Simone.Ha pasado una semana, es sábado en la tarde; preparo la comida que Éline desea regalarle a su padre. Le prometió que hoy cenaríamos juntos, en familia, ya que se ha escabullido estos días con la excusa de tener demasiado trabajo. Sé que miente, por las mañanas su ropa huele a alcohol y a algún perfume dulce. Mi trato con él es limitado, le hablo de usted solo cuando es necesario. Juré enterrar todo lo que me provoca, no olvidaré nunca lo que dijo en su auto; sigue doliendo. Éline se ve tan feliz, juega a dirigir la cocina como si fuera una chef profesional; da vueltas de aquí para allá, oliendo y probando los platos, sobre todo los postres. Me ayuda a servir la mesa; colocamos un ramo de rosas rojas y blancas, según ella son las preferidas de su papá. Después de tomar un baño y vestirnos para la ocasión, ambas esperamos a Edmond en el comedor. El aroma de la comida humeante inunda el lugar, es un festín de colores; pero es la sonrisa de la niña lo que más resplandece, me hace
Edmond.La forma en la que asiente me hace saber que la tengo a mi merced. Está tan frágil, tan necesitada de protección, que si fuera otro tipo de hombre me dejaría llevar por los más bajos instintos que me causa tenerla pegada a mí con ese camisón tan fino; pero no soy una escoria, y Simone es mucho más que un cuerpo hermoso. Ella no se sale de mi mente, por más que he querido sacarla es su rostro, su sabor, y su nombre quienes llegan a mí cuando estoy con otras mujeres. Estos días han sido una tortura he deseado disculparme, pero la manera tan fría con la que me trató avivó el odio hacia mí mismo, haciéndome creer que no soy digno de su perdón; y tal vez no lo merezca; por lo que no me queda otra forma de mostrarle mi arrepentimiento que esta.La alzo en brazos, la tomo por sorpresa, pero no se niega. La acuesto en la cama, la tapo cubriendo su cuerpo, he de alejar la tentación de querer recorrerle cada curva. Me acuesto a su lado, ella huele las sábanas que la envuelven. La abrazo
Edmond.La voz afligida de Simone hace que me siente en la cama de un salto. Sus ojos llorosos me miran, no puedo evitar asustarme.—¿Qué sucedió, Simone? ¿Está bien Éline?—¿Por qué te fuiste? Me dejaste sola bajo esta enorme tormenta, te he buscado por toda la casa.Está aterrorizada, y no es para menos, afuera la lluvia hace un estruendo monumental. Los truenos explotan sobre el cielo como bombas de luz. El clima es impredecible, pero no creí que fuera a empeorar otra vez.—Lo siento, la tormenta había cesado hace un rato y…—Déjame dormir contigo —interrumpe ella.—Te llevaré a mi habitación y estaré allí hasta que los truenos se calmen.—No me da seguridad, Edmond, no como estar a tu lado; ¿por qué te cuesta pasar la noche conmigo?Me pongo de pie, su cuerpo se estremece con cada relámpago así sean lejanos. Trae el camisón abierto de un lado, me deja ver el sostén de encaje que carga sus senos y el panti que se amolda a las curvas. Respiro profundo antes de ajustarle la cinta, no
Simone.Un hombre baila conmigo, jazmines nos rodean; no logro ver su rostro; pero si siento el calor de sus manos recorriendo mi cintura. Música; sonrisas; su aroma delicioso regodea mis sentidos; es una fragancia que antes he olido; enigmática, avasalladora; huele a él, a Edmond… «Edmond… Edmond…»—¡Edmond! —despierto con su nombre en mis labios.Estoy sudando, creo que he tenido una pesadilla, el corazón late acelerado. No puedo creer que también se cuele en mis sueños. Sigo en su habitación, estoy sola. La noche anterior fue un completo desastre; la tormenta, mis temores haciendo que me aferrara a él. Por dios, ¡él!; confesó que le gusto; no sé que hacer con esto; con la sensación extraña que deja en mi pecho cuando me besa e intenta poseerme. No soy mujer para un hombre tan candente como Edmond, lo tengo claro, sin embargo, no puedo detenerme cada vez que sus labios reclaman los míos. Con él pierdo la noción del tiempo; literalmente, desconozco qué hora es, tengo que alistar a É
Simone.Éline comienza a llorar en silencio, derrotada. Yo siento que algo en mi pecho se agrieta. Me pongo de pie, enfrentado a ambas mujeres.—¿Sabías lo que hizo ese niño y aún así le exige a mi hija que sea ella quien se disculpe? —escupo a la maestra que me observa avergonzada.—Mi hijo no dijo otra cosa que la verdad. Todos saben que tú no eres la verdadera madre de la chiquilla. Edmond Arnaud está envuelto en un gran escándalo; contrató una sustituta para que le cuide la hija mientras él se va de bares con otras mujeres.—Ya veo de dónde sacó el niño tales palabras —la encaro—. Es usted una insensible, y lo peor es la educación que le da a su propio hijo. Éline no tiene la culpa de los errores de sus padres; no tienen porqué atacarla o herirla sin razón. ¡Ella no se va a disculpar con nadie; es usted y su hijo quienes tienen que hacerlo!—¿Pero qué te has creído, campesina de segunda? ¿Acaso no sabes con quién estás hablando? Tú no pariste a la chiquilla, no eres su madre bioló
Simone.Frente a la puerta de Éline, Edmond limpia mis lágrimas, sus dedos se sienten como caricias piadosas sobre la piel. Desea arreglar todo este malentendido, pero yo temo que la realidad haya roto la burbuja de la pequeña, en la que yo era centro. Algo se estremece dentro, de solo pensar que haya perdido parte de su inocencia de forma tan terrible, creyendo que su padre me paga para que cuide de ella y la quiera. El contrato está, esa es la realidad, pero lo que yo siento por Éline no lo estipula ninguna de sus páginas. —Deja de temblar —susurra él—. Todo va a salir bien.—Aquella mujer dejó claro frente a la niña que me pagas para que la cuide; dudo que lo olvide fácilmente.—Por más generosa que sea mi paga lo que tú haces con mi hija no se compara con nada, Simone, te has hecho cargo de todas sus necesidades, has intentado reparar su mundo, he incluso a mí; todo por su bienestar. Tu amor por Éline es verdadero, así lo siento, y sé que ella también lo hace.Me abraza, siento g
Simone.Éline chapotea en la tina del baño, juega con la espuma imaginando que es una sirena. Yo lavo muy bien su cabello, tenía rastros de barro de la pelea que tuvo. Le pido que se zambulla, y cuando sale del agua me empapa deliberadamente. Sus carcajadas inundan el lugar. Comenzamos una guerra de agua en la que me divierto como si fuera una niña más.—¿Papi, quieres jugar también? Las palabras de la pequeña hacen que me gire hacia la puerta; él está allí, observándonos con cautela. Se ve acabado de duchar, trae un pijama de color negro, su pecho abdomen quedan a la vista, recuerdo como mis dedos acariciaron esos músculos esculturales, creo que se me seca la boca. Limpio la espuma de mi rostro, me debo ver ridícula escaneando su cuerpo. Él se acerca, y agacha a mi lado.—La están pasando de maravillas, ¿no? —Sí; mamá no puede derrotarme, soy una sirena más rápida que ella —ella comienza a zambullirse en la tina.—Me gusta verlas así, tan felices —él retira las gotas de agua que ya
Simone.Veo su rostro a través del velo, los iris dorados reflejan la luz de la mañana; su mirada oscila entre mis ojos y labios. Aprieto el ramo de flores contra mi pecho, los recuerdos de sus besos sobre mi piel me aceleran el corazón. Hace unas noches dormimos juntos, me entregué a sus caricias sin miedo alguno; y aunque no sucedió lo que él tanto esperaba, para mí es una gran avance dejar que me besen sin entrar en estado de terror. El respeto que muestra hacia mi cuerpo, hacia lo que en estos momentos puedo ofrecerle me hacen confiar en él como nunca había confiado en otro hombre. Me asusta sentir tanto por Edmond y que para él todo siga siendo un juego en el que ocasionalmente interviene la lujuria. Él pone el anillo en mi dedo, sonríe; yo le correspondo.—¡Ya puedes besar a la novia! —levanta el velo con suavidad, acerca su rostro y deja un suave beso sobre mi mejilla—. ¡No, papá, así no! Es en la boca, ¿es que no sabes como funciona una boda?—Sí lo sé, cariño, pero esta no es