Capítulo 2.

Capítulo 2.

Simone.

Miro hacia varios lados, buscando a quién pertenece la pequeña. No me suelta, parece que me ha confundido, ya que me llama mamá. Su sonrisa es tan dulce que el que tenga los ojos tan parecidos al ogro de Edmond Arnaud me hace dudar que tenga algún parentesco con él. Sin embargo, no encuentro otra solución lógica.

—Eres mi mami, hueles rico —vuelve a afirmar y por más pena que me cause tengo que decirle que está equivocada.

—Cariño, yo no soy tu ma…

—Éline, deja a la señorita Bonnet —su voz vuelve a erizarme la piel.

No puedo ocultar el sobresalto que me causa tenerlo cerca, ni siquiera sentí cuándo llegó. Sus iris dorados me analizan, siento que me traspasan, que pueden ver hasta el más íntimo de mis secretos.

—Pero, papi, yo la quiero.

Él nos sigue observando a ambas, suspira y se acerca a la niña. Logra separarla de mí, a pesar del berrinche que esta forma.

—¿Qué te he dicho de subir en el elevador sola? —la regaña—. Tienes que esperarme en el auto. Despediré a esta niñera también. 

La niña sigue su pataleta, intenta alcanzarme estirando sus manitas, él le recuerda el número de niñeras que ha tenido que echar por su culpa, y yo solamente quiero salir corriendo lejos de esta familia de locos. 

—Señorita Bonnet, venga a mi oficina; he reconsiderado mi decisión.

A pesar de la extraña escena una sonrisa se instala en mi rostro, no sé si son pruebas del destino, pero si esta es la oportunidad que necesito la tomaré, aunque tenga que ser asistente de este señor. 

Entramos a su oficina, todo el lugar está decorado de gris y negro. A un costado hay una enorme repisa en la que se exhiben varios frascos de perfumes, sin dudas son todas las creaciones que están en el mercado. El aroma es delicioso, tanto que se pierde el que portamos cada uno. Deja a la pequeña en el escritorio y le da algunos útiles para colorear. Él toma unos papeles y viene hacia mí. Me los extiende, es un contrato, estoy y al punto de darle las gracias cuando leo de lo que se trata el mismo: «Madre por contrato… ¿eh?», vuelvo a leer; «¡MADRE POR CONTRATO!

—¿Qué…?

—Mi hija necesita una madre, y la ha elegido —interrumpe él mi pregunta—. Nunca la he visto actuar así con nadie, ni siquiera con mi exesposa. Puede leerlo si desea.

—Señor, disculpe, pero esto no es algo que se tome a la ligera, ni el puesto que yo estaba solicitando. 

—¿Cree que me tomo a la ligera la maternidad de mi hija? —cruza los brazos ofendido.

—No, no es eso, es que todo esto es tan extraño y repentino yo…

—Usted necesita dinero, lo dejó claro hace un rato; yo le ofrezco una suma generosa, vaya a la página tres, esquina inferior derecha —hago lo que me dice, mis ojos se abren ante el monto—. Considero que es más que suficiente. Tómese el tiempo necesario para leerlo, hay puntos clave que tienen que quedar bien claros, también si usted desea agregar algo se puede considerar.

No puedo negar la tentación que me causa dicha suma, sería la solución a mis problemas, podría internar a mi abuela en un hospital privado donde su enfermedad sea bien tratada. Ella es lo único que tengo en esta vida, fue quien me acogió cuando mi madre murió y mi madrastra me echó de casa. Siempre sacrificó tanto por mí que estoy dispuesta a darlo todo por ella, lo merece. Tomo asiento frente al señor Arnaud y comienzo a leer lo que se me exige en dicho contrato. Es, básicamente, jugar a la mamá y al papá de la pequeña; un circo muy bien montado donde los sentimientos entre ambos adultos no están permitidos.

—Acepto todo, señor, pero he de agregar una cláusula.

—Espero no sea revocar la parte en la que no tiene permitido enamorarse de mí, porque será imposible.

—Para nada, ese punto me parece perfecto e improbable —él arquea una ceja.

—Para mí también sería improbable enamorarme de usted, señorita Bonnet.

Su comentario a pesar de estar cargado de arrogancia y de algo parecido al resentimiento, no me afecta, no soy el tipo de mujer del que un hombre como él puede gustar; sin embargo, lo que delatan sus ojos dice lo contrario, ese brillo filoso en ellos me acusa, parece que lo he ofendido.

—Lo que deseo agregar es que no se permita la intimidad entre ambos sin mi consentimiento —su expresión cambia a puro asombro.

—¿Cree que yo sería capaz de forzarla? ¿Qué tipo de hombre piensa que soy?

Por mi mente pasan las desgracias que por culpa de hombres he vivido, por confiar en quien conocía de toda una vida. El corazón se me acelera, los dedos quieren temblarme, pero me mantengo fuerte a la hora de contestarle.

—No puedo suponer nada, yo a usted no lo conozco, pido esa cláusula por mi seguridad, ya que debemos dormir juntos.

—Sí, con Éline en medio… Pero tiene razón, no hay cláusula en el contrato que defienda esa parte. Mi abogado lo agregará. Puede confiar en mí, Simone, no la tocaré.

Sus ojos conectan con los míos, es la primera vez que dice mi nombre dejando las formalidades a un lado, y está bien, puesto que tenemos que tutearnos, pero hay algo en ese mirar, en la forma que pronuncia mi nombre que se me hace extraña. 

—Gracias, señor Arnaud, daré lo mejor de mí.

—Es un trato entonces, te veré mañana aquí a esta misma hora. Tendré la cláusula lista y espero tú también lo estés. Recuerda que a partir de mañana vivirás con nosotros.

Son sus últimas palabras. Me marcho, pensando en todo lo que debo solucionar antes de comprometerme completamente al gran giro que dará mi vida.

El silencio nos toma mientras firmo el contrato, quiero creer que no he cometido un error, que la desesperación no me ha jugado una mala pasada. Vine buscando trabajo con buena paga, y es lo que obtuve, eso es todo lo que me debería importar, ¿verdad? 

Esta misma tarde mi abuela fue trasladada al mejor hospital de Gracce, tendrá enfermera personal y una habitación de lujo, siento gran alivio. Ayer la visité, su estado no cambia, sigue sin poder moverse o emitir o una palabra, a veces dudo que pueda sentir u oír algo de lo que digo. Es una muerte en vida, una que ella no merece. Cuando desperté del coma hace cinco años, ella estaba a mi lado, una de las tantas cosas que me dijo en ese momento fue lo mucho que había rezado por mi recuperación, pidiendo al cielo que ese mal lo pagara ella, a veces creo que Dios sí la escuchó y no puedo dejar de creer que todo esto es mi culpa.

Le extiendo los papeles y la pluma, Edmond me observa fijamente, yo aparto la mirada, sin dudas hay algo inquietante en esos iris dorados.

—Bien, debemos irnos —comenta él finalmente—. Espero no te estés arrepintiendo.

—No lo hago.

—Tu rostro dice lo contrario.

—No me conoces como para afirmar eso.

Él asiente, mantiene el semblante serio, pensativo, y así lo hace todo el camino hacia su hogar. Entramos a un distrito privado, el auto se detiene frente a un palacete de piedra blanca y amplias ventanas. Las rejas de la propiedad se abren, hermosos jardines adornan todo el camino de estrada. Este lugar es más grande que el pueblo en el que solía vivir. No sé si pueda acostumbrarme o si esta vida sea para mí. Él carga mi maleta, me da un leve tour por la planta baja de la casa donde especifica los sitios que puedo frecuentar. Me lleva a la que será mi habitación, la cual está conectada con la suya que es donde dormiremos. Pensar en ese momento hace que el corazón se me acelere, cosa absurda, cuando fui yo la que accedí a esta farsa. 

El lugar es enorme, decorado de blanco y dorado, hay olor a lavanda y un bello arreglo de rosas sobre el tocador, se siente acogedora. Estoy desempacando cuando mi móvil suena, es Ingrid, mi mejor amiga, ayer le dije que me mudaría temporalmente a casa de otra amiga, sé que no se lo creyó, por lo que la he estado evitando. Tanto lujo me hace dudar de qué vestir para ir a cenar, ya voy retrasada. Me coloco un vestido sencillo con estampados florales, «sí, parezco una campesina». Bajo corriendo las escaleras, no recuerdo en qué ala quedaba el comedor, intento ir a la derecha cuando tropiezo con el último escalón, y choco con un hombre que justo iba saliendo de esa dirección. Sus manos me sostienen, e impiden que caiga al suelo.

—¿Estás bien? —fijo mi atención en él, su semblante denota preocupación.

—Sí, disculpa, soy algo torpe, lo siento mucho.

—Tranquila, a mí me pasa todo el tiempo —me ayuda a recuperar el equilibrio—. ¿Te conozco? Es que me suenas familiar.

—No lo sé, creo que no. Es decir yo a usted no recuerdo haberlo visto nunca.

Escudriño su rostro, ojos verdes, cabello rubio claro, tez bronceada. No, no lo he visto nunca en mi vida, o tal vez sí, y es una de las memorias que perdí después del accidente, aunque no lo creo. Mi abuela se encargó de ayudarme a recordar las cosas más relevantes.

—¿Sucede algo? —Edmond sale de no sé dónde captando la atención de los dos. 

Sus ojos se fijan en el agarre que ejerce el hombre en mi cintura. Me aparto, no sé por qué siento vergüenza, aliso mi vestido e intento esconder mi cara mientras hablo, siento las mejillas calientes.

—Yo tropecé con él, y casi caemos al suelo.

—¿Haciendo estragos en tu primer día? —dice con tono arrogante.

—No la regañes, amigo —responde el rubio—. Yo tampoco iba prestando atención. ¿No me vas a presentar?—Edmond rueda los ojos.

—Simone, él es Jerome, mi mejor amigo.

—Y el único que tienes —no puedo evitar reírme ante el comentario.

—Sí, como sea —él dirige su atención a mí—. Éline te está esperando en el comedor, cenarán juntas. Es por allá.

Señala hacia la izquierda y hace un gesto para que me marche, «es un ogro grosero». Al llegar al comedor la niña grita mi nombre, sus ojos brillan haciendo que el corazón se me llene de ternura. No dudo en sentarme junto a ella, aunque que me llame “mamá” se siente extraño, compartir juntas no es incómodo, hace lo que le digo aunque es un poco caprichosa, no deja de recordarme lo feliz que está de que tener una madre solo para ella. ¿Se puede comprar el tipo de amor que desa que yo le dé? No lo sé, pero a pesar del miedo que me causa, cuando estamos juntas, algo me dice que todo esto está bien.

La noche fluye de maravillas, Éline me enseña sus juguetes, deja que la peine y la vista. Según lo que cuenta fue su idea la de que los tres durmiéramos juntos, ya que así pasa más tiempo con su padre, pues a este nada más lo ve en las noches. Me imagino lo ausente que debe ser Edmond como papá, al tener toda una compañía sobre sus hombros. También siento pena por la niña, sé lo que es añorar la presencia de un padre.

Al llegar a la habitación él nos espera, solo está usando un par de pijamas negras, su pecho queda al descubierto, juro que nunca había visto un torso tan bien formado. 

—Hora de dormir.

Es lo único que dice antes de cargar a la niña y acostarla en el medio, él toma el lado izquierdo; aún me cuesta respirar, pero voy a mi lugar. Me coloco boca arriba, cuando siento el cuerpecito de Éline pegarse a mí, me abraza como si me fuese a escapar de ellos. Siento su aroma, que delicia, huele a manzanas, a flores…

—Gracias, mami, ha sido la mejor noche de mi vida.

Su vocecita cargada de esas palabras hacen que se me agriete algo en el pecho, es un sentir extraño, profundo, algo que duele.

No he podido concebir el sueño, he pasado horas mirando a través de la ventana, juro que he visto como la luna cambia de posición. No estoy acostumbrada a dormir con más personas. Apenas me he movido, me duele el cuerpo, los ojos me arden; mi mente pide un descanso, pero casi amanece y debo prepararle el desayuno a la pequeña, se lo prometí anoche. Si me duermo ahora no sé a qué hora despertaré. Mis ojos se cierran solos, no es fácil luchar contra ellos, me giro a buscar el móvil para ver la hora, tanteo y siento una superficie tersa, caliente, «se siente bien», es lo último que pienso antes de caer rendida.

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