—¡Atrás! ¡Ocúltense en el bosque!
La advertencia de Artos llegó justo a tiempo. Obedecimos aunque no entendiéramos por qué, y un instante después oímos el agudo silbido de medio centenar de flechas volando hacia nosotros. Alcanzamos a alejarnos del Launne, cobijándonos en la espesura. Varios proyectiles volaron por encima de nuestras cabezas, yendo a clavarse en la nieve, y varios más rasguñaron las ancas de algunos de los nuestros, aunque sin producir heridas.
Cuando tuvimos oportunidad de detenernos y mirar hacia atrás, descubrimos las siluetas ocultas tras los montículos de nieve que moteaban la orilla opuesta del río.
—¿Qué demonios? —gruñó Kian.
Artos y Milo ya llegaban desde el puesto de Owen con media docena de los nuestros.
—¿Están bien? —preguntó mi hermano ala
—¿En verdad quieres mi opinión?Asentí con la boca llena, muy cómodo envuelto en mi bata de lana y pieles, mis pies abrigados en mis botitas de vellón, sosteniendo a mi hijo dormido con un brazo mientras usaba la otra mano para comer cuanto Risa traía a la mesa.Ella amasaba en la cocina, escuchándome sin interrumpirme, y cuando al fin callé, hizo una pausa en su trabajo para mirarme a los ojos muy seria, las cejas un poco alzadas, y hacerme esa pregunta.—¿Estás seguro? —insistió—. Porque no creo que te guste mi respuesta.—¿Qué podrías decir que no me guste? —inquirí intrigado, porque no era usual verla tan seria.—Que necesitan humanos —replicó sin rodeos.Tenía razón. Me envaré, ceñudo, y ella asintió con una mueca que no llegaba a ser una sonris
—Pensaba en el poblado vecino al puesto de Owen —dijo Risa—. ¿Qué planeas hacer con esos humanos? ¿Les darás oportunidad de irse? ¿Los matarás?—Aún no he tenido tiempo de considerarlo. ¿Qué harías tú?—¿Por qué no los invitas a cruzar el río y mudarse a tus tierras? —Risa alzó la vista, notó mi expresión ceñuda, y volvió a sonreír—. Necesitas más guerreros, mi señor. Ofréceles un nuevo hogar en Vargrheim o la aldea del Oeste. Así podrás reclutar y adiestrar todos los arqueros que precises. Y si hay mujeres solas, ofréceles ir al Valle. La vida de una mujer sola es muy dura entre humanos. En el Valle podrán sumarse a las madres, y como tú mismo dijiste, ganarse la vida de forma honesta e independiente, lejos de la desconfianza y la ani
Las lluvias regresaron pocos días después con ánimos de recuperar el tiempo perdido, y era una suerte. Había nevado durante meses, y cuando las nubes se abrían, la temperatura se desplomaba, congelando la capa superior. De modo que la tierra no estaba cubierta por una capa homogénea de nieve, por alta que fuera. Era como un pastel, con capas alternadas de nieve y hielo, que no se derretía con tanta facilidad.Y mientras la naturaleza se encargaba de lavar la tierra, nosotros no perdíamos el tiempo esperando que mejorara el clima.Los parias no intentaban nada abiertamente, pero mantenían su guardia de arqueros a lo largo de la orilla septentrional del Launne. La expandían ante nuestros propios ojos sin que pudiéramos hacer nada para detenerlos, y pronto había arqueros emboscados a todo lo largo del río hasta el recodo.En tanto, logré sobornar a Bardo con una raci&o
Fue un año sin verano, y aunque en ese momento añorábamos ver el sol y el cielo azul, y estábamos hartos del frío y la lluvia que se negaban a retroceder, pronto comprendimos que el clima no era adverso para nosotros, sino una verdadera bendición.Sí, permitió que los parias no necesitaran replegarse en busca del frío que los mantenía vivos, y nos frustraba verlos a la distancia, paseándose impunemente a sólo un kilómetro o dos del río. Pero esa humedad fría que nos calaba los huesos y nos ponía de malhumor nos protegía.Después de pasar tres días en el campo de entrenamiento, Mendel y yo nos pusimos en camino hacia el este.Con su tacto habitual, Ronan había preguntado como al pasar si no quería descansar unos días en el castillo. Con idéntico tacto, usé de excusa la situación con los pari
**Esta historia es la continuación de Alfa del Valle**LIBRO 1Capítulo 1El amplio corredor que llevaba al salón de fiestas estaba adornado con primorosas guirnaldas de lunas crecientes entrelazadas con cintas azules y flores blancas, cuyo perfume se mezclaba con una multitud de esencias dulces que sólo hablaban de felicidad.La mano de madre en la mía era un contacto cálido, tranquilizador. A nuestras espaldas, Milo y Mendel se alinearon con sus compañeras, aguardando con una paciencia que me costaba compartir.—Mora te matará por esto —comentó Mendel divertido—. Te advirtió que no te casaras sin ella.—Por supuesto, lo pospondré seis meses sólo para darle gusto —repliqué revoleando los ojos, mientras madre a mi lado reía por lo bajo.En ese momento se abrieron las puertas del salón en el otro extremo del corredor y no precisé cerrarme para que el mundo a mi alrededor desapareciera, mis ojos cautivados instantáneamente por la figura que se erguía directamente frente a mí. Tras ella
Nos quedamos mirándonos, estremecidos de emoción, nuestras manos trémulas entrelazadas, nuestros corazones latiendo con fuerza, mientras el sacerdote decía algo sobre marido y mujer.Incapaz de contenerme, no esperé que terminara de hablar para alzar el velo y encontrar esos hermosos ojos purpúreos brillantes de lágrimas de felicidad como los míos. Risa alzó apenas la cara hacia mí, en ese gesto que, a solas, solía bastar para que comenzara a desnudarla.Se suponía que el beso era más bien simbólico de la unión de los cuerpos tanto como de las almas, pero apenas rocé sus labios de miel, me resultó imposible contenerme. Su boca se entreabrió para hacer lugar a mi lengua, y me echó los brazos al cuello cuando le sujeté la cintura para atraerla contra mí, mientras a nuestro alrededor todos nos aplaudían y vivaban.El pobre sacerdote se había hecho a un costado cuando tuvimos a bien dejar de besarnos, y guié a Risa de la mano hacia la tarima. Nos arrodillamos ante madre, que apoyó sus man
No había resultado sencillo explicar por qué Risa se negaba a dejar su habitación vecina a los estudios de las sanadoras. De no haber mediado la intervención de madre, que mandó a todos de paseo y dio orden expresa de que no metieran el hocico donde no los llamaran, mi pequeña se habría visto obligada a cambiarse a una habitación en el mismo nivel de la mía, más acorde a su nueva posición de prometida del Alfa.Pero con la complicidad de madre, Risa evitó mudarse y recuperamos la intimidad de la que gozáramos hasta el verano. La única diferencia era que ahora, en vez de bajar yo a verla, ella subía a mis habitaciones, donde pasábamos las noches juntos como antes. Y al amanecer, la despertaba para que volviera a bajar a vestirse para el día y saliera del dormitorio correspondiente.Creo que de no haber sido por eso, el día de nuestra boda la habría secuestrado apenas terminado el almuerzo, impaciente por estar a solas con ella.En cambio, no me resultó tan difícil tolerar con paciencia
Seguí besándola hasta saberla perdida en su placer y retiré un poco mi dedo, para sumar otro al hundirse en su vientre. Su cuerpo se tensó un poco, sin rastros de dolor físico, y el placer que le produjo la fricción más intensa hizo que su carne pulsara contra mis dedos.Sentí el tirón de mi ingle y el ramalazo de fuego en las entrañas. La deseaba tanto que dolía, pero jamás me arriesgaría a causarle el menor malestar por dejarme llevar por mi propia urgencia.De modo que volví a besar su pecho, su cuello, sus labios, mi mano moviéndose un poco más rápido entre sus piernas, disfrutando cada gemido, cada gesto, cada muestra de su placer. Sabiéndola perdida en mis caricias, me atreví a sumar un dedo más en su vientre, atento a su reacción.Su expresión se contrajo y un eco de dolor ensució su esencia, pero se disipó antes que pudiera apartar mi mano. Un momento después volvía a gemir, los brazos tendidos más allá de su cabeza, empujándose en la cabecera de la cama para impulsarse contra