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Mael rodaba por la hierba bajo el sol en dos piernas, jugando con Quillan y Sheila en cuatro patas, cuando escuchamos un tumulto de agudos ladridos desde la salida posterior del castillo. Los cachorros llegaron a todo correr a saltarle encima, y Mael despareció bajo un lío de colas agitadas. Comenzó a empujarlos suavemente a un lado, y ellos volvían a arrojarse sobre él, hasta que Dugan llegó a largo saltos. Un solo ladrido le bastó para poner orden, dando oportunidad a Mael de rodar a un lado, todavía riendo agitado.

Aine llegó mientras Mael y Dugan perseguían a los cachorros, que se dispersaban en todas direcciones para esquivarlos. Mael los alzaba en el aire y volvía a soltarlos sobre los demás, creando una risueña confusión, mientras Dugan los topeteaba con suavidad, haciéndolos tropezar y caer.

Eran los que llamábamos los bandidos de siempre: los hijos de Milo, Kian y Lenora, y las hijas de Mendel, que durante el verano nos habituáramos a sacar al prado todas las

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