2 ¿Libre del enemigo?

—¿Señor Wolf? ¿Sigue ahí? — Mikel enmudeció de pronto, sintiendo que un nudo comenzaba a formarse en su garganta.

—¿Señor Mikel Wolf? — El policía insistió desde el otro lado de la línea — ¿Sabe si la señora Alcalá tenía otros familiares a quienes podamos informar?

Mikel se aclaró la garganta para poder responder.

—No, me temo que no.

—¿Entonces solo su hijo es familiar directo?

—Sí.

—¿Tiene planes para el funeral? Si no los tiene, el Estado podrá hacerse cargo en el crematorio del presidio.

Por un segundo, la mente de Mikel se quedó completamente en blanco. Si bien era cierto que hacía años, muchos, en realidad, había terminado por su propia decisión la relación con Elisa, el hecho de que muriera no lo hacía feliz, y menos cuando tenía un hijo de diez años a quien explicarle que su madre había muerto de una forma tan horrible, incendiada... ¿No era estúpido cremarla? 

Mikel sacudió la cabeza para apartar los fatídicos pensamientos.

—Bien, ¿Entonces? — La voz del maldito policía comenzaba a sonarle molesta.

—Dejaré que ustedes se hagan cargo, mi hijo no está actualmente en condiciones de exponerse a algo así — dijo cortando por lo sano.

—Comprendo, entonces la señora Alcalá tendrá un servicio muy sencillo junto a las otras privadas de libertad que fallecieron en el siniestro. Que tenga buen día, señor Wolf.

Mikel se dejó caer de nuevo al sillón y puso el móvil a un lado, se recostó en la silla dejando escapar el aire por completo mientras su mirada vagaba en el salón.

Astrid reacomodó sus manos en los anchos hombros de su marido y reanudó el masaje.

—¿Algún problema, cariño?

—No, ya todo está resuelto — respondió con expresión indescifrable.

—¿Estás seguro? Es que hacía mucho que una llamada no te dejaba en ese estado.

Mikel hizo silencio durante un minuto buscando las palabras adecuadas en su cabeza para responder.

—Elisa ha muerto — al fin dijo tratando de sonar lo más neutral posible, pero Astrid lo conocía demasiado bien como para pensar que eso no lo afectaba en absoluto.

De inmediato, la mujer se llevó ambas manos a la cara, fingiendo una verdadera impresión, haciendo que Mikel se levantara de la silla y se acerca a ella.

—Astrid…

—No, Mikel, no digas nada… sabes que esto me ha perseguido durante años, a veces no duermo por el peso de la culpa, y otras veces puedo verla en sueños, no me pidas que no sienta nada… — casi sollozó.

—Astrid, ya no podíamos hacer nada, ¡Lo hicimos por nosotros! — se justificó.

—Lo sé, ¡No creas que no lo sé! — Su expresión parecía tan afectada y convincente que Mikel la envolvió con sus fuertes brazos y la acunó entre su pecho.

—Sabes que no puedo decir que no lo haría de nuevo, ¡Porque lo hice por los dos! ¡Te amo, Mikel! Y amo a nuestro hijo, ¡Amo a Mat como si lo hubiera dado a luz! — Se deshizo en explicaciones tan baratas y sobreactuadas, si Elena hubiera estado presente para verla, se habría reído de lo burdo de su actuación.

—Ya no digas nada, cariño, no vale la pena, eso quedó en el pasado, además, nosotros no somos culpables de que ella cometiera un delito, ¡Ella misma se puso la soga al cuello!

Astrid asintió bajando la mirada para no delatar sus nervios, y luego para desviar el foco de atención preguntó:

—¡Mikel! ¿Y qué haremos con Mat? ¿Cómo se lo vamos a decir?

—No lo haremos — respondió lapidariamente.

—¿Qué? ¡Pero ella era su madre! — ¡Wao! Eso sí que era actuar, ahora pasaba del modo “actriz de reparto” al modo “supervillana”.

—No le diremos nada, él ya cree hace muchos años que su madre murió, ¿Para qué vamos a abrir esa herida? No tiene sentido, no le haré esto a Mat, él es solo un niño, no se merece un dolor tan grande como este por segunda vez.

Astrid escondió su rostro en el pecho de Mikel, mientras en sus labios se dibujaba una enorme sonrisa de satisfacción.

Al fin la había vencido. Se había podido deshacer de la enorme piedra en su zapato que Elisa fue para ella en vida.

Fueron cinco largos años a la sombra de su memoria y a la espera de que por fin saliera de la cárcel por buena conducta, pero eso ya era historia, ahora solo esperaba no tener que competir con su memoria, no fuera que la desgracia de su muerte despertara la culpa en el pecho de Mikel o le trajera arrepentimientos absurdos con los que lidiar.

Además, que Mikel decidiera por él mismo que Mat no debía saber nada del asunto le traía mucha tranquilidad, era un problema menos, y el mocoso no estaría llorando por los rincones. Recordaba lo difícil que había sido soportar a ese niñito llorón y lo que le costó ganarse su confianza y hacer que durmiera la noche entera sin tener pesadillas, no regresaría a eso de nuevo, ¡Ni loca!

Recién habían apresado a Elena, Mat cayó en un cuadro depresivo tan difícil que las visitas al psicólogo infantil se volvieron parte de la vida cotidiana. Y no pudo haber sido de otro modo, Mikel le dijo sin anestesia que su madre había muerto y que no regresaría jamás, algo drástico para un crío de cuatro años.

Una noche se despertó llorando, desesperado, y asustó tanto a Mikel que había decidido llevarlo a dormir a la habitación matrimonial, desde entonces solo lograba dormirse en esa cama, y no en otra. A Astrid le costó horrores sacarlo de allí, la cama nupcial se había convertido en cuna para el niñito llorón de mamá, y lo peor es que tuvo que soportarlo con resignación y actitud de madre abnegada, como si realmente le importara.

Astrid recordó aquella época, sintió cómo un escalofrío recorría su espalda y maldijo mentalmente. Le había sido difícil llegar hasta donde estaba, como para que la noticia lo arruinara todo de nuevo.

No tuvo suerte.

Ese mismo día, durante la tarde, el pequeño Maty de nueve hermosos y dulces años, encendió la televisión y comenzó a hacer zapping esperando encontrar algo de su gusto, cuando de pronto un suceso en el canal de las noticias llamó su atención.

—Hacemos un corte en nuestra programación para informar sobre el desafortunado incendio en la penitenciaría femenil del Estado, en el que han perdido trágicamente la vida las internas Beatriz Lennox, Elisa Alcalá, Francesca Milliani…

El narrador de noticias continuaba con la lista de fallecidas, pero Mat solo había escuchado un nombre. Elisa Alcalá.

De inmediato dejó caer al suelo el mando del televisor y corrió escaleras abajo dando gritos en busca de su padre.

—¡Papá! ¡Papá! — soltó, entrando en crisis.

Continuó corriendo por el largo pasillo hasta la cocina en donde estaban las empleadas y su nana.

—Nana, ¿En dónde está mi papá?

—Mat, no tengo idea, ¿Te pasa algo, querido? 

—¡Necesito hablar con mi papá! — gritó fuera de sí con las lágrimas al borde.

—Maty, tranquilízate — la nana se acercó para calmarlo conmocionada por el estado del pequeño que usualmente era jovial y educado. — Mat, esa no es forma de hablar, hijo.

—No, nana, no comprendes, ¡Es mi mamá!

—¿Le ha pasado algo a la señora Astrid?

—No a esa mamá, ¡A mi madre de verdad! — dijo tratando de expresar su sorpresa.

Astrid alcanzó a escuchar desde el pasillo contiguo y se detuvo en seco apretando los puños.

—¡Maldita seas, Elisa! ¡Ni muerta vas a dejarme en paz!

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