Mientras yo buscaba formas de asegurar nuestra frontera y no pensaba más que en la guerra, Risa pensaba en la vida y en nuestra familia.
Malec ya había cumplido los seis meses, pero aún se alimentaba cada cuatro o cinco horas, y al cuerpo de Risa le costaba seguir satisfaciendo el apetito insaciable de un pequeño lobo. Además, la necesidad de despertarse a darle pecho por la noche también comenzaba a hacerse sentir.
Maeve le aconsejó que comenzara a probar distintas papillas, para ver cuáles le gustaban más. Fue un cambio que Malec celebró con su habitual despliegue de exclamaciones y brazos en alto, moviéndose como aspas enloquecidas.
Pronto quedó claro que le gustaba el color naranja, porque sus purés preferidos eran de zapallo y de zanahoria. Los comía con apetito, y Risa debía mantener el plato a distancia prudencial, porque el bebé intentaba por t
Los niños llegaron corriendo por delante de Briana, que traía leche fresca para el biberón nocturno. Malec despertó al escucharlos, y en un abrir y cerrar de ojos la casa era un lío de voces animadas, las exclamaciones del bebé, los niños correteando a mi alrededor. Y la presencia dulce, única de mi pequeña para terminar de hacer perfecto ese momento.Cenamos en medio del risueño alboroto que solían ser nuestras comidas. Era nuestra costumbre que en esos momentos Quillan y Sheila fueran el centro de atención indiscutido. Y los pequeños se atropellaban excitados para contarnos lo que habían hecho durante el día, mientras Malec intentaba esquivar las cucharadas de papilla para participar de la plática.Luego me llevé a los niños y al bebé a la sala. Me senté en uno de los sillones frente al fuego con Malec en brazos y los niño
Los labios frescos de Risa contra mi piel me despertaron en medio de la noche. Ella lo advirtió aunque permanecí muy quieto, disfrutando sus amplias caricias por toda mi espalda y su esencia cubriéndome como un manto de flores.Hasta que me mordisqueó suavemente el hombro, reclamando alguna reacción de mi parte. Entonces me volví hacia ella, aunque no me permitió tenderme de lado enfrentándola, guiándome a acostarme boca arriba.Adiviné su sonrisa en la penumbra de la habitación y enlacé su cintura mientras me volvía, atrayéndola sobre mí. Su cuerpo liviano, tibio, cubrió el mío mientras nos besábamos sin apuro. Y un momento después su boca resbalaba entre mis pectorales hacia mi ombligo y más allá de mis caderas, que se alzaron por propia voluntad cuando su lengua rozó mi ingle.Volver a hundirme en su boca de
El verano declinaba y pronto volverían el frío y la nieve. Era tiempo de tomar las últimas medidas antes que la lucha se reanudara en invierno. Al menos habíamos logrado deshacernos de la amenaza permanente que habían significado los arqueros de los parias.Las lluvias terminaron de lavar la nieve de las tierras deshabitadas en la orilla norte del Launne, dejando a los vasallos sin escondites para que sus arqueros nos acecharan noche y día. Los nuestros, en tanto, tenían todo el bosque para ocultarse, y acabaron obligándolos a retroceder.En el recodo, Aidan y varios más habían cruzado el Launne para explorar las tierras al nordeste del puesto de Maddox. Habían hallado las ruinas de la aldea desiertas. No quedaban rastros de los humanos que Mendel expulsara del puesto de Erwin, y les resultó imposible determinar si se habían marchado de allí por voluntad propia o si hab&ia
El noble humano había instruido bien a sus súbditos. Todos traían comida para los próximos dos días, y habían empacado atados o cajones livianos con ropas y unos pocos enseres o herramientas de los que no querían desprenderse. Eso era todo.Aguardaron en sus casas, listos para partir, a que uno de los nuestros llamara a su puerta. Sólo entonces se dirigían con sigilo hacia el puente volante que tendiéramos sobre el Launne, a mitad de camino entre el puente destruido y el puesto de Owen. Dejaban sus hogares tal como estaban, con candiles y fogones encendidos, para no despertar sospechas.Una vez que cruzaban a nuestro territorio, los esperaban carretas para transportarlos a las inmediaciones de la aldea en las afueras de Vargrheim, donde acamparían hasta ponerse en camino a sus destinos definitivos.La cosecha ya había sido recogida, y luego de despachar el grano destinado a su re
**Esta historia es la continuación de Alfa del Valle**LIBRO 1Capítulo 1El amplio corredor que llevaba al salón de fiestas estaba adornado con primorosas guirnaldas de lunas crecientes entrelazadas con cintas azules y flores blancas, cuyo perfume se mezclaba con una multitud de esencias dulces que sólo hablaban de felicidad.La mano de madre en la mía era un contacto cálido, tranquilizador. A nuestras espaldas, Milo y Mendel se alinearon con sus compañeras, aguardando con una paciencia que me costaba compartir.—Mora te matará por esto —comentó Mendel divertido—. Te advirtió que no te casaras sin ella.—Por supuesto, lo pospondré seis meses sólo para darle gusto —repliqué revoleando los ojos, mientras madre a mi lado reía por lo bajo.En ese momento se abrieron las puertas del salón en el otro extremo del corredor y no precisé cerrarme para que el mundo a mi alrededor desapareciera, mis ojos cautivados instantáneamente por la figura que se erguía directamente frente a mí. Tras ella
Nos quedamos mirándonos, estremecidos de emoción, nuestras manos trémulas entrelazadas, nuestros corazones latiendo con fuerza, mientras el sacerdote decía algo sobre marido y mujer.Incapaz de contenerme, no esperé que terminara de hablar para alzar el velo y encontrar esos hermosos ojos purpúreos brillantes de lágrimas de felicidad como los míos. Risa alzó apenas la cara hacia mí, en ese gesto que, a solas, solía bastar para que comenzara a desnudarla.Se suponía que el beso era más bien simbólico de la unión de los cuerpos tanto como de las almas, pero apenas rocé sus labios de miel, me resultó imposible contenerme. Su boca se entreabrió para hacer lugar a mi lengua, y me echó los brazos al cuello cuando le sujeté la cintura para atraerla contra mí, mientras a nuestro alrededor todos nos aplaudían y vivaban.El pobre sacerdote se había hecho a un costado cuando tuvimos a bien dejar de besarnos, y guié a Risa de la mano hacia la tarima. Nos arrodillamos ante madre, que apoyó sus man
No había resultado sencillo explicar por qué Risa se negaba a dejar su habitación vecina a los estudios de las sanadoras. De no haber mediado la intervención de madre, que mandó a todos de paseo y dio orden expresa de que no metieran el hocico donde no los llamaran, mi pequeña se habría visto obligada a cambiarse a una habitación en el mismo nivel de la mía, más acorde a su nueva posición de prometida del Alfa.Pero con la complicidad de madre, Risa evitó mudarse y recuperamos la intimidad de la que gozáramos hasta el verano. La única diferencia era que ahora, en vez de bajar yo a verla, ella subía a mis habitaciones, donde pasábamos las noches juntos como antes. Y al amanecer, la despertaba para que volviera a bajar a vestirse para el día y saliera del dormitorio correspondiente.Creo que de no haber sido por eso, el día de nuestra boda la habría secuestrado apenas terminado el almuerzo, impaciente por estar a solas con ella.En cambio, no me resultó tan difícil tolerar con paciencia
Seguí besándola hasta saberla perdida en su placer y retiré un poco mi dedo, para sumar otro al hundirse en su vientre. Su cuerpo se tensó un poco, sin rastros de dolor físico, y el placer que le produjo la fricción más intensa hizo que su carne pulsara contra mis dedos.Sentí el tirón de mi ingle y el ramalazo de fuego en las entrañas. La deseaba tanto que dolía, pero jamás me arriesgaría a causarle el menor malestar por dejarme llevar por mi propia urgencia.De modo que volví a besar su pecho, su cuello, sus labios, mi mano moviéndose un poco más rápido entre sus piernas, disfrutando cada gemido, cada gesto, cada muestra de su placer. Sabiéndola perdida en mis caricias, me atreví a sumar un dedo más en su vientre, atento a su reacción.Su expresión se contrajo y un eco de dolor ensució su esencia, pero se disipó antes que pudiera apartar mi mano. Un momento después volvía a gemir, los brazos tendidos más allá de su cabeza, empujándose en la cabecera de la cama para impulsarse contra