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La solución de Mael al detalle que tanto preocupaba a Fiona sorprendió a todos. Al principio me negué de plano, pero el muy ladino sabía que no podía negarle nada, y no precisó mucho para convencerme de que fuera cómplice en su plan.

—¿Estás seguro que no lo tomarán mal? —insistí, aún después de acceder.

Se encogió de hombros con una sonrisa cálida, atrayéndome contra él en nuestra cama.

—Quienes sientan socavado su orgullo, ya pueden irse a buscar consuelo donde más les guste —replicó besando mi frente—. El mío goza de excelente salud.

Así fue que al mediodía siguiente, todos nuestros invitados y las figuras más importantes del clan se congregaron en el gran salón, dispuesto para servir el almuerzo y decorado con las últimas flores del verano y guirnaldas de ramas y enredaderas.

Y nosotros nos reunimos con los hermanos de Mael y sus compañeras en el amplio corredor, para formarnos antes de entrar.

Lo primero que noté fue la ausencia de Mora

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