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Pasamos una semana en Ragnarheim. Los jóvenes solitarios terminaron de aprender a cambiar con ayuda de Garold y los demás hombres, que podían guiarlos mejor que cualquiera de nosotros.

Los demás también decidieron que era hora de andar en dos piernas, al menos unos días, después de décadas en cuatro patas. No ocultaban que se sentían incómodos con las ropas, sobre todo las botas, pero apreciaban las bondades de la alternativa.

Especialmente porque el clima cambió, haciéndose lluvioso. Y esas noches disfrutaron dormir bajo techo, secos y abrigados, después de una buena cena caliente y un vaso de la sabrosa cerveza que producían las mujeres del clan.

Al ver que todos los adultos iban en dos piernas, los niños también insistieron en cambiar. Recorrían la aldea con ellos, y cuando se aburrían, venían a reclamar atención a las cocinas, donde las mujeres trabajábamos con ahínco para mantener alimentados a los hombres, probando cuanta receta sabíamos. Y para subsanar u

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