4 Sin rastros de Elisa

«Un, dos…», contaba mentalmente mientras hacía los ejercicios matutinos sin dejar de escuchar en sus auriculares la charla sobre "Crecimiento y desarrollo empresarial en el proceso de globalización económica" de F.J. Santos, publicado en la Revista de Economía Mundial. Estaba concentrada en los datos estadísticos cuando la voz de Ada la sacó de sus pensamientos.

—Señorita Isabella, alguien quiere verla.

—¿Ahora? Es un poco temprano — ella dijo mirando el costosísimo reloj de pulso que James le había enviado para que lo usara a diario y con una inscripción al reverso que decía: “Para mi amada hija Isabella, de su madre, con amor”. A ella le había parecido una broma de mal gusto, pero luego pensó que él se estaba asegurando de que ella tuviera algo “familiar” que mostrar en caso de necesitar apartar algunas dudas sobre su identidad en el futuro.

—Es uno de los empleados de la mansión, trae un recado del joven James.

—Está bien, Ada, puedes hacerlo pasar.

Elisa ya se había metido en el papel de ser una Lennox desde hacía varios meses.

Al principio había sido muy difícil, ni siquiera podía reaccionar ante su nuevo nombre, pero ahora  era tan natural como si hubiera sido Isabella Lennox desde siempre.

—Señorita Isabella, buenos días, el señor Lennox dice que ya es hora de ir a la mansión.

La mujer se tensó e inmediato.

—Él quiere que se mude.

—Puedes decirle a mi hermano que lo veré en casa — dijo como si fuera algo familiar, aunque le dejó un sabor extrañamente desabrido al decirlo.

—Me temo que debo insistir, señorita, mi orden es llevarla conmigo.

—Haré mis maletas.

—No será necesario, en casa tiene todo lo que necesita.

Una hora después, Isabella Lennox entraba por primera vez a su… casa...

La mansión de estilo victoriano rodeada de jardines con estatuas y fuentes le quitó el aire. Altos techos y pisos de mármol la recibieron tan pronto puso un pie en el suelo.

Un par de criadas la dirigieron hasta su nueva habitación. La cama con dosel estaba exquisitamente vestida, y la decoración armonizaba con el resto de la residencia de una forma tan regia que ahora ella podía comprender el porqué de tanta pompa y circunstancia en las maneras casi principescas de James.

— ¿Dónde están mis cosas?

—Su hermano ha ordenado comprar todo lo que creyó que usted necesitaría —  abriendo las puertas del armario.

Isabella había visto armarios grandes, pero esta era una habitación anexa, totalmente repleta de puertas y cajones, con una elegante alfombra y un hermoso diván en el centro. Intentó no mostrar su asombro.

—Muy bien, haré un recorrido por la casa. Hace mucho que no vengo.

Isabella necesitó un par de horas para hacer un recorrido a medias por la mansión, caminó cerca del despacho y se detuvo al escuchar las voces que venían de dentro.

—¿Tienes toda la documentación en orden? — era James.

—Claro, te la dejaré para que la revises, ella puede asumir su puesto en el conglomerado hoy mismo — respondió el abogado — Todos han firmado su anexión al equipo, aunque deberías presentarla pronto antes de que piensen que es un fantasma — le aconsejó.

Isabella escuchaba afuera a punto de entrar en pánico. Por primera vez se percató de lo cerca que estaba de incorporarse a la acción.

—¿Algo más que deba saber? — James insistió.

—Lo de siempre, las víboras no duermen, pero yo tampoco, y ahora con la anexión de la cobra menor de los Wolf pues… ya sabes cómo es…

Afuera se escuchó el sonido de algo quebrarse al caer al suelo, y luego pasos apresurados.

James se apresuró a salir para ver quién era, y logró divisarla al final del pasillo.

—Isabella…

Su sorpresa fue genuina. Se obligó a no verla durante esos largos e interminables siete meses solo para comprobar si sería capaz de reconocerla después de su tiempo de preparación, de modo que, si no lo hacía, todo estaría bien.

—Señorita Isabella — llamó la mucama.

Isabella hiperventilaba con la espalda pegada a la puerta tratando de controlar sus nervios. ¡Carajo, era una tonta! Cómo no había visto ese estúpido jarrón.

No sabía que la tenía más nerviosa, ¡Si lo que había escuchado de la conversación entre James y el abogado o que la sorprendiera de chismosa!

Inspiró y expiró un par de veces para poder abrir la puerta.

 —Señorita, el señor me pidió que le informara que ha decidido invitarla a cenar esta noche para agasajarla por su regreso a casa.

—¿Una cena? — se le secó la boca de solo pensar que tendría que sentarse a la misma mesa con el principito estirado.

—Sí, me pidió que le dijera que se vista para una cena especial, que su chofer la llevará a las siete.

Con actitud decidida, y ante el reto que suponía ir a una cena elegante, Isabella se desvistió y entró en la ducha. Abrió en grifo y dejó que el agua tibia corriera sobre sus hombros, masajeado la tensión que había en ellos.

James había despedido al abogado y, después de andar como animal enjaulado por los rincones de la casa, se encontró justo en frente de la puerta de la habitación de su falsa hermana.

Su mano viajó hasta el pomo de la puerta y empujó. Adentro se escuchaba el sonido de la ducha, y sobre la cama estaba todavía la ropa que ella acababa de quitarse.

«Al menos ya no viste como una señora de sesenta años», pensó, mientras tomaba en la mano la pequeña blusa de seda con tirantes en una talla doble S. «Bajó mucho de peso si puede entrar en esto, tiene carácter firme para haberlo logrado, me pregunto qué tan delgada está…»

Los pies de James se movieron solos hasta la puerta del baño. Se detuvo un segundo, pero simplemente se dejó llevar por su impulso y acabó por empujar la puerta y entrar. El sonido de la ducha ocultó el de la puerta.

Una figura esbelta de piel blanquísima apareció ante sus ojos a través de la lujosa puerta de cristal de la ducha. De espaldas solo pudo ver sus magníficas caderas, y al final de la cascada de cabello oscuro la estrechez de su cintura.

Una pequeña cicatriz en la cadera izquierda producto de una quemadura era la única marca que rompía la estética escultural de aquel cuerpo de mujer bajo la caricia delicada del agua.

La mandíbula de James cayó y la mano de Isabella se alargó hasta la llave para cerrar el paso del agua haciendo que el hombre se viera prácticamente atrapado en su aventura vergonzosa.

James salió apresuradamente antes de ser atrapado in fraganti, había estado a punto de arruinarlo todo. Una hora después, James tamborileaba con sus dedos sobre una de las mesas del lujoso restaurante francés Le Bistroman, en el centro de Madrid.

«¡Imbécil! ¿Cómo es posible que me sienta así con ella? Debo estar zafado de un tornillo, la gordita amiga de mi madre ahora me pone de nervios, ¡Menuda estupidez!» Continuó jugando con la servilleta cuando levantó la mirada y entonces la vio.

No podía ser otra, la belleza y la distinción, la forma sensual y elegante al caminar como si flotara en el aire, el porte de realeza. Era ella. La mujer avanzó con paso decidido hacia él, mientras las miradas de los otros comensales la seguían sin recato.

James dejó de respirar para no ponerse en evidencia, no iba a claudicar ante una mujer solo porque era hermosa, y elegante, y refinada, y toda una diva, con porte de reina y…

Sacudió la cabeza para poner en orden sus pensamientos.

Ella le dedica una delicada sonrisa antes de saludarlo con absoluta distinción.

—Buenas noches, querido hermano.

Él estaba estupefacto.

«Es ella. Elisa. No, Elisa, no. Isabella. Se ha convertido en una verdadera Lennox.» pensó.

James recordó volver a respirar y le devolvió la sonrisa. Una endemoniadamente sensual que Isabella grabó en su memoria.

Él se acercó, acortando demasiado la distancia entre los dos y posando suavemente los labios sobre su mejilla dandole un beso de “hermano” que la hizo estremecer.

—Bienvenida, Isabella — rompiendo el silencio con su voz profunda y gutural.

Él no pudo hallar rastros de la Elisa que conoció, al menos no en la superficie.

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