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Estábamos todos demasiado excitados para pensar siquiera en volver a la cama, así que arropé a los niños mientras Mael se lavaba, y luego nos sentamos los cuatro a comer frente al fuego, platicando animadamente como si fuera pleno día. El cansancio nos venció dos o tres horas más tarde y al fin nos fuimos a dormir, los cuatro muy juntos en nuestra cama.

Sin embargo, a la mañana siguiente desperté completamente sola. Aunque fue sólo un instante. Lo que me había despertado había sido el chasquido de la puerta, y un momento después entró Mael trayendo una gran bandeja con el desayuno. Sheila y Quillan llegaron corriendo tras él, y saltaron sobre la cama con las manitos llenas de flores. Los abracé riendo, los besé y les hice cosquillas mientras ellos me arrojaban las flores sobre la cabeza y en mi regazo. Mael permaneció a distancia prudencial con la bandeja, contemplándonos con una sonrisa luminosa y los ojos brillantes de emoción.

Una vez pasada la conmoción, los niños

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