¿Soy tu Luna? (II)

David sonrió al escuchar la curiosidad en la voz de Amira. Sabía que, a pesar de lo inusual que podría parecer para ella, su mundo ya había comenzado a mezclarse con el de los lobos.

—Se llama Zeus —respondió, su tono era suave, pero con una pizca de orgullo—. Es fuerte y poderoso, protector, y también muy testarudo. —se rió un poco al decir esto último—. Es de un color n***o intenso, como una noche sin estrella ni luna. Sus ojos son rojos brillantes.

Amira lo miró fascinada, tratando de imaginar lo que él describía.

—¿Puedo... conocerlo? —preguntó ella, un poco nerviosa, pero intrigada.

David la miró a los ojos, sus dedos jugando suavemente con su cabello.

—Zeus está aquí, dentro de mí, siempre. Pero no es el momento de que salga para ti, aunque él te conoce y te amó desde que te vio por primera vez, sigue siendo un animal salvaje y en su forma física todavía no te conoce, además estoy seguro que no querrás ver un lobo de dos metros de altura, destrozando tu lindo departamento- dijo David riendo ante la cara de asombro de Amira, -luego dijo besándole la mano. -Todo a su tiempo mi Luna.

Sin embargo, hay una conexión que puedes sentir si te concentras —dijo, mientras tomaba su mano y la colocaba sobre su pecho, justo donde su corazón latía con fuerza—.

Amira cerró los ojos como él le indicó, concentrándose en la calidez que emanaba del pecho de David, su corazón latiendo rítmicamente bajo su mano. Por un momento, todo pareció detenerse, y en la quietud, casi pudo sentir otra energía, más intensa, poderosa, pero curiosamente protectora.

—Zeus... —murmuró, sorprendida por lo que sentía. Era como si hubiera una tercera entidad en esa habitación, observándola, y aunque no podía verlo, lo sentía ahí, presente.

David apretó suavemente su mano.

—Sí, Luna. Zeus te siente. Y está tan cautivado por ti como yo. Si te soy sincero él te llamó primero, fue él quien te miró con cara de “te voy a comer”, estaba loco por ti desde que te olió en el ascensor, él fue el culpable de la bronca que me diste ese día.

David la besó de nuevo, pero esta vez el beso fue profundo, cargado de una pasión que parecía desbordarse de él. No había más reservas, ni dudas. Todo en él gritaba posesión, entrega absoluta. Amira lo sintió en cada caricia, en cada movimiento de sus labios sobre los suyos.

Su lengua exploraba su boca con una mezcla de devoción y ansias, dejando claro que, en ese momento, Amira era suya de todas las formas posibles. Las manos de David recorrían su cuerpo como si quisiera memorizar cada centímetro, cada curva, mientras sus cuerpos se unían de nuevo en una danza íntima, guiados por una conexión más profunda que lo físico.

Amira, consciente de lo que ese momento significaba, respondió con la misma intensidad. Sabía que ya no había vuelta atrás. No solo porque él lo había decidido, sino porque ella misma lo sentía. David era su otra mitad, el Alfa que no solo la reclamaba, sino que la adoraba con una fuerza que nunca antes había experimentado.

—Eres mía, Amira —susurró David entre beso y beso, su voz ronca y cargada de deseo—. Mi Luna, mi compañera. No habrá nadie más.

Amira sintió un escalofrío recorrer su piel ante las palabras de David, dichas con tanta intensidad que su corazón pareció detenerse por un momento. Sus labios atrapaban los de ella con pasión, y sus manos la sostenían como si nunca fuera a dejarla ir.

—David... —susurró ella, tratando de mantener la compostura, pero el deseo que irradiaba de él la envolvía por completo—. Siempre seré tuya, lo sabes. No podría imaginar estar con nadie más.

Los ojos dorados de David brillaban con una mezcla de posesión y adoración, como si cada fibra de su ser estuviera enfocada en ella, en su Luna.

—Eres mía, Amira. —repitió, esta vez más suave, pero igual de firme—. Mi Luna, mi compañera. No habrá nadie más, jamás. Nadie se interpondrá entre nosotros.

Cada palabra que salía de sus labios era como una promesa grabada en piedra. Amira sintió el peso y la seguridad de ese compromiso. Se sentía protegida, deseada, y amada de una manera que nunca antes había experimentado.

—Y tú eres mío, David —respondió ella, mirándolo con la misma intensidad—. Para siempre.

David sonrió al escuchar la palabra de Amira, su mirada llena de intensidad y devoción.

—Absolutamente, mi Luna —murmuró, trazando suavemente el contorno de su rostro con sus dedos—. No hay vuelta atrás para ninguno de nosotros. Estamos destinados, y eso es lo único que importa.

Amira sintió que cada palabra resonaba profundamente en su ser. Ese vínculo, ese amor inquebrantable que compartían, los unía de una forma única, casi sobrenatural.

—Para siempre —repitió ella, con una sonrisa suave y una mirada decidida, sintiendo que su conexión solo se fortalecía.

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