87

Briana no tardó en llevarse a los niños a dormir a la guardería, y Mael me ayudó a desvestirme para acostarnos. Ahora que estábamos solos, los dos dimos rienda suelta a nuestra curiosidad, y pasamos un par de horas explorando aquel nuevo descubrimiento.

Pronto comprobamos que aunque podía escucharlo en mi mente, no era recíproco. Por más que lo intentamos, no logré responderle si no era de viva voz.

—No es justo —rezongué acurrucándome contra su costado, en sus brazos—. Quedaré como una loca hablando sola mientras todo está en silencio.

—Mañana consultaremos a madre. Y se me ocurre que las hermanas de Finneas también podrán ayudarnos, después de tantos años de ayudar a los hijos de humanas a abrirse.

No tardamos en dormirnos, aunque desperté pocas horas después, en plena noche, con una aguda punzada de dolor en los riñones. Mael despertó también, y saltó de la cama llamando a Tilda con acento perentorio.

—¿Qué ocurre, amor mío? ¿Qué sientes? —pregu

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