Capítulo 3.

Edmond.

Éline piensa que no siento cuando se escurre de la cama, es una niña demasiado inteligente, supongo que por eso me tiene a sus pies, es mi princesa, haría lo que fuera por verla feliz. Es la principal razón por la que no la regaño cuando se va de hurtadillas al amanecer, quiere que yo y su nueva madre estemos solos. «Simone Bonnet…», la desconocida que de un momento a otro llegó a nuestras vidas. A veces creo que tomé la decisión a la ligera, que me apresuré sin conocer a la chica, pero soy un hombre de instintos, estos nunca me han fallado. Esa mujer tiene algo que me incita a rondar alrededor de ella, a la espera, no sé de qué. 

Las primeras luces matutinas se cuelan por los cristales de la ventana. Hace más de una hora que ella yace abrazada a mí. Una ligera sonrisa se escurre en mis labios; con lo clara que fue respecto a las relaciones íntimas, lo último que imaginé es que disfrutara de mi cercanía. Sé que lo hace, su respiración es lenta, los cabellos castaños descansan sobre mis hombros, y sus labios están a punto de tocar mi pecho. No he querido despertarla, no durmió en toda la noche, supongo que es normal al compartir cama con dos extraños. Eso sí, me imagino que pronto quiera agregar otra cláusula al contrato en la que dormir abrazados está prohibido. Además, el olor que desprende su piel es apetecible, me atrae, lo disfruto. 

Se remueve un poco, fijo mi atención en su rostro, los párpados se abren lentamente, dejando a la vista sus ojos pardos con ribetes verdosos, «son lindos». Al fijarse en mí, el estado apacible se va transformando en uno de horror. Se separa asustada, la respiración se le agita como si tuviera un ataque de pánico. Arregla su ropa con rapidez, no la entiendo, apenas si se le ven las manos y los tobillos con el pijama que trae. No puedo evitar sentir que me teme, o piensa que puedo llegar a hacerle daño. Tengo la intención de saludarla o preguntarle qué le sucede, pero de un momento a otro sale de la cama prácticamente corriendo. «¿Qué pasa contigo, Simone?»

Tomo una ducha de agua fría, me coloco mi traje y voy directo a la cocina a beber café. Escucho par de risas, por lo que me quedo en la puerta observando. La escena es algo insólito en esta casa, ya que no es mi empleada quien prepara el desayuno; sino Simone. De forma grácil y experimentada remueve lo que sea que tiene en la sartén, se ve que lo disfruta, y por el exquisito aroma debe estar delicioso. A Éline le brillan los ojos, está disfrutando de los huevos revueltos y el zumo de naranja, es extraño que no haya querido cereal o algún dulce. En la encimera hay dos platos más, uno para ella y el otro, supongo sea para mí, podría entrar, desayunar juntos para crear un vínculo más cercano con ella, pero no; en el contrato nada le exige que tengamos que ser amigos.

Los días pasan y solo cruzo las palabras necesarias con ella. Soy yo quien se asegura que no vuelva a ocurrir otro accidente como el de despertar abrazada a mí, ella también toma medidas; a veces creo que me repudia. Al llegar el sábado apenas tengo tiempo para respirar, el día transcurre en reuniones con mis económicos y accionistas, la demanda de los perfumes que produzco sigue creciendo; la competencia y el mercado exigen mercancía nueva, no puedo dejar que me quiten el trono que tanto sacrificio me ha costado mantener. 

La noche me toma en la carretera de camino a casa, hoy tampoco podré cenar con mi pequeña, al menos tiene a Simone para que no se sienta sola. «Me odio por no poder darle el tiempo que se merece». Al llegar voy directo al comedor donde deberían estar, sin embargo, el lugar está vacío. Voy a la cocina, encuentro a mi empleada llamando por teléfono, cuelga al verme, en sus ojos se refleja esperanza.

—¡Señor, qué bueno que llegó! Justo estaba llamando a su oficina.

—¿Qué sucedió, Loraine?

—Es la señorita Éline, señor, se ha sentido mal desde esta tarde. Tiene fiebre, y se niega a tomar la medicina.

—¿Qué? ¿Pero por qué nadie me había avisado? ¿Está Simone con ella?

—No, señor, esa es la razón por la que la niña no quiere tomar nada, quiere a su “mamá”. La señorita Simone dejó la casa después del almuerzo.

No sé lo que la cocinera ve en mi semblante, pero debe ser al mismo diablo, ya que agacha la cabeza. Así me siento, encolerizado hasta los huesos ¡Cómo se atreve a irse y dejar a mi hija sola! ¡Lo único que tiene que hacer es cuidarla, para eso le pago! Salgo de la cocina y voy directo a las escaleras cuando siento la puerta cerrarse. Me detengo, escucho pasos acercarse rápidamente, me giro y allí está ella, sofocada con una mano sobre su pecho como si hubiera corrido un kilómetro. No puedo aguantar el subidón de ira y la encaro.

—¿Dónde carajos estabas? —ella se sobresalta por mi tono de voz, intenta alejarse de mí pero la agarro del brazo atrayéndola más—. Responde, que no tengo toda la noche.

—Pero qué te pasa, suéltame —forcejea, pero lo único que logra es que la pegue más a mí.

—Responde, Simone, no estoy bromeando

—Fui a visitar a mi abuela al hospital, está al otro extremo de la ciudad. Uno de los autobuses que tomo se averió y tuve que venir andando. No veo cuál es el problema

—El problema es que mi hija está enferma, con fiebre y necesitando a su madre —me mira asombrada, su cuerpo baja la tensión que mantenía—. Te contraté para que cuidaras de ella, pero parece que en un solo día hiciste mal el jodido trabajo. No cumpliste tu deber como madre, por ello Éline está enferma.

—¡No digas sandeces, Edmond! —me grita y se zafa de mi agarre. Una nueva energía se apodera de ella, un vigor guerrero—. Tengo derecho a salir cuando quiera, no controlo el tránsito, y la enfermedad de la niña no es mi culpa, esta mañana estaba bien —replica con tono fuerte—. ¡Y no vuelvas a sostenerme así que no soy tu juguete! Iré a verla, deberías llamar a un médico.

Sube las escaleras corriendo, mi corazón late acelerado, por culpa de ella, solo que no sé si es de enojo o de la sorpresa que me causa su enfrentamiento. El médico llega minutos después, reconoce a Éline y le receta varios medicamentos, tiene una infección estomacal. Simone está con ella en la cama, acaricia su cabello mientras mi hija le sonríe débilmente.

—¿Me abrazas? —le susurra y Simone lo hace.

Percibo la ternura en su forma de tratarla, su semblante no ha dejado de estar angustiado. La juzgué mal, no tenía que haberla tratado así. La pequeña la adora, no puedo dejar de pensar que el mayor padecimiento de mi hija es su falta de amor materno, y ver que esta mujer puede llenarlo me hace sentir que, por primera vez, tomé una decisión correcta.

—Bien, antes de recibir más abrazos, debes tomar la medicina y luego te daré un baño de agua tibia para asustar al monstruo de la fiebre y que se vaya para siempre.

Éline asiente, y Simone besa una de sus mejillas antes de cargarla para llevarla al cuarto de baño. No se molesta en cruzar ni una mirada conmigo, supongo que lo merezco por ser un idiota impulsivo.

Paso un tiempo en mi despacho, bebo un poco de whisky mientras reviso algunos papeles del trabajo. No aguanto más y voy a buscarla, necesito disculparme. La encuentro en la cocina, está sirviendo sopa en el tazón preferido de mi hija.

—¿Qué es haces? —pregunto y ella fija sus ojos en mí.

—Éline tiene hambre, así que le preparé sopa.

—Ella odia la sopa, echaba los platos al piso.

—Esta le gustará —dice rodando los ojos, gesto que me molesta—. Es de pollo con hierbas aromáticas, perfecta para los males de estómago, mi abuela me la preparaba cuando era pequeña.

—La niña está enferma, no vas a hacerla sentir peor llevándole esa cosa. 

—¿Y qué quieres que le lleve? ¿Dulces? ¿Malteadas? —inquiere molesta—. ¡Pues no! No pienso consentir sus caprichos cómo tú. Deberías concentrarte más en educarla correctamente en vez de consentirla en todo.

—¡No me digas cómo criar a mi hija, su padre soy yo!

—Y yo su madre, ¿o para qué me contrataste? Déjame hacer mi trabajo, y que no se te olvide que ahora Éline tiene a alguien más para cuidar de ella. Con permiso —pasa por mi lado con el mentón alto y los ojos encendidos en furia.

«No sé qué hacer con esta mujer» Se suponía que debía disculparme, no discutir otra vez con ella. Me cuesta creer que tendré que vivir con una persona que logra encender mi sangre al punto de nublarme la razón.

Mi móvil suena, veo quien llama «Lo había olvidado por completo» Paso las manos por mi rostro y suspiro cansado antes de ir a hacia la puerta principal. Abro, la fragancia dulce con notas especiadas llega a mi nariz. Ella sabe cómo seducirme a base de mis aromas preferidos. 

—Adelante —me echo a un lado y me regala una amplia sonrisa adornada por sus labios rojos.

—No vas a saludarme como es debido —pregunta después de que cierro la puerta.

Me acerco y la tomo por la cintura antes de besarla, sus labios saben a fresas, «sí, ella juega bien con lo que me gusta».

—¿Te percataste del perfume que uso? —susurra en mi oído—. Es de tu última colección, me encanta, cuando lo llevo me recuerda a ti.

Sonrío, estoy a punto de contestarle cuando veo a Simone al pie de las escaleras, estática, observándonos a ambos. La mujer a mi lado sigue el rumbo de mi mirada, sus ojos azules se topan con el objeto de mi distracción. Cruza los brazos y arruga su frente, no sé qué estará pensando, pero si de algo estoy seguro es que a Giséle no le gusta la competencia.

—¿Quién es ella, amor?

—Es la señorita Bonnet, la madre por contrato de Énile. Simone, ella es Giséle, mi novia.

Los ojos se Simone se abren en señal de asombro, sus manos se aferran a la bandeja que sostiene. La mujer junto a mí la repara por completo, una sonrisa torcida se dibuja en sus labios rojos.

—Ah, al fin completaste esa idea. Eso es lo que más me gusta de ti, que siempre logras lo que quieres —su mano se posa en mi pecho, comienza a acariciarlo. 

Simone se remueve incómoda, mira en dirección a la cocina, debe desear huir.

—¿Éline se tomó la sopa? —cambio el tema, ella asiente, pero no veo en su rostro rastros de victoria, sino angustia.

Sus grandes ojos pardos se conectan a lo míos, un escalofrío me recorre el cuerpo, una sensación extraña que me hace sentir la misma vergüenza que ella está sintiendo en estos momentos al presenciar la manera en la que Giséle se insinúa a mí. Me dan ganas de socorrerla y de echar a mi novia de aquí por mirarla de esa forma, como si no valiera nada. No me entiendo, este tipo de cosas nunca me han interesado, no sé porqué con Simone es diferente, ¿por qué ella?, ¿por qué si a penas la conozco?

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