Capítulo 11.

Edmond.

Los rayos de sol me golpean el rostro, mi cabeza palpita con el dolor que augura la resaca. Sigo en el despacho, me quedé dormido y por lo visto perdí la noción del tiempo. Hoy debemos regresar a casa después del almuerzo. Mi madre tiene costumbre de celebrar su poscumpleaños con una fiesta informal en la piscina. Todos deben estar ahí. Tomo una ducha en mi habitación, dejo que el agua helada se lleve el vapor que guarda mi cuerpo. Los recuerdos de la madrugada vuelven, esa mujer quiere volverme loco; no entiendo su juego; ese en el que caigo cada vez que ella quiere dejándome al borde de la locura; juro que un día se las devolveré todas.

Después de beber un café bien cargado con dos aspirinas voy directo a la terraza. La música se escucha estridente contra mis sienes y oídos. Los invitados son pocos, en su mayoría familiares; toman el sol, o disfrutan del agua y las bebidas tropicales que se ofrecen. Ajusto bien mis lentes oscuros, ya que el resplandor es demasiado molesto c
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