Capítulo 4.

Capítulo 4.

Simone.

Sabía que su rostro me era conocido, solo que en las novelas que protagoniza no se ve así; con la malicia adornándole la piel. Edmond Arnaud, el perfumista más reconocido del mundo sale con la actriz más famosa del cine en la actualidad, era de esperarse, el dinero y la belleza se llaman unos a otros. Él nunca estaría con alguien ordinario o de bajos recursos, alguien como yo debe parecerle inmundo e insignificante. Más con el estúpido gesto de asombro que no puedo borrarme de la cara, es iluso creer que un hombre como él iba a estar soltero, «mi novia…» Sus palabras se siguen repitiendo en mi mente, junto a la escena que tuve que presenciar mientras bajaba las escaleras; la forma en que él la besaba, no creí que podría existir tanta pasión en un beso, que alguien de apariencia tan fría pudiera tener ese fuego dentro. 

El dorado de sus ojos sigue fijo en los míos, siento que la cara me arde, no debí haber violado su privacidad. Ahora mismo quiero salir corriendo hacia la cocina y esconderme en la nevera, pero mis piernas no se mueven, tengo que decir algo, es necesario que deje de parecer una tonta ante ellos. 

—Lamento la interrupción, señor Edmond, no sabía que tendría visita. Es un gusto conocerla, señorita Gísele, mi abuela era fan de su trabajo.

—No tienes porqué disculparte, Simone —dice él sus ojos vuelven a fundirse en los míos, hacen que me sienta incómoda.

—Claro que no tienes porqué, querida. Escenas como estas las a ver en cualquier rincón de esta casa, este hombre es un diablo posesivo en la cama.

La actriz vuelve a dejarme en asombrada, pero intento disimularlo, mis dedos se aferran a la bandeja que cargo. Ella me lanza una mirada altiva, no hay rastros de bondad o inocencia en ninguno de sus gestos, lo hace deliberadamente. Sus manos vuelven a pasarse por el pecho de Edmond, deja caricias firmes, como leona que marca territorio.

—Te estás pasando, Giśele; no tienes porqué darle detalles de nuestra privacidad a Simone; y no alardees como si lo hiciéramos en cada rincón de la casa; te recuerdo que tengo una hija a la que respetamos.

—Lo siento, amor, es que tomé unas copas antes de venir —ella se encoge de hombros— ¿Me traerías un poco de agua?

La sonrisa que le regala es tan inocente que él solo asiente antes de ir a la cocina, ese es el camino que debería tomar yo; hago el intento, pero la actriz se me acerca. Su aroma es exquisito, lleva un perfume fino con notas dulces y espaciadas; le queda bien, sin dudas camufla su verdadera esencia.

—Disculpa mi franqueza, Simone, pero no me pasa desapercibida la forma en la que miras a mi novio. Te lo decía para que puedas imaginar lo que nunca llegarás a tener.

La máscara se le cae, y deja a la vista lo que realmente es; una arpía que resguarda los pantalones del hombre con el que se acuesta. Nunca me han gustado este tipo de mujeres, menos con lo que acaba de insinuar.

—No veo al señor Arnaud más que como un patrón, estás confundiendo las cosas.

—Ay, por favor, ¿qué mujer no querría estar en los brazos de Edmond o en su cama? Créeme cuando te digo que es el mejor hombre que he tenido, tan ardiente y atrevido; llevar las marcas que te deja sobre la piel es un orgullo; el cual no pienso compartir.

—Descuida, yo estoy aquí para atender las necesidades de la pequeña, no de él, para eso te tiene a ti —la encaro con seriedad, no tengo que aguantar sus celos ridículos—. Y en cuanto a las inseguridades en su relación es algo que tienes que aclarar con Edmond no conmigo.

Su cara se transforma en un torbellino de odio, está lista para replicar y yo para responderle; no puedo permitir que me acuse de querer acostarme con su novio, ¡es ridículo! Abre la boca, pero su acción queda a medias cuando la voz de él nos interrumpe.

—¿Sucede algo?

—No, cariño —vuelve a sonreír con dulzura, «no sé dónde esconde el veneno»

Él le tiende el vaso con agua, aprovecho mientras ella bebe para hablarle a Edmond. Su atención se dirige a mí, una sensación extraña me recorre el cuerpo, siento que los nervios vuelven a invadirme, debe ser el color en sus ojos, son tan míticos, tan hermosos… «Yo no debería pensar así sobre él»

—Si me disculpa voy a retirarme, le leeré un cuento a Éline antes de dormir.

—¿Podrías explicarle que esta noche no estaré con ustedes?

—Claro, no se preocupe, señor, disfrute su noche.

Voy a dejar la bandeja, la sensación en mi espalda pesa, juro que tengo los ojos de ambos sobre esta.

Éline se duerme abrazada a mi torso, su calor y aroma me llenan de tranquilidad, de paz. La infección ha pasado, no ha tenido más fiebre y ya me pidió lo que desea para desayunar. Acaricio su cabello, es tan negro con el del padre; los dos se parecen mucho, de su madre no debió sacar ningún rasgo físico. Tampoco habla de ella, ni siquiera Edmond la menciona, ¿qué clase de mujer sería capaz de abandonar a su hija? Espero nunca toparme con ella. Hoy supe el tipo de mujeres que a él le gustan. Siento alivio, nunca se fijará en mí, sin dudas aquí estoy a salvo. 

Quedo dormida, sueño con flores blancas y los besos ardientes de alguien.

Los rayos de sol iluminan el comedor, la fresca briza matutina se cuela por las ventanas haciendo hondear sus cortinas blancas. Desperté temprano para tener todo listo, ya que por primera vez, desde que vivo aquí, Edmond va a desayunar con nosotras. El aroma es delicioso, los colores en las distintas preparaciones adornan la mesa. Sería una mañana perfecta si los rostros de las tres personas que me acompañan no estuvieran manchados por el disgusto. Éline no fue muy educada cuando vio a Gísele colgada del brazo de su padre; frunció el ceño como mismo él lo hace y le exigió que se sentara entre nosotras dos; tienen el carácter idéntico, y cuando están así son difíciles de sobrellevar.

—Adoro tus panqueques, mamá —dice ella y la actriz rueda los ojos—. ¿Papá, todos los domingos podemos comerlos?

—Claro, cariño, si te hace feliz —responde él—. Espero que para Simone no sea un problema prepararlo.

—No lo es, creo que será una linda tradición.

—Mi mami es la mejor, ¿verdad, papi?

Sé que la niña me adora, lo demuestra en cada gesto y momento que compartimos, pero no me pasa desapercibido que manipula toda la charla con Edmond para hacer rabiar a la actriz; sin dudas lo ha conseguido; los ojos de la mujer destilan insulto, no ha dejado de mirarme, creo que podría lanzarme el vaso de jugo en cualquier momento.

—La verdad es que el café quedó demasiado dulce —replica ella antes de que Edmond responda a su hija—, todo está pasado de azúcar, deberías buscar recetas sanas, vas a volvernos diabéticos.

—Disculpa, pero considero que el punto del azúcar es el exacto.

—Claro, vienes de un mundo diferente al nuestro, no entiendes los estándares de una buena alimentación. Imagino que lo que más te guste consumir sean grasas; o granos, como un animal de corral.

Aunque intento mantener la cara en alto siento que me arde; es la segunda vergüenza que paso a manos de esta mujer. Sí, he vivido la mayor parte de mi vida a las afueras de la ciudad, mi abuela es una mujer de campo, humilde y hospitalaria, así me crio, y me siento orgullosa de ello. Sin embargo, ser comparada con un cerdo o una gallina, en frente del hombre que me confió el cuidado de su hija, me hace sentir vergüenza, ¿qué pasa si él piensa igual que ella?, ¿si cambia de opinión en cuanto a que una campesina sea responsable de Éline?.

—Si tanto te disgusta el desayuno que preparó Simone, creo que es hora de que te marches y pidas uno acorde a tus necesidades en el hotel, Gísele.

—Edmond, ¿me estás corriendo? 

El asombro no deja el rostro de la actriz, se observan por unos segundos. Él mantiene la expresión más cortante que le he visto hasta el momento; es hielo lo que destilan sus ojos.

—Dile al chofer que te lleve, te veré luego. El desayuno está exquisito, Simone, no me lo perderé un domingo.

Ella se pone de pie, el insulto y el odio que carga se le dibuja en cada gesto. Su mirada se posa en mí, creo que es más que rencor lo que hay en ella; parece que me he buscado una nueva enemiga.

El resto del día lo paso entre juegos, cuentos y comidas para Éline, sabía que ser madre era una gran tarea, pero esta sin dudas es una extremadamente agotadora. Al caer la noche, la niña se duerme temprano. Después de tomar un baño, decido pasar el resto del tiempo viendo la televisión cuando entra la llamada de Ingrid, no he hablado con ella en toda esta semana. Es difícil ocultarle la nueva vida que llevo, es mi mejor amiga, pero me da vergüenza admitir lo que he hecho por dinero. Contesto y tardo más en convencerla de que no la estoy evitando, que ella en convencerme para salir a un lugar tranquilo; tal vez allí podamos hablar y me llene de valor para contar la verdad de lo que ocurre.

La valentía se esfuma cuando entro al sitio de fachada tranquila y elegante, esto no es un café, es una m*****a discoteca para gente rica donde una bebida cuesta más que mi antiguo salario de tres meses. La música electrónica camufla las voces de los presentes, disímiles olores rondan el aire así como los juegos de luces que embellecen la estancia. No me gustan este tipo de sitios, me hacen sentir demasiando ordinaria. Intento darme la vuelta e irme, pero la mujer que agita sus manos efusivamente en una de las mesas me detiene. Ingrid sonríe al verme, el entusiasmo se le sale por los poros, sus rizos marrones se agitan, hace un gesto para que me una a ella y sus acompañantes. Sí, ya veo porqué me invitó, está rodeada por tres hombres, de lo cuales soy foco atención.

—Simone, bienvenida, pensé que no vendrías —me abraza y me guía al asiento a su lado—. Les presento a mi mejor amiga, es de quien les estuve hablando.

Saludo a los hombres con gesto apenado, ninguno se molesta en decir sus nombres, tampoco quiero saberlos, lo único que pasa por mi mente es por qué Ingrid me hizo asistir al tipo de lugar que detesto. Uno de ellos ofrece traernos tragos, mientras los otros dos comienzan a charlar. 

—Explícame qué plan te traes, Ingrid Roux —mascullo entre dientes.

—Rélajate, Simone, necesitaba que me hicieras compañía; el que fue a buscar las bebidas se llama Leonard, lo conocí en la galería, compró una de mis pinturas. Es simpático y creo que le atraigo por lo que acepté su invitación.

—¿Estás diciendo que me necesitas para ligar con él? —ella se carcajea.

—No seas tonta, Simone, estos hombres son adinerados, solo buscan pasar un rato agradable con nostras, quién sabe si alguno de ellos pueda interesarte, o ayudarte a conseguir un trabajo decente. Amiga, me preocupas, sé que la estás pasando mal, ve esto como mi manera de auxiliarte.

Sus manos sostienen las mías, reconozco el brillo de súplica en sus ojos. Quiero gritarle que no necesito un trabajo, que me até a una niña y al amargado de su padre de por vida, pero mi explicación se escucharía peor que lo que ella acaba de proponer. Asiento, y vuelve a abrazarme para después dejar varios besos en mis mejillas. Tomo un suspiro profundo, puedo hacerlo, «no moriré por charlar una noche con desconocidos» 

—Tu amiga es muy linda, Ingrid —cometa uno de los hombres—. Soy Joseph Morel, mucho gusto. 

Extiende su mano, y la tomo escondiendo los estúpidos temblores que me causa. Tiene los ojos color azul cielo, una sonrisa que sería capaz de desnudar mujeres si él lo quisiera, y ni hablar de su complexión física; siento que acabo de rozar las garras de un depredador.

—Soy Simone, es un placer.

Musito, al parecer mi timidez lo divierte por lo que se acerca más y no tarda en comenzar una charla conmigo, las bebidas llegan, no las rechazo, pueden ser de ayuda para que me desenvuelva como una persona normal. Su otro amigo, Charles, se une a nosotros, mientras Ingrid y Leonard comienzan a hablar solos, no pueden ocultar que se atraen, y me parece perfecto; Ingrid es una romántica, siempre en busca del amor de su vida, aunque la suerte suele darle golpes bastante duros. Lo que no me gusta es el ahínco de los dos sujetos a mi alrededor en agradarme, es como si se pelearan por mi atención, aunque Joseph lleva la delantera, es un casanova cuyas tácticas disfrazadas de amabilidad no me pasan desapercibidas. 

—Entonces eres una amante de los perfumes —afirma él.

—Sí, me encantaría ser perfumista algún día.

—Para ello debes tener una gran memoria olfativa, ser adicta a los aromas…

—Lo soy, a veces creo que es una obsesión,

—Demuéstralo —dice él mientras su amigo sonríe—. Dime una de las esencias del perfume que traigo y hablaré con un amigo para que te dé una oportunidad de empleo.

Quedo asombrada por lo que pide, acentúa la incomodidad que siento. Él se echa a un lado el cuello de su camisa dejando a la vista la piel bronceada. Su gesto se mantiene en espera, no tengo porqué hacerlo, pero algo de mí exige que borre esa sonrisa de su rostro para que deje tomarme por una tonta manipulable, sería un triunfo rechazar su oferta laboral. Lo hago, mi respiración choca con su piel, aspiro, degusto en aroma, era predecible, los hombres como él adoran ente tipo de perfumes.

—Traes un perfume oriental, las notas son profundas, dulces y especiadas. Tiene una gran concentración de almizcle.

Me separo de él solo para ver su rostro estupefacto. Ahora la que sonríe soy yo.

—No te voy a negar que me has dejado encantado…

—No deberías subestimar a las personas.

—Lección aprendida, bonita —se acerca más a mí, roza sus dedos con los míos—. Soy un hombre de palabra, y tú, sin dudas una mujer con mucha suerte, te presentaré a mi amigo.

Estoy a punto de rechazarlo cuando él se gira y saluda a una persona a mis espaldas. Siento que muero cuando veo quién es. El temblor vuelve, más con las miradas cargadas de reproches que pesan sobre mí.

—Simone, te presento al rey de los perfumes; Edmond Arnaud y su novia Gísele Roy.

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