—No creo que vuelvan a cambiar hasta que sea hora de regresar a la Cuna —decía Ronda cuando volví a prestar atención a lo que hablaban—. Y les brillaron los ojos cuando les hablé de nuestra aldea.
—Sueñan con un hogar confortable para las mujeres de su clan, y sobre todo para las viudas de más edad. A ellas las beneficiaría más que a nadie la posibilidad de vivir tranquilas y en dos piernas los años que les quedan.
—Tendrán que correr la soga —bromeó Fiona.
La reina preguntó a qué se refería y nos demoramos contándole sobre el límite simbólico, y lo bonita que estaba la parte de la aldea que ocupaba el clan de Ragnar. Terminábamos el té cuando Lenora se presentó a avisarnos que habían llegado los hijos de Mora.
—Bien, a trabajar —dije, sintiéndome mucho mej
Mael se presentó de improviso poco después que nos reunimos con los hijos de Mora. Era una suerte que Ronda estuviera conmigo, porque él también quería aprender cómo hacer los famosos masajes espinales, y precisaba toda mi fuerza de voluntad para no quedarme mirándolo embobada cada cinco minutos.Lo mejor fue que pasó la noche conmigo, mientras sus tíos y sus hermanos estaban con los emisarios en las inmediaciones del Atalaya.Nos quedamos despiertos hasta muy tarde, haciendo el amor como si hiciera un año que no nos veíamos, y luego nos demoramos platicando desnudos en la cama como solíamos, estrechamente abrazados.Tal como pidiera la reina, ni siquiera mencioné mi encontronazo con Mora. Y Mael tenía tanto para contarme que los desaires de la princesa eran lo último en mi mente.Me contó que habían ido hasta la base misma de las monta&n
Jamás tuve ocasión de consultar a Tilda.Mael se marchó con sus sobrinos al día siguiente, a reunirse con los demás en el Atalaya, y la reina me llamó a desayunar con ella, Fiona y Ronda.—Gaida está ansiosa por conocer tu nuevo hogar, hija —le dijo a Ronda tan pronto nos sentamos a su mesa, cada una con uno de sus bebés en el regazo porque eran tan adorables que no podíamos resistir la tentación de consentirlos.—Mael y los demás planean visitar la aldea en uno o dos días —comenté.—¿Luna Gaida no irá con ellos al norte? —inquirió Fiona sorprendida.—No —respondió la reina—. Está cansada de tanto viajar, y la idea de una aldea entera, ya construida y lista para ser habitada, le resulta por demás atractiva.—Podríamos llevarlas nosotras —d
Pasamos una semana en Ragnarheim. Los jóvenes solitarios terminaron de aprender a cambiar con ayuda de Garold y los demás hombres, que podían guiarlos mejor que cualquiera de nosotros.Los demás también decidieron que era hora de andar en dos piernas, al menos unos días, después de décadas en cuatro patas. No ocultaban que se sentían incómodos con las ropas, sobre todo las botas, pero apreciaban las bondades de la alternativa.Especialmente porque el clima cambió, haciéndose lluvioso. Y esas noches disfrutaron dormir bajo techo, secos y abrigados, después de una buena cena caliente y un vaso de la sabrosa cerveza que producían las mujeres del clan.Al ver que todos los adultos iban en dos piernas, los niños también insistieron en cambiar. Recorrían la aldea con ellos, y cuando se aburrían, venían a reclamar atención a las cocinas, donde las mujeres trabajábamos con ahínco para mantener alimentados a los hombres, probando cuanta receta sabíamos. Y para subsanar u
Lo recorrí con manos y labios, arrancándole gruñidos y suspiros entrecortados mientras descendía por su pecho y su abdomen firme hacia sus caderas, que se alzaron cuando me incliné sobre su ingle. Lo besé sin prisa, sintiendo despertar su deseo en mi boca hasta que mi puño apenas bastaba para sostener su erección. Entonces hice a un lado las sábanas y me tendí de espaldas a su lado, atrayéndolo sobre mí.Me cubrió con su cuerpo, guiando mis piernas a cruzarse en torno a su cintura, y me besó al tiempo que me penetraba. Cerré los ojos con un gemido al sentirlo entrar en mi vientre, estremeciéndome de puro placer con la fricción de su carne contra la mía.Con ese conocimiento íntimo de mí del que le gustaba hacer gala, controló su deseo para que alcanzáramos el clímax juntos, deshaciéndonos en otro beso agitado, estremecido, estrechamente abrazados.No volví a soñar con el bebé Malec mientras estábamos en Ragnarheim, aunque la noche siguiente escuché otra vez, o m
Me quedé de una pieza. Ronda advirtió mi reacción y me soltó todavía riendo.—Ven, ven, siéntate —dijo alegremente—. ¡Oh, qué excelente noticia! ¡Madre tenía razón!La dejé tomarme la mano y guiarme a su mesa, antes de apresurarse a poner agua al fuego.—¿De qué hablas, Ronda?—¿No me escuchaste? ¡Estás embarazada! Ese latido que percibes es el corazón del bebé en tu seno. Comienza a latir en la sexta semana de gestación. Si recuerdas cuándo fue la primera vez que lo escuchaste, puedes sacar la cuenta de cuándo concebiste.—¿Qué? Tuve mi período justo antes de empezar a escucharlo. Duró sólo dos días, pero como aún no me regularizo…—A veces sucede que tienes un sangrado después de concebir. No sé por qué ocurre, aunque es normal y no significa nada malo.—Oh…—¡Y Mael acaba de marcharse! ¿Por qué no le envías a Bardo? Podría estar de vuelta en la mañana.A pesar de mi conmoción, atiné a menear la cabeza.
Mis labios se curvaron sin consultarme y Ronda me acarició la mejilla asintiendo.—Así me gusta. Saboréalo, que te lo has ganado con creces. Y esta noche, cuando te vayas a dormir, dale las buenas noches y tu bendición. Háblale cuando y cuanto quieras, Risa. Él te escuchará. Y quién sabe, tal vez cuando crezca un poco tú lo escuches a él. Contigo, no me extrañaría.Le hice caso. Esa noche, como Mael no estaba, Quillan y Sheila vinieron a dormir conmigo. Todavía estaban excitados después de sus aventuras en el Bosque Rojo con Milo, Aine y Dugan. Habían pasado varias horas aprendiendo a rastrear distintos animales, y Quillan hasta había logrado cazar una liebre.Milo ya me lo había contado al regresar, refiriéndome enternecido que el primer impulso de Quillan había sido traerle su presa a Sheila, para compartirla con ella.—Imagino que así fue como sobrevivieron cuando quedaron solos en el bosque de Egil —dijo—. Hay marcas que nos acompañan toda la vida.
Fruncí el ceño sin comprender y Milo asintió, siempre sonriendo.—El año pasado, tú y Mael ya habían concebido cuando ibas de aquí para allá por los puestos, andando a caballo, durmiendo al raso, amasando para consentir a Mendel, y realizando todas tus actividades normales. No fue eso lo que malogró el embarazo, ¿verdad?Meneé la cabeza con el ceño todavía fruncido.—¿Sabes cuándo concibieron este bebé?Desvié la vista con una mueca, tratando de sacar cuentas.—No estoy segura. Al menos ocho o nueve semanas atrás.—¿Y desde cuándo sabes que estás embarazada?—Desde ayer.—Ya veo. Y en todas estas semanas previas, hasta ayer, ¿sentías este miedo, o modificaste tus actividades habituales?—No, porque no lo sabía.—Oh, de modo que lo único que cambió de ayer a hoy es que ahora sí lo sabes.—Sí —suspiré.—O sea que tus actividades habituales no le hacen daño.Asentí encogiéndome de hombros, sintié
La reina no ocultó su sorpresa cuando le dije que necesitaba hablar con ella a solas, por primera vez desde que nos conociéramos. Comprendí que le resultaba extraño, porque tenía la capacidad de hablar con la mente con cualquier integrante de la manada sin que nadie más pudiera escuchar lo que decían. Pero yo sólo podía hablar en voz alta, así que despidió a Lenora y sus hermanas tan pronto terminaron de servirnos el desayuno.Mientras nosotros estábamos en Ragnarheim, ella se había mudado a sus habitaciones de verano, en el nivel principal del castillo, que eran más frescas durante los meses de calor.Esa mañana estábamos sentadas a la mesa frente a los ventanales abiertos, de cara a su jardín privado, y el aire estaba lleno de trinos de pájaros, que anidaban en los árboles que lo rodeaban.Respiré hondo, de pronto nerviosa sin motivo. Dándose cuenta, la reina buscó mi mano sobre la mesa y la cubrió con la suya.—¿Qué ocurre, hija? —inquirió en voz baja,