Briana no tardó en llevarse a los niños a dormir a la guardería, y Mael me ayudó a desvestirme para acostarnos. Ahora que estábamos solos, los dos dimos rienda suelta a nuestra curiosidad, y pasamos un par de horas explorando aquel nuevo descubrimiento.
Pronto comprobamos que aunque podía escucharlo en mi mente, no era recíproco. Por más que lo intentamos, no logré responderle si no era de viva voz.
—No es justo —rezongué acurrucándome contra su costado, en sus brazos—. Quedaré como una loca hablando sola mientras todo está en silencio.
—Mañana consultaremos a madre. Y se me ocurre que las hermanas de Finneas también podrán ayudarnos, después de tantos años de ayudar a los hijos de humanas a abrirse.
No tardamos en dormirnos, aunque desperté pocas horas después, en plena noche, con una aguda punzada de dolor en los riñones. Mael despertó también, y saltó de la cama llamando a Tilda con acento perentorio.
—¿Qué ocurre, amor mío? ¿Qué sientes? —pregu
Mael me despertó con el desayuno como solía, y apenas abrí los ojos y encontré los suyos, lo supe. No sé cómo, no sé por qué. Simplemente supe que ese día nacería el bebé.—Será hoy —le dije a Mael, que no ocultó su sorpresa ante mi convicción—. ¿Podríamos enviar por Tea? Quisiera que esté conmigo durante el parto.—Por supuesto, amor mío. ¿Tienes algún dolor, alguna molestia?Estreché su mano sonriendo, porque no quería preocuparlo.—No, no. Es más, me siento mejor que nunca.Mi certeza bastó para poner el castillo de cabeza, aunque Mael cuidó que el alboroto no me afectara. Tiempo atrás había accedido al pedido de la reina de que tuviera el bebé en sus habitaciones, para que ella pudiera estar conmigo durante el parto, de modo que yo aún desayunaba mientras sus aposentos se convertían en una colmena de lobas preparándolo todo para mí. En tanto, Milo insistió en ir a Iria por Tea él mismo, para que Mael pudiera permanecer conmigo.Durante l
LIBRO 3 - MAEL*—¡Tú! ¡Fuera!Eso había sido lo primero que dijera la anciana sanadora apenas entrara en la habitación, señalándome con ojos fulgurantes. Bajé la vista ignorándola, porque nadie, menos que menos una humana, vendría a ordenarme que me separara de Risa en semejante momento.—Mael.Ignoré también a madre, porque Risa sufrió una nueva contracción, y la intensidad de su dolor me llenó los ojos de lágrimas.—Mael, vete.Solté la mano de mi pequeña antes de poder darme cuenta lo que sucedía, y alcé la vista hacia madre con ojos desorbitados, ya incorporándome contra mi voluntad. Ella siguió sosteniendo la otra mano de Risa, inclinada hacia ella con expresión reconcentrada.—Sal, hijo. No es momento de discutir &m
Permanecí donde estaba, consumido por la angustia, aunque obedecí a madre.Poco después oí el grito de Risa, largo y ahogado, como si apretara los dientes para contenerlo. Sonaba como si estuviera haciendo un esfuerzo sobrehumano a pesar del dolor que le causaba. Mendel y Milo aparecieron de la nada a mi lado, me sujetaron los brazos y me obligaron a retroceder hacia los sillones.Otro grito desgarrador de Risa llenó los aposentos de madre, y escuchamos con claridad a la anciana ladrando con sus cajas destempladas.—¡Puja! ¡Puja! ¡No gastes fuerza en gritar! ¡Sujeten sus pies!Al tercer grito sofocado, no pude contenerme más y me incorporé de un salto.—¡Madre! —llamé angustiado.—Mael, ¿escuchas a tu hijo?Bajé la vista, concentrándome, pero no oía nada en mi mente.—No, ¿t&uacu
Pero el desmayo de Risa no detuvo el proceso que seguía desarrollándose junto a mis piernas. Allí, la anciana y Tilda terminaron de extraer al bebé, que yació inerte en la sábana, su carita congestionada y de un horrible color azul, el cordón umbilical todavía uniéndolo al seno de mi pequeña.Por un momento creí que los había perdido a los dos, y el horror era tanto que todo pareció dar vueltas a mi alrededor.Tilda y la anciana permanecían agachadas junto al vientre sangrante, desgarrado, haciéndole algo a mi hijo. Me volví desesperado hacia madre, y descubrir que había cerrado su mente completamente sólo alimentó mi pánico.Entonces escuché algo como un estertor, agudo y brevísimo. Y otro, y otro. Y el latido rápido pero tenue del corazoncito del bebé. Y de pronto un llanto débil e inconf
Al menos nadie me regañó cuando dije que quería permanecer con ellos mientras dormían.La anciana sanadora y madre rodearon la cama juntas para inclinarse hacia el bebé. Advertí el brillo húmedo de los ojos de la humana, que meneó la cabeza rezongando como para no admitir que ella también estaba emocionada.Madre me acarició la cabeza con una sonrisa cálida y asintió.—Felicitaciones, hijo mío. Que Dios los bendiga.Dejaron la habitación hombro con hombro, los brazos enlazados como viejas amigas, la reina de los lobos y la humana gruñona de tocado estrafalario. Marla y las otras sanadoras las siguieron, dejando sólo a Tilda con nosotros, lista para asistir a Risa y al bebé en lo que hiciera falta.La puerta no llegó a cerrarse, porque mis hermanos y sus compañeras entraron de puntillas a conocer a mi hijo y se d
Caía la tarde cuando madre me hizo saber que Aine preguntaba si podía visitar a Risa con los niños. Mi pequeña hizo un esfuerzo por abrir los ojos y asintió, buscando a tientas mi mano, su otro brazo ciñendo al bebé que dormía profundamente junto a su pecho desnudo.—¿Quieres que vengan, amor mío? —le pregunté con la mente, para cerciorarme de haberla comprendido.—Sí, quiero que lo conozcan.Le respondí directamente a Aine y me incliné a besar la mejilla pálida de Risa, que trató de sonreír.—Hablar así es mucho más fácil —dijo, y aún con la mente su acento sonaba fatigado.—A que sí —sonreí—. Y cuando aprendes a cerrarte, es mucho más discreto.—Ya me imagino.—Imagínate entonces las cosas que podr&eac
Risa pasó las siguientes dos semanas en reposo, recuperándose de las secuelas del parto. Malec había sido un bebé robusto al nacer, y el cuerpo de mi pequeña precisaba tiempo para sanar después de darlo a luz.A pesar de que evitaba quejarse, mantenía la calma y trataba de sonreír cuanto podía, yo percibía el dolor constante que soportaba, y me partía el alma no poder hacer nada para aliviarla.Permaneció en los aposentos de madre tres días, con Tilda y Marla turnándose para cuidarla a toda hora bajo la supervisión de Tea, la anciana sanadora, que no ocultaba su desconfianza de los métodos de nuestras sanadoras.Sus maneras bruscas me molestaban, pero madre parecía hallarlas divertidas, y Tilda y Marla las toleraban con paciencia humorística, de modo que tuve que tragarme mis protestas, especialmente porque su presencia hacía sentir bien a Risa.Cuatro días después del parto, convenció a Risa de regresar a nuestras habitaciones. Y pretendía hacerla camina
Afuera nevaba copiosamente, en uno de los inviernos más rigurosos de las últimas décadas. Las noticias que llegaban del norte me habían disuadido de reunir a los guerreros que se suponía pasarían esos meses descansando en el Valle con su familias, y enviarlos con Milo y Mendel a reforzar a quienes defendían la frontera. Tal como hiciéramos dos años atrás, se reunieron con los refuerzos de mis tíos en el vado del Lagan y continuaron juntos hacia el norte.Mientras tanto, Risa continuaba recuperándose del parto, mucho más rápido de lo que todas las sanadoras anticiparan. Tilda, Aine y Briana la cuidaban con devoción, y yo pasaba con ella tanto tiempo como ella me permitía.—Atiende tus deberes, mi señor —repetía, con esa sonrisa adorable que me impedía decirle que no a nada—. Prometiste que nos mudaríamos al norte e