Fijé la vista en mi mano y la de Mael mientras Fiona explicaba lo ocurrido en los baños. Tenía esperanzas que sólo se referiría a la falta de respeto ante las emisarias, pero no ahorró detalles, incluyendo el riesgo para mi embarazo, la lógica inquietud que la actitud de Mora causara en Luna Gaida y sus acompañantes, y hasta la reacción de Mora cuando yo intentara hablar con ella luego.
Por muy mal que me sintiera, comprendí que lo hacía porque Mael y sus hermanos debían enterarse de los pormenores. Mora era una figura con autoridad en la manada, y los líderes del clan necesitaban estar al tanto de todo lo ocurrido antes de tomar una decisión.
A mitad del relato, Mael se incorporó con gesto brusco y comenzó a pasearse por la sala como fiera enjaulada. Milo y Mendel se habían vuelto hacia Mora, mirándola como si no la conocieran. Cuando Fiona calló al fin, la reina explicó las medidas que había tomado para prevenir nuevas indiscreciones de su hija mayor.
Ma
—El problema es Vargrheim. Necesitamos que esas tierras estén a cargo de alguien de absoluta confianza.—¿Y Mora y Ronan no lo son?—Ronan sí, por supuesto. Pero no me parece prudente que ella siga allí después de semejante desatino.—¿Qué tiene que ver su rol en Vargrheim con lo que ocurrió aquí?Mael hizo una pausa para masticar con fruición, los ojos moviéndose por el techo como si buscara las palabras.—El problema es que Mora no logra comprender su lugar —dijo con aire pensativo—. A causa de su ceguera, madre nunca pudo dirigir el castillo cuando se convirtió en Luna. Mis primas mayores lo hacían desde la muerte de mi tía, nuestra Luna anterior, y continuaron haciéndolo. Cuando crecimos, Mora aprendió de ellas y asumió esa responsabilidad. Por eso mi padre la nombró nuestra segu
Mael rodaba por la hierba bajo el sol en dos piernas, jugando con Quillan y Sheila en cuatro patas, cuando escuchamos un tumulto de agudos ladridos desde la salida posterior del castillo. Los cachorros llegaron a todo correr a saltarle encima, y Mael despareció bajo un lío de colas agitadas. Comenzó a empujarlos suavemente a un lado, y ellos volvían a arrojarse sobre él, hasta que Dugan llegó a largo saltos. Un solo ladrido le bastó para poner orden, dando oportunidad a Mael de rodar a un lado, todavía riendo agitado.Aine llegó mientras Mael y Dugan perseguían a los cachorros, que se dispersaban en todas direcciones para esquivarlos. Mael los alzaba en el aire y volvía a soltarlos sobre los demás, creando una risueña confusión, mientras Dugan los topeteaba con suavidad, haciéndolos tropezar y caer.Eran los que llamábamos los bandidos de siempre: los hijos de Milo, Kian y Lenora, y las hijas de Mendel, que durante el verano nos habituáramos a sacar al prado todas las
La solución de Mael al detalle que tanto preocupaba a Fiona sorprendió a todos. Al principio me negué de plano, pero el muy ladino sabía que no podía negarle nada, y no precisó mucho para convencerme de que fuera cómplice en su plan.—¿Estás seguro que no lo tomarán mal? —insistí, aún después de acceder.Se encogió de hombros con una sonrisa cálida, atrayéndome contra él en nuestra cama.—Quienes sientan socavado su orgullo, ya pueden irse a buscar consuelo donde más les guste —replicó besando mi frente—. El mío goza de excelente salud.Así fue que al mediodía siguiente, todos nuestros invitados y las figuras más importantes del clan se congregaron en el gran salón, dispuesto para servir el almuerzo y decorado con las últimas flores del verano y guirnaldas de ramas y enredaderas.Y nosotros nos reunimos con los hermanos de Mael y sus compañeras en el amplio corredor, para formarnos antes de entrar.Lo primero que noté fue la ausencia de Mora
Los emisarios y los Alfas partieron a la mañana siguiente y el castillo no tardó en recuperar su ritmo habitual. Los días se acortaban y enfriaban, el bosque se llenó de manchas rojizas entre el follaje perenne, el viento del norte trajo las primeras lluvias del otoño.Aquéllas semanas fueron las más felices de mi vida. Resultaba curioso, pero no importaba cuánto crecía mi panza, me sentía fuerte y llena de energía. Más pesada físicamente, pero ligera y animada de espíritu. Mael y yo pasábamos la mayor parte del día juntos, los niños estaban sanos, hermosos y adorables. Mi embarazo transcurría sin el menor inconveniente, y era una fuente constante de descubrimientos y momentos graciosos, porque el pequeño Malec siempre se las ingeniaba para hacerme saber su opinión.Siempre se movía cuando Mael le hablaba o tocaba la panza, y parecía distenderse si le cantaba una canción de cuna. Los masajes con aceites de Tilda lo revitalizaban, y seguía desde mi seno los movimientos
Briana no tardó en llevarse a los niños a dormir a la guardería, y Mael me ayudó a desvestirme para acostarnos. Ahora que estábamos solos, los dos dimos rienda suelta a nuestra curiosidad, y pasamos un par de horas explorando aquel nuevo descubrimiento.Pronto comprobamos que aunque podía escucharlo en mi mente, no era recíproco. Por más que lo intentamos, no logré responderle si no era de viva voz.—No es justo —rezongué acurrucándome contra su costado, en sus brazos—. Quedaré como una loca hablando sola mientras todo está en silencio.—Mañana consultaremos a madre. Y se me ocurre que las hermanas de Finneas también podrán ayudarnos, después de tantos años de ayudar a los hijos de humanas a abrirse.No tardamos en dormirnos, aunque desperté pocas horas después, en plena noche, con una aguda punzada de dolor en los riñones. Mael despertó también, y saltó de la cama llamando a Tilda con acento perentorio.—¿Qué ocurre, amor mío? ¿Qué sientes? —pregu
Mael me despertó con el desayuno como solía, y apenas abrí los ojos y encontré los suyos, lo supe. No sé cómo, no sé por qué. Simplemente supe que ese día nacería el bebé.—Será hoy —le dije a Mael, que no ocultó su sorpresa ante mi convicción—. ¿Podríamos enviar por Tea? Quisiera que esté conmigo durante el parto.—Por supuesto, amor mío. ¿Tienes algún dolor, alguna molestia?Estreché su mano sonriendo, porque no quería preocuparlo.—No, no. Es más, me siento mejor que nunca.Mi certeza bastó para poner el castillo de cabeza, aunque Mael cuidó que el alboroto no me afectara. Tiempo atrás había accedido al pedido de la reina de que tuviera el bebé en sus habitaciones, para que ella pudiera estar conmigo durante el parto, de modo que yo aún desayunaba mientras sus aposentos se convertían en una colmena de lobas preparándolo todo para mí. En tanto, Milo insistió en ir a Iria por Tea él mismo, para que Mael pudiera permanecer conmigo.Durante l
LIBRO 3 - MAEL*—¡Tú! ¡Fuera!Eso había sido lo primero que dijera la anciana sanadora apenas entrara en la habitación, señalándome con ojos fulgurantes. Bajé la vista ignorándola, porque nadie, menos que menos una humana, vendría a ordenarme que me separara de Risa en semejante momento.—Mael.Ignoré también a madre, porque Risa sufrió una nueva contracción, y la intensidad de su dolor me llenó los ojos de lágrimas.—Mael, vete.Solté la mano de mi pequeña antes de poder darme cuenta lo que sucedía, y alcé la vista hacia madre con ojos desorbitados, ya incorporándome contra mi voluntad. Ella siguió sosteniendo la otra mano de Risa, inclinada hacia ella con expresión reconcentrada.—Sal, hijo. No es momento de discutir &m
Permanecí donde estaba, consumido por la angustia, aunque obedecí a madre.Poco después oí el grito de Risa, largo y ahogado, como si apretara los dientes para contenerlo. Sonaba como si estuviera haciendo un esfuerzo sobrehumano a pesar del dolor que le causaba. Mendel y Milo aparecieron de la nada a mi lado, me sujetaron los brazos y me obligaron a retroceder hacia los sillones.Otro grito desgarrador de Risa llenó los aposentos de madre, y escuchamos con claridad a la anciana ladrando con sus cajas destempladas.—¡Puja! ¡Puja! ¡No gastes fuerza en gritar! ¡Sujeten sus pies!Al tercer grito sofocado, no pude contenerme más y me incorporé de un salto.—¡Madre! —llamé angustiado.—Mael, ¿escuchas a tu hijo?Bajé la vista, concentrándome, pero no oía nada en mi mente.—No, ¿t&uacu