El hábito me despertó cuando el cielo comenzaba a cambiar de color en el este, anunciando la tardía mañana invernal.
Estaba tendido boca abajo en la alfombra frente al fuego, con Risa acostada a medias sobre mí, su brazo cruzando mi espalda, su pierna entre las mías, sus labios contra mi hombro. Apenas me moví, su mano me acarició con lentitud deliberada. Volteé la cabeza para enfrentarla y hallé sus ojos abiertos en las sombras que llenaban la… nuestra habitación.
—Buenos días, mi señor —susurró sonriendo.
—Si sigues llamándome así me echaré a llorar —dije devolviéndole la sonrisa, demasiado cómodo para moverme.
—Buenos días, amor —dijo, adelantando la cara en busca de mis labios.
Su beso me hizo olvidar mi comodidad en un abrir y cerrar de ojos. La tomé en mis brazos para volver a besarla, mi mano corriendo por su espalda a sujetar sus glúteos.
—¿Por qué no puedo llamarte así? —inquirió ofreciéndome su cuello.
—Porque me hace sentir que no sientes que eres mi igual —respondí, empujándola suavemente para que se tendiera boca arriba, y me alcé un poco para mirarla—. ¿Acaso aún te sientes así?
—Claro que no, gracias a ti, a tu honestidad —dijo—. No es por eso que lo hago.
Acaricié su pecho alzando las cejas.
—¿Y por qué lo haces, entonces?
Se tomó un momento para disfrutar mis caricias y luego me obsequió una sonrisa entre dulce y traviesa, apoyando un dedo en mi nariz.
—Porque eres mío —respondió con una ternura que me hizo estremecer—. Y sólo lo comprendí cuando nos reencontramos. Tú me lo demostraste. Soy tuya y eres mío. No en un sentido de propiedad, sino como las partes de un todo.
—Claro que sí, amor mío —murmuré antes de besarla—. Me hace feliz saber que los dos lo sentimos así.
—Ahora más que nunca —asintió junto a mis labios—. Eres mío porque eres mi vida, mi refugio, mi fuerza. Eres mío porque eres adonde pertenezco.
La abracé demasiado conmovido para responder.
—¿Cómo te sientes físicamente? —pregunté cuando fui capaz de volver a hablar.
—Nunca antes me sentí mejor.
—Anoche aún me quedaba un poco de recelo —suspiré apoyando la frente contra la suya.
—A mí también —confesó en un murmullo—. Me preguntaba si haber habituado mi cuerpo a tu simiente dilataría cualquier efecto adverso.
—¿Y por qué lo ocultaste? —inquirí sorprendido.
Su mano corrió por mi espalda hacia abajo y volvió a subir por mi pecho, a reunirse con su boca.
—Porque te deseaba demasiado.
—¿Deseaba? ¿En pasado?
Su risa alegre, vibrante, llenó nuestra habitación.
—¿A qué hora nos esperan a desayunar? —bromeó.
—Nadie nos espera —respondí—. Pero creo que la cama es más cómoda que la alfombra.
Alzó la cabeza para mirarla y asintió riendo.
—Y más abrigada —agregó.
Nos demoramos en nuestra habitación hasta el mediodía, y cuando me abrí, madre aceptó muy contenta almorzar con nosotros. Pero cuando al fin asomamos a la galería, Risa tironeó de mi mano en dirección opuesta a las habitaciones de madre.
—¿Adónde me llevas? —pregunté con curiosidad.
—A la guardería, por Sheila y Quillan —respondió.
—Los estás echando a perder.
—¡Es que son adorables!
—De no haber sido por ti, ayer los habrían castigado por irrumpir así en la ceremonia.
—¿Acaso no planeas adoptarlos?
—Sí, pero deben aprender a…
—Entonces serán como nuestros hijos.
—Sí, claro, pero…
—¿Quién dejaría a sus hijos fuera de semejante ocasión?
—Eres imposible —reí, dejándola arrastrarme hacia el otro extremo de la galería.
Cordelia y Morgana, las hijas mayores de Milo, se alegraron tanto como los cachorros de vernos llegar. Noté la familiaridad con que todos corrían a saltarle encima a Risa, que se arrodilló junto al hogar y se tomó su tiempo para saludar a cada uno por su nombre.
—Madre espera —me atreví a recordarle.
—Oh, ¿no te quedas? —inquirió Cordelia decepcionada.
—Hoy no puedo —respondió Risa alzando a Sheila—. Ven, Quillan, vamos a almorzar.
—Al menos se lleva a esos dos bandidos —suspiró Morgana.
—¿Causan problemas?
Mis sobrinas menearon la cabeza sonriendo.
—Es que no podemos escucharlos y nos cuesta saber qué quieren —explicó Cordelia—. Pero como Risa está habituada a no escuchar a nadie, se las arregla para entenderlos.
Risa se nos unió con Sheila en brazos y Quillan muy ocupado tratando de atrapar los ruedos de su vestido, y abrí la puerta para que salieran. Un coro de agudos ladridos la despidió.
Almorzamos a solas con madre, los cachorros dormitando muy tranquilos frente al fuego, y pronto decidimos unirnos a ellos para los postres. Risa ayudó a madre a acomodarse en un sillón junto al hogar, luego se sentó en la alfombra, entre sus piernas y las mías. Los cachorros se despertaron sólo para trepar a su falda antes de continuar su siesta. Madre halló a tientas la cabeza de Risa y la acarició dirigiéndome un guiño cómplice.
Era en esos momentos que más veía los cambios que encontrara en Risa después de pasar el verano separados. Antes vivía en el castillo porque estaba conmigo, para estar conmigo. Pero luego de rechazarme, regresó por propia voluntad mientras yo estaba en el norte. Había pasado esos meses descubriendo cómo era realmente vivir entre nosotros, dándose cuenta que era bienvenida sin importar su raza ni su apariencia. Y la ayuda invaluable de madre, la cordialidad afectuosa de Milo y Fiona, la amistad de mis sobrinas y las sanadoras, le habían permitido terminar de perder el miedo. Se animó a mostrarse tal cual era, y su personalidad le granjeó el afecto incondicional de toda mi familia.
Ya al reencontrarla con el clan de Ragnar lo había advertido. Y desde que regresáramos al Valle, había comprobado que todos comprendían que mis sentimientos por ella no eran sólo producto de la imprimación, porque ahora ellos también conocían a la mujercita inteligente, generosa, sensible que se ganara mi amor incondicional.
Risa inclinó la cabeza siguiendo la caricia de madre, para alzar la vista hacia mí envuelta en su esencia dulce y serena. Sus labios formaron dos palabras sin sonido, sólo para mis ojos.
—Te amo.
El suelo cubierto de nieve vibraba bajo mis patas cuando me dirigí al pabellón. La luna llena se alzaba sobre las montañas, y todos los invitados a la boda se internaban en el bosque a disfrutar la cacería en aquella noche helada. Yo, en cambio, me apresuré a cambiar y volver a vestirme para regresar al castillo.Risa me esperaba en los escalones de la entrada principal, bien abrigada en su grueso manto de pieles blancas, y se incorporó al ver que me acercaba a paso rápido. Bien, tan rápido como me era posible en dos piernas y con la nieve por las pantorrillas.Trepé los escalones para tomarla en mis brazos y la besé en el gélido aire nocturno, bajo el resplandor pálido de la luna que me hacía cosquillas en la sangre.—¿Estás seguro que no quieres ir de cacería tú también? —preguntó junto a mis labios, su aliento formando nubecillas de vapor entre nosotros.La solté sólo para tomar su mano y conducirla de regreso al interior del castillo.—¿Tendré que explicártelo de nuevo? —sonreí, d
Al día siguiente, me reuní después del almuerzo con mis hermanos y mis tíos. Era hora de decidir qué haríamos en concreto durante el invierno para defender las posiciones que estableciéramos en verano. Tal como había dicho Eamon en verano: en perspectiva, recordaríamos la ofensiva como la parte fácil de la guerra, porque el verdadero desafío comenzaba ahora.Ignorábamos la ubicación exacta de la fortaleza de la reina de los parias en el norte, ni cuánto tiempo les demandaba el viaje hasta nuestras fronteras, pero la experiencia indicaba que solían aparecer a partir de mediados de enero. Sólo faltaba una semana para eso, y debíamos estar preparados si aspirábamos a no perder el terreno ganado.Debatíamos inclinados sobre mapas en mi estudio, tan cerca del hogar como podíamos, cuando madre me habló.—Mael, ¿tienes un minuto?—Por supuesto —respondí de inmediato, apartándome un paso hacia la ventana—. ¿Qué ocurre?—Sabes que Tea, la sanadora humana, v
Risa se despidió con un breve abrazo de cada una de las mujeres, incluso de la sanadora, que intentó retroceder protestando. Las humanas trataron de volver a hacerme una reverencia, pero las detuve con un gesto y una sonrisa que, aunque fugaz, las hizo enrojecer.Bardo bajó del alero a posarse en el hombro de Risa tan pronto la ayudé a montar su yegua. Mientras nos dirigíamos al paso a la arcada que marcaba la entrada a Iria, para tomar el camino de regreso al castillo bajo las primeras estrellas, me daba cuenta que mi pequeña estaba alegre y animada después de pasar la tarde con ellas. Estas mujeres habían llegado a apreciarla y confiar en ella sinceramente, y aunque sonara increíble, habían sido los primeros humanos en tratarla bien desde que su apariencia comenzara a cambiar hasta verse como un blanco, cuando tenía cinco o seis años. Con la sola excepción de la anciana sanadora, que en ese momento la había adoptado por iniciativa propia, criándola como si fuera su hija.
—Necesito el consejo de ambas.Desayunábamos con madre frente al fuego, Risa sentada en la alfombra entre nosotros con los cachorros, muy divertida pugnando por beber su té sin que Sheila se lo derramara.A madre le bastó alzar un dedo para aquietar a Quillan en su falda, que al descubrir que alguien le ponía límites, optó por saltar a la falda de Risa, sentada a sus pies. Al verse invadida, Sheila intentó arrojarlo a la alfombra y acabaron los dos rodando y mordisqueándose entre Risa y el hogar.—¿La reunión con tus tíos? —inquirió madre.—Sí.—Será esta tarde, ¿verdad? —intervino Risa.—Sí, porque partirán mañana. No es momento de distraernos con celebraciones en el sur si pretendemos mantener el territorio ganado en el norte.—¿Y para qué necesitas consejo?—Sé lo que propondrán y no sé qué responder, porque no quiero aceptar.—Te dirán que te quedes aquí con tu flamante esposa, mientras ellos y tus hermanos se encarg
El argumento que me diera madre, sobre el viaje de Eamon a la Cuna, resultó la clave para dar por tierra con todas las objeciones a mi participación, especialmente cuando supieron que Risa se me uniría como sanadora para asistir a Maeve.Sabiendo que no me harían cambiar de planes, todos se limitaron a alzar las manos, revolear los ojos y resoplar exasperados en lugar de perder tiempo discutiendo en vano.Era temprano por la tarde, y el viento se había llevado las nubes, permitiendo que el sol brillara. Encontré a Risa en la guardería, leyendo un cuento para los más pequeños. Una de mis primas se apresuró a reemplazarla y no tardó en salir a la galería, donde yo la esperaba.—¿Te gustaría llevar a los cachorros al lago? —propuse.—¡Por supuesto! —exclamó entusiasmada.—Ve a cambiarte. Abrígate bien. Pediré que ensillen tu yegua.Poco después nos alejábamos los cuatro del castillo hacia el oeste, ella a caballo, los cachorros y yo en cuatro p
Risa ayudaba a bañar a los cachorros y yo trabajaba con mis hermanos cuando madre me llamó a sus habitaciones. Me invitó a sentarme con ella frente al fuego, sin decir palabra mientras Lenora nos servía el té. A pesar que nadie más podía escucharnos, aguardó a que mi hermana nos dejara a solas. La forma en que respiró hondo me causó aprensión.—Alanis ha concebido —dijo sin rodeos, con acento grave.Me retrepé en el sillón de pura sorpresa.—La vi entregarte tres cachorros en un día de verano.—Perfecto —asentí, aunque el recuerdo de lo que ocurriera todavía me mortificaba—. Sabes que Risa está de acuerdo con que los criemos como nuestros, así que no habrá ningún inconveniente. Iré por ellos tan pronto el clima lo permita.—No tan rápido, hijo. A ningún cachorro le hace bien ser apartado tan pronto de su madre. Debes aguardar al menos dos o tres años, para que sean más independientes. No es por eso que te lo mencioné, sino para que supieras que est
**Esta historia es la continuación de Alfa del Valle**LIBRO 1Capítulo 1El amplio corredor que llevaba al salón de fiestas estaba adornado con primorosas guirnaldas de lunas crecientes entrelazadas con cintas azules y flores blancas, cuyo perfume se mezclaba con una multitud de esencias dulces que sólo hablaban de felicidad.La mano de madre en la mía era un contacto cálido, tranquilizador. A nuestras espaldas, Milo y Mendel se alinearon con sus compañeras, aguardando con una paciencia que me costaba compartir.—Mora te matará por esto —comentó Mendel divertido—. Te advirtió que no te casaras sin ella.—Por supuesto, lo pospondré seis meses sólo para darle gusto —repliqué revoleando los ojos, mientras madre a mi lado reía por lo bajo.En ese momento se abrieron las puertas del salón en el otro extremo del corredor y no precisé cerrarme para que el mundo a mi alrededor desapareciera, mis ojos cautivados instantáneamente por la figura que se erguía directamente frente a mí. Tras ella
Nos quedamos mirándonos, estremecidos de emoción, nuestras manos trémulas entrelazadas, nuestros corazones latiendo con fuerza, mientras el sacerdote decía algo sobre marido y mujer.Incapaz de contenerme, no esperé que terminara de hablar para alzar el velo y encontrar esos hermosos ojos purpúreos brillantes de lágrimas de felicidad como los míos. Risa alzó apenas la cara hacia mí, en ese gesto que, a solas, solía bastar para que comenzara a desnudarla.Se suponía que el beso era más bien simbólico de la unión de los cuerpos tanto como de las almas, pero apenas rocé sus labios de miel, me resultó imposible contenerme. Su boca se entreabrió para hacer lugar a mi lengua, y me echó los brazos al cuello cuando le sujeté la cintura para atraerla contra mí, mientras a nuestro alrededor todos nos aplaudían y vivaban.El pobre sacerdote se había hecho a un costado cuando tuvimos a bien dejar de besarnos, y guié a Risa de la mano hacia la tarima. Nos arrodillamos ante madre, que apoyó sus man