Capítulo 6.

Simone.

«…Me perteneces…»

Intento borrar esas palabras de mis recuerdos, pero así como el sabor de sus labios me ha sido imposible. Es una sensación completamente contradictoria al insulto que guardo en el pecho. Edmond Arnaud se burló de mí, me devaluó como mujer, y al final terminó besándome a su antojo. No comprendo sus intenciones, tampoco las mías al ceder ante aquel último beso. Tenía que haberme negado, pero algo en el brillo de sus iris dorados manipuló mi ser, mis ganas. La súplica aflojó mis piernas, el aroma desarmó cada sentido que se mantenía renuente a él. ¿Qué he hecho? Me besé con mi jefe, lo odio y me odio, «no debí caer ante él»

—Entonces le presté mis lápices de colores y dibujamos toda la tarde.

Éline me mira esperando respuesta a la historia que acaba de contar. Apenas si presté atención, llevo estos días abstraída, molesta, evitando todo tipo de contacto con su padre. La pequeña no tiene la culpa, pero la incomodidad que siento afecta mi desempeño. 

—Me alegra que hicieras una nueva amiga.

—No es una amiga, mami, es un amigo, te lo dije, se llama Guido.

—Lo siento, cariño, estoy un poco distraída.

Acaricio su cabello deseando aplacar los ápices de berrinche que pasean su rostro. Ella asiente, toma otra cucharada de comida, se la lleva a la boca, pero detiene la acción.

—¿Acaso papi y tú están molestos? No hemos dormido juntos en estos días.

La voz se escucha triste, preocupada, Éline desea su familia feliz y unida; pero la relación entre Ednond y yo es un campo de batalla constante, a veces creo que nos odiamos, otras, no estoy tan segura si es odio la palabra correcta a lo que sentimos.

—No, cariño, tu padre ha estado muy ocupado en estos días.

—¿Es por culpa de la mujer que trae a dormir a veces? 

—¿Gísele? —ella asiente—. No, son cuestiones de trabajo, pero tienes que saber que ella es su novia.

—¡Pero tú eres mi mami!

—Sí, Éline, pero tu padre y yo no tenemos ese tipo de relación.

—¡Los papás y las mamás son novios y se besan! ¿Por qué ustedes no lo entienden? 

Está indignada, cada vez que forma una pataleta por este tema me cuesta calmarla o explicarle que soy su madre, pero por contrato. ¿Cómo se lo digo sin herirle los sentimientos? ¿Sin desmoronarle la ilusión? Es una inocente que lo único que desea es que sus padres la amen. Cuando firmé, no pensé que esto iba a ser tan difícil, lo hice por dinero. Edmond por cumplir uno de los caprichos de su hija; supongo que ninguno imaginó las consecuencias de dicho pacto; es la pequeña quien está en el medio exigiendo más de lo que ambos estamos dispuestos a dar.

—Escucha, Éline, tienes que entender que…

—Tienes que comprender que trabajo mucho, y hay momentos en los que no puedo acompañarlas.

Su voz me interrumpe, oigo los pasos adentrarse al comedor. Mi cuerpo se tensa. ¿Acaso ha escuchado toda nuestra conversación? No le he hablado en todos estos días, lo ignoré y pienso seguir haciéndolo. 

—Pero, papi, es que te extraño mucho.

—Yo también te extraño, mi amor.

Se acerca, abraza a la pequeña, deja varios besos en su rostro, ella ríe y le corresponde. Él es su cura, su mayor alivio, a veces creo que no se percata de lo mucho que ella lo necesita. 

—¿No saludas a mami? Dale un beso como a mí.

«Y sin dudas Éline es un diablillo astuto en cuerpo de niña» Lo quiero lejos, ¿por qué ella hace estas cosas?. El nerviosismo se instala en mí, la molestia crece, los recuerdos de aquella noche se avivan.

—Claro, como lo olvidaría.

Se gira hacia mí, dejo que vea lo que me provoca, no oculto el repudio y rencor que le guardo; a él no parece importarle pues aproxima su rostro al mío con el mayor de los descaros. Sus labios rozan mis mejillas, el beso es pausado, fuerte, como si en este ocultara algún mensaje. No puede ocultar el brillo de triunfo en sus ojos cuando se aleja, disfruta incordiarme, cosa que aviva mi odio. Se sienta a la mesa, se sirve un poco de jugo y deja que la niña le cuente lo que ha hecho en todo el día, no me mira ni una sola vez, lo agradezco así puedo seguir cenando en paz. 

Al rededor de las diez de la noche Éline se duerme, guardo el libro de cuentos y la arropo bien. Abraza un conejo de felpa que Edmond le regaló, según ella huele tan rico como él. Ha sido una buena estrategia para que sienta que ambos estamos junto a ella. Apago las luces principales, una lámpara ameniza el ambiente con su resplandor tenue. Suspiro, ha sido una semana agotadora, a penas he podido ir al hospital una vez para visitar a mi abuela, tengo tanto que contarle, su consejo me hace demasiada falta, al menos saber que me escucha es un alivio para mi alma. 

Estoy a punto de acostarme cuando la puerta se abre, quedo paralizada en el acto.

Edmond entra, nada más está usando un pantalón de pijama tan negro como sus cabellos. La luz hace ribetes y sombras sobre el torso musculoso, como si danzara sobre ellos. Siento las mejillas arder, «¡maldita reacción que me provoca!» No dejo que avance mucho en la habitación, lo intercepto a una distancia prudente.

—Ella ya se durmió, no es necesario que te quedes —susurro.

—Es bueno que después de diez días me dirijas la palabra. 

—Lo hago por necesidad, no confundas las cosas.

—Y yo estoy aquí por la necesidad de mi hija; quiere que durmamos juntos y se lo voy a cumplir. No puedes negarte, está en el contrato.

—Eres un hipócrita, hace varias noches te importó poco lo que decía el contrato. ¿O ya se te olvidó?

—¿Olvidarlo? —sonríe de lado—. ¿Cómo podría? —da un paso hacia mí—. Dime si tú lo has hecho, Simone.

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