6 Vals de venganza

—Mikel Wolf, señorita Lennox. Es un gusto —  la frase quedó colgada en el aire, repiqueteando como si fuera una campana, y aturdiendo a Isabella por un instante.

James, que hacía esfuerzos por mantenerse impasible ante el esbirro que había condenado a su madre a cadena perpetua, notó la repentina palidez de la chica, se había metido muy bien en su papel y, tomándola suavemente por el codo, le dirigió una mirada segura para infundirle confianza.

Ella no dijo nada, pero agradeció internamente el que su socio justiciero tuviera ese gesto.

Mikel, por su parte, se quedó demasiado tiempo tomando la mano de Isabella hasta el punto de ser verdaderamente incómodo.

Ella se liberó con delicadeza y estilo, haciendo un comentario sobre lo delicioso de los canapés y la excelente música instrumental que sonaba de fondo.

—Señorita Lennox, ¿Puedo hacerle una pregunta? — lanzó el viejo zorro de Emmett Wolf.

Isabella asintió con gracia, ocultando su animadversión.

—¿La conozco de alguna parte? — preguntó entrecerrando los ojos.

A Isabella se le congeló la sonrisa y pensó que estaba perdida, que había sido descubierta y que el viejo Emmett comenzaría a dar voces acusadoras hacia ella.

«¡Mierda, estoy perdida! Era demasiado ilusorio pensar que podría engañar a Emmett», se dijo internamente mientras dejaba de respirar y mantenía la sonrisa.

—No lo creo —ahí estaba James salvándola de nuevo del ojo de águila del viejo Wolf — Mi hermana acaba de llegar del Reino Unido, ha pasado casi toda su vida allá. Usted sabe, se educó en los exclusivos internados para señoritas y luego fue a la Universidad Saint Andrews, en Escocia.

—¿Saint Andrews? ¿La universidad de la realeza? Ha tenido usted una educación de primera, señorita Lennox — Emmett continuó en actitud aduladora, aunque no terminaba de sacarse de la cabeza que la había visto antes en alguna parte.

El que tampoco podía era Mikel. Estaba en silencio, dándole vueltas a su cerebro y buscando en el fondo de su mente a esta maravillosa mujer, pero sin hallarla. Lo único que en realidad le parecía conocido eran esos cristalinos ojos azules, pero lo demás… lo demás era demasiada perfección para ser alguna de sus aventuras de una sola noche en la cama.

El ambiente amenazaba con ponerse peligroso para la farsante, y había que hacer una maniobra con urgencia.

—Señor Wolf, ya que es la primera vez que tenemos el honor de recibir su visita en nuestra casa, ¿Le gustaría ver nuestra colección de arte? — Isabella respiró de alivio al escuchar la fabulosa idea de James.

—¡Sí, claro! — Ambos Wolf, padre e hijo respondieron al unísono.

—Yo me refería al señor Emmett, he escuchado que es un verdadero crítico de arte… — James se apresuró a decir.

«Divide y vencerás», pensó para sí, mirando a su falsa hermana, que pareció haberle leído la mente.

—Por supuesto, nada me gustaría más, me han dicho que no solo tiene una colección exquisita, ¡Sino que además vale una fortuna! — Isabella pensó que el comentario era tan típico de su exsuegro, que ella casi pudo haberlo predicho, no podría haber contestado de otra forma. A Emmett solo le importaba el dinero, podía olerlo a kilómetros de distancia.

—¡Magnífico! Entonces no se hable más, acompáñeme, por favor, es por aquí — señalando el camino al viejo y tramposo empresario mientras le lanzaba una mirada cómplice a Isabella para que aprovechara el momento a solas con Mikel.

Ella tragó grueso al comprender la treta de su “hermano”, y se limpió el sudor de las manos disimuladamente en el vestido.

—Hijo, ¿Por qué no sacas a bailar a la señorita? Me imagino que pocos caballeros tendrían la osadía de acercarse a tan distinguida dama, no es de buen gusto dejar a alguien como ella ahí parada, ¡Anda! Yo iré con el señor Lennox a ver esa colección.

James sonrió con gusto para sus adentros, el viejo Emmett había mordido el anzuelo, y Mikel no había podido reconocer a su mujer, o, mejor dicho, a su exmujer, a pesar de que no le quitaba los ojos de encima.

Mikel pareció salir de su letargo, se había perdido en esos ojos que le recordaban a alguien, pero no terminaba de dilucidar a quien, sin embargo, tenía una sensación extraña, de amargura e injusticia.

De pronto un escalofrío recorrió todo su cuerpo, haciéndolo estremecer, como si la culpa lo invadiera sin saber de dónde venía. Sacudió la cabeza, alejando el mal presagio.

—¡Ejem! — carraspeó entonces para aclararse la garganta y apartar esas sensaciones estúpidas que acababan de abrumarlo en el momento y lugar equivocados — ¿Me haría el inmenso honor de concederme esta pieza? — dijo al fin con una mirada cautivadora cuando su padre y el hermano de la joven se perdían tras el primer pasillo.

A Isabella se le heló la sangre. Pero no estaba ahí para quedarse petrificada. Había entrenado mucho, y no solo físicamente, sino psicológicamente, para estar preparada para enfrentar a su verdugo, y había llegado la hora. No fallaría, no cuando ya había pasado la primera fase y él todavía no se daba cuenta de quién era.

«Necesito saber quién es, o no voy a poder pegar un ojo esta noche», se dijo para sí, mientras le ofrecía la mano con caballerosidad, «Puede que le saque información mientras bailamos, seguramente la conocí en aquel viaje a Londres hace unos años… no, en Londres no pudo ser, tal vez en…

Mikel continuaba partiéndose la cabeza en dos, sin dar con ella.

Isabella inspiró profundo y, haciendo acopio de todas sus fuerzas, retomó la psicología de su personaje: Isabella Lennox, la aristócrata hermana de James.  Joven y hermosísima mujer educada entre la crema innata de la sociedad europea, la chica empoderada y con aires de grandeza a la que no le intimida un baile con otro empresario más.

«Sí, él es un empresario más de los muchos que se pueden acercar a alguien como Isabella Lennox, no hay nada que temer»

Isabella le ofreció una exquisita sonrisa y tomó la mano de Mikel con delicadeza mientras lo miraba de forma ligeramente seductora.

«Solo un poco de sazón, no mucho», pensó, « Ya mordió el anzuelo», maquinó mientras luchaba por contener las náuseas y obligaba a retroceder las arcadas que amenazaban con arruinarlo todo.

Él tomó su mano y tirando suavemente de ella, la llevó hasta el centro de la pista en donde, justamente, comenzaba a sonar un vals.

La mano de Mikel viajó hasta la cintura de Isabella, atrayéndola hacia él con firmeza, hasta que la distancia entre los dos se redujo y el poco aire en medio de sus cuerpos se tornó  asfixiante y tóxico.

Ella inclinó el rostro escondiendo su malestar, mientras Mikel la sujetaba con más fuerza, despertando sensaciones que evocaron un remolino emocional difícil de controlar.

Mikel pudo sentirla temblar bajo su toque y lo interpretó como una reacción de química entre ambos, sonriendo para sus adentros y pensando que tal vez su teoría de haberla conocido en alguna noche de juerga era bastante probable.

Pero estaba absolutamente equivocado. Isabella era un ciclón en su mente y en su pecho, mientras un sinfín de imágenes y recuerdos se sucedían en su cabeza, una tras otra, como si las estuviera viendo en un filme a todo color:

Recordó la voz gutural de Mikel, susurrándole algo sucio al oído, mientras le palmeaba el trasero y la obligaba a darse la vuelta enterrando el rostro contra la almohada.

—Mikel, así no, me lastimas, me haces daño — ella pidió con suavidad, temiendo no molestarlo. Sabía que a su marido le encantaba probar cosas nuevas y excéntricas en la cama constantemente, no era hombre de rutinas en el se**xo.

—Elisa, por favor, no vas a empezar con eso de nuevo, ¡Eres mi mujer! No hay nada malo en lo que hacemos.

—No es que piense que está mal, es que… — Elisa se había detenido a pensar en la mejor forma de decirlo para no encender su ira — No eres delicado, Mikel…

El hombre había pasado los dedos con cuidado sobre la blanca piel de porcelana de su mujer, dejando un camino de besos desde la base de su cuello hasta llegar a sus caderas.

—¿Te gusta así?

Ella había gemido cuando él llegó a su entrepierna y la estimuló con maestría haciendo que arqueara la espalda.

—¿Así, Elisa?

—Si… — apenas había podido decir, cuando la seducción llegó a su fin y el hombre delicado desaparecía para convertirse de nuevo en el bruto que solo iba directo “al grano” sin más preludios, ni caricias, sin más cuidados que la burla hacia esa mujer que solo representaba la obligación de continuar casado para no perder su dinero.

—Vamos, Elisa, no creo que con esos kilos de más seas tan frágil, ¡Otras mujeres mucho más delgadas soportan embates más rudos que los míos!

—¿Señorita Lennox? — la voz de Mikel la golpeó como un tren sacándola de sus pensamientos.

Isabella levantó la mirada con seguridad mientras relegaba a un rincón oscuro de su mente los recuerdos de Elisa.

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