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Fue un año sin verano, y aunque en ese momento añorábamos ver el sol y el cielo azul, y estábamos hartos del frío y la lluvia que se negaban a retroceder, pronto comprendimos que el clima no era adverso para nosotros, sino una verdadera bendición.

Sí, permitió que los parias no necesitaran replegarse en busca del frío que los mantenía vivos, y nos frustraba verlos a la distancia, paseándose impunemente a sólo un kilómetro o dos del río. Pero esa humedad fría que nos calaba los huesos y nos ponía de malhumor nos protegía.

Después de pasar tres días en el campo de entrenamiento, Mendel y yo nos pusimos en camino hacia el este.

Con su tacto habitual, Ronan había preguntado como al pasar si no quería descansar unos días en el castillo. Con idéntico tacto, usé de excusa la situación con los pari

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