incita a rondar alrededor de ella, a la espera, no sé de qué. Las primeras luces matutinas se cuelan por los cristales de la ventana. Hace más de una hora que ella yace abrazada a mí. Una ligera sonrisa se escurre en mis labios; con lo clara que fue respecto a las relaciones íntimas, lo último que imaginé es que disfrutara de mi cercanía. Sé que lo hace, su respiración es lenta, los cabellos castaños descansan