Risa se despidió con un breve abrazo de cada una de las mujeres, incluso de la sanadora, que intentó retroceder protestando. Las humanas trataron de volver a hacerme una reverencia, pero las detuve con un gesto y una sonrisa que, aunque fugaz, las hizo enrojecer.
Bardo bajó del alero a posarse en el hombro de Risa tan pronto la ayudé a montar su yegua. Mientras nos dirigíamos al paso a la arcada que marcaba la entrada a Iria, para tomar el camino de regreso al castillo bajo las primeras estrellas, me daba cuenta que mi pequeña estaba alegre y animada después de pasar la tarde con ellas. Estas mujeres habían llegado a apreciarla y confiar en ella sinceramente, y aunque sonara increíble, habían sido los primeros humanos en tratarla bien desde que su apariencia comenzara a cambiar hasta verse como un blanco, cuando tenía cinco o seis años. Con la sola excepción de la anciana sanadora, que en ese momento la había adoptado por iniciativa propia, criándola como si fuera su hija.
—Necesito el consejo de ambas.Desayunábamos con madre frente al fuego, Risa sentada en la alfombra entre nosotros con los cachorros, muy divertida pugnando por beber su té sin que Sheila se lo derramara.A madre le bastó alzar un dedo para aquietar a Quillan en su falda, que al descubrir que alguien le ponía límites, optó por saltar a la falda de Risa, sentada a sus pies. Al verse invadida, Sheila intentó arrojarlo a la alfombra y acabaron los dos rodando y mordisqueándose entre Risa y el hogar.—¿La reunión con tus tíos? —inquirió madre.—Sí.—Será esta tarde, ¿verdad? —intervino Risa.—Sí, porque partirán mañana. No es momento de distraernos con celebraciones en el sur si pretendemos mantener el territorio ganado en el norte.—¿Y para qué necesitas consejo?—Sé lo que propondrán y no sé qué responder, porque no quiero aceptar.—Te dirán que te quedes aquí con tu flamante esposa, mientras ellos y tus hermanos se encarg
El argumento que me diera madre, sobre el viaje de Eamon a la Cuna, resultó la clave para dar por tierra con todas las objeciones a mi participación, especialmente cuando supieron que Risa se me uniría como sanadora para asistir a Maeve.Sabiendo que no me harían cambiar de planes, todos se limitaron a alzar las manos, revolear los ojos y resoplar exasperados en lugar de perder tiempo discutiendo en vano.Era temprano por la tarde, y el viento se había llevado las nubes, permitiendo que el sol brillara. Encontré a Risa en la guardería, leyendo un cuento para los más pequeños. Una de mis primas se apresuró a reemplazarla y no tardó en salir a la galería, donde yo la esperaba.—¿Te gustaría llevar a los cachorros al lago? —propuse.—¡Por supuesto! —exclamó entusiasmada.—Ve a cambiarte. Abrígate bien. Pediré que ensillen tu yegua.Poco después nos alejábamos los cuatro del castillo hacia el oeste, ella a caballo, los cachorros y yo en cuatro p
Risa ayudaba a bañar a los cachorros y yo trabajaba con mis hermanos cuando madre me llamó a sus habitaciones. Me invitó a sentarme con ella frente al fuego, sin decir palabra mientras Lenora nos servía el té. A pesar que nadie más podía escucharnos, aguardó a que mi hermana nos dejara a solas. La forma en que respiró hondo me causó aprensión.—Alanis ha concebido —dijo sin rodeos, con acento grave.Me retrepé en el sillón de pura sorpresa.—La vi entregarte tres cachorros en un día de verano.—Perfecto —asentí, aunque el recuerdo de lo que ocurriera todavía me mortificaba—. Sabes que Risa está de acuerdo con que los criemos como nuestros, así que no habrá ningún inconveniente. Iré por ellos tan pronto el clima lo permita.—No tan rápido, hijo. A ningún cachorro le hace bien ser apartado tan pronto de su madre. Debes aguardar al menos dos o tres años, para que sean más independientes. No es por eso que te lo mencioné, sino para que supieras que est
Los pasos apresurados por la galería me despertaron pasada la medianoche, un momento antes que llamaran a mi puerta.—¿Qué ocurre? —pregunté, abriéndome al tiempo que saltaba de la cama.—Acaba de llegar un mensaje urgente de Artos —respondió Milo.—Ve, ya bajo.—¿Mi señor? —murmuró Risa adormilada.—Vuelve a dormir, amor mío —le dije vistiéndome apresurado.—¿Sucedió algo?—Llegó un mensajero. —Me incliné a besar su frente—. Duerme. Regreso enseguida.Dejé nuestras habitaciones apresurado, con un mal presentimiento. Debía tratarse de algo en verdad urgente para que el mensajero llegara en plena noche, sin detenerse a descansar.Se trataba de Mahon, hermano de camada de Maddox, el hijo de Artos a cargo del puesto entre el de Baltar y la aldea del oeste que defendía mi primo Erwin. Milo lo había conducido a mi estudio para que se echara ante el fuego, y cuando entré, mi hermano se quitaba su bata de pieles y lana para cubrirlo.—Alfa —resolló al verme, intentando incorporarse.—No te le
El amanecer halló el castillo convulsionado con los apresurados preparativos para responder al pedido de Artos.Mahon se había despertado lo suficiente para advertirnos que los caminos estaban completamente cubiertos por un metro de nieve o más, y que eran prácticamente intransitables a caballo.En medio de aquel ajetreo, me hice un momento para reunirme con madre. Su experiencia y su buen criterio eran indispensables, en caso que la urgencia nos hubiera empujado a ignorar detalles importantes.Risa nos acompañaba y escuchó en silencio, estrechando mi mano entre las suyas, cuando le expliqué a madre en voz alta el apresurado plan que esbozáramos.—Partiremos en unas horas con todos los que debían acompañarnos a fines de febrero. Yo me adelantaré con Ragnar y los mejores corredores, y Milo nos seguirá con los demás tan rápido como puedan. Ya enviamos cuervos para que los refuerzos de Artos y Eamon se nos unan en el vado del Lagan. Desde allí cortaré camino
El establo se hallaba tras una de las últimas casas del pueblo, a tiro de piedra del bosque. Los animales se agitaron cuando nos escabullimos dentro, pero Ragnar aseguró que no había peligro de que los mugidos y balidos atrajeran atención indeseada. Encontramos una prolija pila de ropa sobre una gran bala de heno a pocos pasos de la entrada. Nos apresuramos a cambiar, vestirnos y envolvernos en las toscas mantas, porque no era una noche para ir en mangas de camisa.Pronto escuchamos los pasos que se aproximaban desde la casa. Ragnar me indicó que retrocediera antes de asomarse. No tardó en entrar una mujer alta y corpulenta, que alzó la lámpara que traía al vislumbrar nuestras sombras.Me sorprendió ver cómo se iluminaba su expresión al ver a Ragnar, y se apresuró a dejar la lámpara en el suelo para darle un estrecho abrazo, que Ragnar correspondió, los dos riendo por lo bajo.—¡Oh, Ragnar! ¡Qué bien te ves! —exclamó la mujer, pugnando por no alzar la voz. Le su
Regresábamos a la iglesia cuando me di cuenta que algo le ocurría a Ragnar. Nada físico, nada notorio en su esencia, pero advertía una mezcla de inquietud y vacilación que nunca antes le viera.—Adelántate, ya vamos —le dije a Mendel, que me echó un vistazo y obedeció en silencio.Me volví hacia Ragnar, y su cara reflejó contrariedad al enfrentar mi expresión interrogante.—No tienes que decirme nada que no quieras, Ragnar —me anticipé—. Sólo quiero que sepas que me doy cuenta que algo te pesa, y que puedes contar conmigo para lo que necesites, sea lo que sea.Giró para darme la espalda con una brusquedad que era completamente inusual en él. Su esencia se ensució con un olor amargo que yo ignoraba qué significaba, pero el breve temblor de sus hombros era un claro indicio.—Entremos —tercié con suavidad—. Todavía debe quedar fuego en el hogar, y se me antoja una infusión.Me siguió sin decir palabra. Me entretuve colgando un calderillo con ag
Ragnar no perdió tiempo pidiéndome que mantuviera en secreto lo que me dijera esa noche. Habíamos llegado a conocernos lo suficiente para que supiera que sólo hablaría al respecto si resultaba imprescindible, y únicamente con quien fuera necesario.Al día siguiente se despidió de nosotros para regresar al Valle, y yo volví a ocuparme de temas más urgentes, como el pequeño ejército de blancos y parias movilizándose hacia el oeste.Varias noches después, me costaba dar crédito a mis ojos cuando me reuní con Mendel. Él y sus hijos se habían apostado a mitad de camino entre la cumbre y la base de la montaña, y desde allí tenía una vista panorámica del valle allá abajo. El ejército de vasallos, al menos dos centenares de humanos a pie, avanzaba penosamente en la nieve y el barro, mal abrigados en aquella noche glacial, cargados como mulas. Entre ellos se movían humanos a caballo, obligándolos a continuar a pesar del frío, los tropezones, el peso de sus pertrechos. El valle