Simone.
«…Me perteneces…»
Intento borrar esas palabras de mis recuerdos, pero así como el sabor de sus labios me ha sido imposible. Es una sensación completamente contradictoria al insulto que guardo en el pecho. Edmond Arnaud se burló de mí, me devaluó como mujer, y al final terminó besándome a su antojo. No comprendo sus intenciones, tampoco las mías al ceder ante aquel último beso. Tenía que haberme negado, pero algo en el brillo de sus iris dorados manipuló mi ser, mis ganas. La súplica aflojó mis piernas, el aroma desarmó cada sentido que se mantenía renuente a él. ¿Qué he hecho? Me besé con mi jefe, lo odio y me odio, «no debí caer ante él» —Entonces le presté mis lápices de colores y dibujamos toda la tarde. Éline me mira esperando respuesta a la historia que acaba de contar. Apenas si presté atención, llevo estos días abstraída, molesta, evitando todo tipo de contacto con su padre. La pequeña no tiene la culpa, pero la incomodidad que siento afecta mi desempeño. —Me alegra que hicieras una nueva amiga. —No es una amiga, mami, es un amigo, te lo dije, se llama Guido. —Lo siento, cariño, estoy un poco distraída. Acaricio su cabello deseando aplacar los ápices de berrinche que pasean su rostro. Ella asiente, toma otra cucharada de comida, se la lleva a la boca, pero detiene la acción. —¿Acaso papi y tú están molestos? No hemos dormido juntos en estos días. La voz se escucha triste, preocupada, Éline desea su familia feliz y unida; pero la relación entre Ednond y yo es un campo de batalla constante, a veces creo que nos odiamos, otras, no estoy tan segura si es odio la palabra correcta a lo que sentimos. —No, cariño, tu padre ha estado muy ocupado en estos días. —¿Es por culpa de la mujer que trae a dormir a veces? —¿Gísele? —ella asiente—. No, son cuestiones de trabajo, pero tienes que saber que ella es su novia. —¡Pero tú eres mi mami! —Sí, Éline, pero tu padre y yo no tenemos ese tipo de relación. —¡Los papás y las mamás son novios y se besan! ¿Por qué ustedes no lo entienden? Está indignada, cada vez que forma una pataleta por este tema me cuesta calmarla o explicarle que soy su madre, pero por contrato. ¿Cómo se lo digo sin herirle los sentimientos? ¿Sin desmoronarle la ilusión? Es una inocente que lo único que desea es que sus padres la amen. Cuando firmé, no pensé que esto iba a ser tan difícil, lo hice por dinero. Edmond por cumplir uno de los caprichos de su hija; supongo que ninguno imaginó las consecuencias de dicho pacto; es la pequeña quien está en el medio exigiendo más de lo que ambos estamos dispuestos a dar. —Escucha, Éline, tienes que entender que… —Tienes que comprender que trabajo mucho, y hay momentos en los que no puedo acompañarlas. Su voz me interrumpe, oigo los pasos adentrarse al comedor. Mi cuerpo se tensa. ¿Acaso ha escuchado toda nuestra conversación? No le he hablado en todos estos días, lo ignoré y pienso seguir haciéndolo. —Pero, papi, es que te extraño mucho. —Yo también te extraño, mi amor. Se acerca, abraza a la pequeña, deja varios besos en su rostro, ella ríe y le corresponde. Él es su cura, su mayor alivio, a veces creo que no se percata de lo mucho que ella lo necesita. —¿No saludas a mami? Dale un beso como a mí. «Y sin dudas Éline es un diablillo astuto en cuerpo de niña» Lo quiero lejos, ¿por qué ella hace estas cosas?. El nerviosismo se instala en mí, la molestia crece, los recuerdos de aquella noche se avivan. —Claro, como lo olvidaría. Se gira hacia mí, dejo que vea lo que me provoca, no oculto el repudio y rencor que le guardo; a él no parece importarle pues aproxima su rostro al mío con el mayor de los descaros. Sus labios rozan mis mejillas, el beso es pausado, fuerte, como si en este ocultara algún mensaje. No puede ocultar el brillo de triunfo en sus ojos cuando se aleja, disfruta incordiarme, cosa que aviva mi odio. Se sienta a la mesa, se sirve un poco de jugo y deja que la niña le cuente lo que ha hecho en todo el día, no me mira ni una sola vez, lo agradezco así puedo seguir cenando en paz. Al rededor de las diez de la noche Éline se duerme, guardo el libro de cuentos y la arropo bien. Abraza un conejo de felpa que Edmond le regaló, según ella huele tan rico como él. Ha sido una buena estrategia para que sienta que ambos estamos junto a ella. Apago las luces principales, una lámpara ameniza el ambiente con su resplandor tenue. Suspiro, ha sido una semana agotadora, a penas he podido ir al hospital una vez para visitar a mi abuela, tengo tanto que contarle, su consejo me hace demasiada falta, al menos saber que me escucha es un alivio para mi alma. Estoy a punto de acostarme cuando la puerta se abre, quedo paralizada en el acto. Edmond entra, nada más está usando un pantalón de pijama tan negro como sus cabellos. La luz hace ribetes y sombras sobre el torso musculoso, como si danzara sobre ellos. Siento las mejillas arder, «¡maldita reacción que me provoca!» No dejo que avance mucho en la habitación, lo intercepto a una distancia prudente. —Ella ya se durmió, no es necesario que te quedes —susurro. —Es bueno que después de diez días me dirijas la palabra. —Lo hago por necesidad, no confundas las cosas. —Y yo estoy aquí por la necesidad de mi hija; quiere que durmamos juntos y se lo voy a cumplir. No puedes negarte, está en el contrato. —Eres un hipócrita, hace varias noches te importó poco lo que decía el contrato. ¿O ya se te olvidó? —¿Olvidarlo? —sonríe de lado—. ¿Cómo podría? —da un paso hacia mí—. Dime si tú lo has hecho, Simone.Simone El dorado en sus iris se enciende bajo un fulgor que grita peligro. Puedo sentir el calor que emana su torso, la sensualidad que desprende la piel, y su aroma tan característico, digno del mejor de los perfumes. Sus ojos viajan a mis labios, estoy lista para detener cualquier ataque, aunque mis rodillas se aflojen como amenazan hacerlo. Ambos estamos preparados para defender lo que queremos, y esta vez no pienso dejar que su descaro gane. Se acerca, inclina su rostro hacia mí, estoy a punto de empujarlo cuando su móvil suena. El sonido nos sobresalta. Lo toma y sale de la habitación a pasos rápidos. Me permito respirar, pongo la mano en el pecho para aplacar los latidos acelerados de mi corazón. Escucho el estruendo de su voz afuera, parece que está discutiendo. Al cabo de unos minutos vuelve a entrar, yo sigo estática en el mismo lugar. Pienso decirle que se vaya, pero la actitud que emana al andar no es la del mismo hombre que estuvo aquí hace unos minutos. Me da escalofrío
Simone.Prometí a Edmond que no escaparía, pero Agatha ha estado buscando la forma de convencerme para que conquiste a su hijo. Es ridículo, para ello tendrían que influir muchos factores de los que ambos carecemos. Tendría que haber atracción, gusto, deseo, sentimientos; y sinceramente dudo que él tenga corazón. Por supuesto, nada de esto lo expuse a la señora, tal vez si ella supiera la verdad de nuestra relación no estaría tan convencida de que entre nosotros puede haber algo. No soy mujer para Edmond, me ve como un juguete con el que puede hacer lo que desee; él tampoco es para mí, de hecho no creo que ningún hombre lo sea; yo estoy rota, y por más que lo intento no he logrado repararme; mi mente y el miedo suelen traicionarme cada vez que intento ser feliz.«Tal vez mi destino es quedarme sola»Suspiro, dejo que el aire fresco de los pinos llene mis pulmones y seque las lágrimas que amenazan con salir. Hace rato estoy aquí, a la orilla del bosque que delimita la propiedad. Todos
Simone.Sin más, Edmond lo toma de su chaqueta y levanta el puño para golpearlo. Mi cuerpo se mueve al instante, sosteniéndole el brazo para que no pueda acertar. Jerome se logra zafar de su agarre, por lo que el puñetazo queda en el aire.—¡Basta ya! —le grito—. Si lo tocas nunca te perdonaré. Él se detiene, su mirada dorada, filosa, corta con la mía. Acerca su rostro, su respiración indignada me araña el rostro.—¿Lo estás defendiendo?—¡Sí, lo hago! Intento no que desgracies el cumpleaños de tu madre, y no golpees a tu mejor amigo. ¿Es que no le ves? Solo intentaba ayudarme, nunca dije que aceptaría.—Está bien, defiende a este idiota que lo único que quiere es alejarte de mí; pero ten claro que no lo permitiré —acerca sus labios a mi oreja—. Me perteneces, no lo olvides, Simone.Yo lo empujo, su cercanía me confunde. Tomo a Jerome del brazo y lo llevo conmigo de regreso a la fiesta.Después de la cena todos nos encontramos alrededor de la pista de baile. Éline disfruta la música
Edmond.El vibrar de mis pies descalzos sobre la madera hace eco en los pasillos de la mansión. Deambulo bajo las sombras de la madrugada mientras todos duermen. Mis sienes laten con fuerza, permitiendo que la necesidad de descansar quede en un segundo plano. No es la primera vez que me pasa, he padecido de insomnio desde hace años; sin embargo, es el recuerdo de Simone quien atormenta mi cabeza. Entro al estudio privado de mi padre. La luna llena y las estrellas iluminan el cielo, su luz plateada se cuela por los amplios ventanales de vidrio. La brisa fresca, casi fría, hace bailar las cortinas de seda blanca. El borde la botella de licor roza la boca del vaso que sirvo. Bebo para mantenerme cuerdo, para olvidar su aroma, y las lanzas hirientes que salen de su boca cada vez que me habla, «… Su boca…» El recuerdo dulce de esos labios hace que mi virilidad se estremezca. Nunca había sentido tal reacción ante una mujer, sigo sin comprender qué tiene ella para que me aferre tanto. La sie
Edmond.Los rayos de sol me golpean el rostro, mi cabeza palpita con el dolor que augura la resaca. Sigo en el despacho, me quedé dormido y por lo visto perdí la noción del tiempo. Hoy debemos regresar a casa después del almuerzo. Mi madre tiene costumbre de celebrar su poscumpleaños con una fiesta informal en la piscina. Todos deben estar ahí. Tomo una ducha en mi habitación, dejo que el agua helada se lleve el vapor que guarda mi cuerpo. Los recuerdos de la madrugada vuelven, esa mujer quiere volverme loco; no entiendo su juego; ese en el que caigo cada vez que ella quiere dejándome al borde de la locura; juro que un día se las devolveré todas. Después de beber un café bien cargado con dos aspirinas voy directo a la terraza. La música se escucha estridente contra mis sienes y oídos. Los invitados son pocos, en su mayoría familiares; toman el sol, o disfrutan del agua y las bebidas tropicales que se ofrecen. Ajusto bien mis lentes oscuros, ya que el resplandor es demasiado molesto c
Simone.La celebración al fin ha terminado, estoy agotada. Nunca había sido objeto de tanta atención como lo fui en estos días. Esta es una familia de personas poderosas, caprichosas, que juegan a hacer valer su opinión unos sobre los otros. No niego el hecho de que tengan buen corazón, pero por lo visto disfrutan molestarse mutuamente. Me he sentido como la manzana de la discordia entre dos hombres que son como hermanos, impulsados por las opiniones de Agatha. No tengo claras las intensiones de cada uno, de lo que sí estoy segura es que no permitiré me traten como marioneta. Estoy aquí para cuidar a Éline; únicamente para eso. Debo centrarme en el contrato, no puedo seguir cometiendo errores como el de esta madrugada… «¡Dios, cómo no dudé ni un segundo en besar a Edmond!» Fue extraño, un deseo tan demandante que me dejé llevar. No hubo pensamientos intrusos, o memorias terroríficas; era solo él con sus iris dorados iluminados por la luz de la luna y su pecho desnudo perlado por el s
Simone.Ha pasado una semana, es sábado en la tarde; preparo la comida que Éline desea regalarle a su padre. Le prometió que hoy cenaríamos juntos, en familia, ya que se ha escabullido estos días con la excusa de tener demasiado trabajo. Sé que miente, por las mañanas su ropa huele a alcohol y a algún perfume dulce. Mi trato con él es limitado, le hablo de usted solo cuando es necesario. Juré enterrar todo lo que me provoca, no olvidaré nunca lo que dijo en su auto; sigue doliendo. Éline se ve tan feliz, juega a dirigir la cocina como si fuera una chef profesional; da vueltas de aquí para allá, oliendo y probando los platos, sobre todo los postres. Me ayuda a servir la mesa; colocamos un ramo de rosas rojas y blancas, según ella son las preferidas de su papá. Después de tomar un baño y vestirnos para la ocasión, ambas esperamos a Edmond en el comedor. El aroma de la comida humeante inunda el lugar, es un festín de colores; pero es la sonrisa de la niña lo que más resplandece, me hace
Edmond.La forma en la que asiente me hace saber que la tengo a mi merced. Está tan frágil, tan necesitada de protección, que si fuera otro tipo de hombre me dejaría llevar por los más bajos instintos que me causa tenerla pegada a mí con ese camisón tan fino; pero no soy una escoria, y Simone es mucho más que un cuerpo hermoso. Ella no se sale de mi mente, por más que he querido sacarla es su rostro, su sabor, y su nombre quienes llegan a mí cuando estoy con otras mujeres. Estos días han sido una tortura he deseado disculparme, pero la manera tan fría con la que me trató avivó el odio hacia mí mismo, haciéndome creer que no soy digno de su perdón; y tal vez no lo merezca; por lo que no me queda otra forma de mostrarle mi arrepentimiento que esta.La alzo en brazos, la tomo por sorpresa, pero no se niega. La acuesto en la cama, la tapo cubriendo su cuerpo, he de alejar la tentación de querer recorrerle cada curva. Me acuesto a su lado, ella huele las sábanas que la envuelven. La abrazo