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Mael se presentó de improviso poco después que nos reunimos con los hijos de Mora. Era una suerte que Ronda estuviera conmigo, porque él también quería aprender cómo hacer los famosos masajes espinales, y precisaba toda mi fuerza de voluntad para no quedarme mirándolo embobada cada cinco minutos.

Lo mejor fue que pasó la noche conmigo, mientras sus tíos y sus hermanos estaban con los emisarios en las inmediaciones del Atalaya.

Nos quedamos despiertos hasta muy tarde, haciendo el amor como si hiciera un año que no nos veíamos, y luego nos demoramos platicando desnudos en la cama como solíamos, estrechamente abrazados.

Tal como pidiera la reina, ni siquiera mencioné mi encontronazo con Mora. Y Mael tenía tanto para contarme que los desaires de la princesa eran lo último en mi mente.

Me contó que habían ido hasta la base misma de las monta&n

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