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La reina no ocultó su sorpresa cuando le dije que necesitaba hablar con ella a solas, por primera vez desde que nos conociéramos. Comprendí que le resultaba extraño, porque tenía la capacidad de hablar con la mente con cualquier integrante de la manada sin que nadie más pudiera escuchar lo que decían. Pero yo sólo podía hablar en voz alta, así que despidió a Lenora y sus hermanas tan pronto terminaron de servirnos el desayuno.

Mientras nosotros estábamos en Ragnarheim, ella se había mudado a sus habitaciones de verano, en el nivel principal del castillo, que eran más frescas durante los meses de calor.

Esa mañana estábamos sentadas a la mesa frente a los ventanales abiertos, de cara a su jardín privado, y el aire estaba lleno de trinos de pájaros, que anidaban en los árboles que lo rodeaban.

Respiré hondo, de pronto nerviosa sin motivo. Dándose cuenta, la reina buscó mi mano sobre la mesa y la cubrió con la suya.

—¿Qué ocurre, hija? —inquirió en voz baja,

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