Epílogo.

La llamada llegó cerca del mediodía. David respondió con tranquilidad, aunque algo en su instinto ya lo había alertado.

—Hola, buenas tardes, Sr. Stone. Soy la directora del colegio en el que estudian sus hijos.

—Buenas tardes, señora directora. ¿En qué puedo ayudarle?

La mujer hizo una breve pausa, lo que solo aumentó la tensión en el pecho de David.

—Señor Stone, sería posible que usted y su esposa nos visitaran esta misma tarde, por favor. Ha surgido un inconveniente que debemos conversar.

—Claro, señora Lambert, ¿Le parece bien si nos reunimos a las cuatro?

—Perfecto, le espero a esa hora.

La directora cortó la llamada, dejando a David con un suspiro que no aliviaba la presión en su pecho. No era la primera vez que recibía una llamada así; de hecho, ya era la tercera en el último año. Fuera lo que fuera, no podía evitar pensar que sus tres hijos habían vuelto a hacer de las suyas.

Guardó el teléfono, y con las manos hundidas en los bolsillos de su pantalón, salió de la oficina. Su
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