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Fruncí el ceño sin comprender y Milo asintió, siempre sonriendo.

—El año pasado, tú y Mael ya habían concebido cuando ibas de aquí para allá por los puestos, andando a caballo, durmiendo al raso, amasando para consentir a Mendel, y realizando todas tus actividades normales. No fue eso lo que malogró el embarazo, ¿verdad?

Meneé la cabeza con el ceño todavía fruncido.

—¿Sabes cuándo concibieron este bebé?

Desvié la vista con una mueca, tratando de sacar cuentas.

—No estoy segura. Al menos ocho o nueve semanas atrás.

—¿Y desde cuándo sabes que estás embarazada?

—Desde ayer.

—Ya veo. Y en todas estas semanas previas, hasta ayer, ¿sentías este miedo, o modificaste tus actividades habituales?

—No, porque no lo sabía.

—Oh, de modo que lo único que cambió de ayer a hoy es que ahora sí lo sabes.

—Sí —suspiré.

—O sea que tus actividades habituales no le hacen daño.

Asentí encogiéndome de hombros, sintié

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