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Capítulo 8: Momentos que son un tesoro

Me encuentro acostado en la tumbona en el jardín mirando a la nada que me ofrece la sombrilla, pensando en cuándo Melike al final va a regresar. Primero me dijo que se iba por una semana, pero luego me envió un mensaje rápido diciendo que tendría que quedarse cinco días más… Y eso fue hace diez días.

No puedo evitar dejar salir un bufido absoluto de frustración, me siento la tumbona y veo que frente a mí está mi hermano Piero.

—¿Pensando en tu chica que no ha regresado? —me dice ofreciéndome un jugo de naranja frío que me sienta de maravilla.

—Sí —le digo mirando el vaso fijamente—, este viaje no me ha gustado para nada, se está tardando en regresar y yo ya estoy desesperado.

—Cálmate, seguramente le surgieron algunos contratiempos y es por eso por lo que no ha podido viajar aún.

—Como sea, la extraño demasiado ya quiero que regrese y que al fin podamos hacer algo juntos —suspiro con las ganas de que mi teléfono suene ahora mismo, pero por más que lo miro no lo hace—. Muy pronto entraremos a la universidad y ya no tendremos el mismo tiempo para vernos.

—Bueno, mientras tú piensas en tu chica, ¿qué te parece si jugamos algo? —se pone de pie animado y así no podría decirle que no.

—Me parece perfecto, en especial porque voy a alimentar tu ego. Estoy tan distraído con Melike que lo más probable que, sea lo que sea que juguemos, me vas a ganar en todo.

Piero se ríe de mí, me pongo de pie y entramos a la casa para ver qué es lo que podemos jugar para pasar el tiempo. Nos decidimos por jugar canasta, así que mientras Piero busca las cartas yo voy por algunos refrescos y cosas para comer.

Así es como se me va pasando la tarde junto a mi hermano, nos reímos en especial cuando Francesca se nos une, porque lo mejor de todo es que entre los dos le ganamos a nuestra hermanita.

—Ustedes son unos malos, lo más probable es que me hayan hecho trampa —dice cruzándose de brazos y haciendo un puchero que no nos convence para nada.

—No, hermana, no hicimos trampa… Solo nos pusimos de acuerdo para ganarte —le dice Piero muerto de la risa mientras guarda las cartas.

—Ya lo decía, yo voy a decirle a mamá, son un par de odiosos.

—No te hará caso, tú y yo sabemos perfectamente que esta casa la más tramposa de todas es mamá —Piero y yo nos reímos por sus palabras, justo en el momento en que mamá va entrando y nos quedamos helados.

—¿Así que soy la más tramposa de la casa, eh? —Piero y yo nos tapamos las orejas para que no las hale, ella se ríe y se acerca para darnos un beso a cada uno—. Qué bueno que lo tengan claro.

Al final terminamos todos riendo y cuando terminamos de ordenar todo, nos vamos juntos a la cocina para preparar la mesa para la cena.

En ese instante me llega un mensaje de mi Melike bella, comienzo a dar saltitos emocionado y mi familia no puede hacer, sino reírse de mí. Le respondo de inmediato y veo que sigue en línea, por lo que al parecer podremos conversar tranquilamente.

Melike: «Te tengo una sorpresa, mi amor… abre la puerta.»

Miro como bobo el pasillo que da a la puerta, corro hacia ella y allí está, con su hermosa sonrisa, su figura delicada, la levanto en el aire haciéndola dar un gritito de sorpresa y la beso como si no la hubiese besado en diecisiete días.

—Que bienvenida más deliciosa —me dice con su mirada llena de amor y vuelve a enterrarse en mi pecho—. Te extrañé tanto.

—Y yo a ti, mi amor… me estaba volviendo loco, a punto de subirme por las paredes.

—Eres un exagerado —me dice ella y la voz de Piero llega detrás de nosotros.

—Más bien no te está diciendo la verdad, ya se trepó por toda la casa, hoy tuvimos que exorcizarlo con un juego entre hermanos, porque no se estaba quieto.

Melike me mira con sus bellos ojos dulces, me acaricia el rostro con una sonrisa y yo vuelvo a besarla con más dulzura. A separarnos, nuestros ojos se enfrentan y no decimos con la mirada todo lo que las palabras no pueden decir en este momento.

Mi madre se acerca a nosotros y le da un abrazo fuerte de bienvenida, la invita a cenar y ambas se abrazan y se van caminando mientras Melike le va contando cómo le fue en su viaje. De pronto, mi chica se detiene y saca de su cartera una pequeña cajita que le entrega a mi madre.

—Estos son aros hechos a mano por artesanos turcos, espero que le gusten —vuelve a meter la mano en su cartera y saca dos más—. Estos son para Francesca y estos para Pía.

—Están realmente hermosos, muchas gracias por este regalo, en verdad me encantaron —me acerco para mirarlos y me doy cuenta de que son aros colgantes. Es una hermosa flor de seis pétalos de plata, con un jade central y todo el borde está rodeado por pequeños diamantes. Los de Francesca tienen el centro de color azul y los aros de Pía cada flor tiene el color de sus ojos.

—Para Aurora también le traje y también tienen el color de sus ojos —me entrega la cajita a mí y me sonríe—. Me parece que deberías guardarlo tú para que cuando ellos vengan, se las puedas entregar.

—En verdad te lo agradezco, son presentes muy hermosos y sobre todo, bastante originales —mi madre contiene una caminando con ella hacia la cocina y yo las veo con una sonrisa boba, pensando en que tal vez esa imagen va a ser la que voy a tener de aquí hasta el día de mi muerte.

Cuando llegamos a la cocina para terminar de preparar la mesa Helen está allí con Isabella, La pequeña en cuanto nos ve sale de allí como si estuviese molesta, lo cual me sorprende bastante porque ella no suele ser así.

—Helen —le digo acercándome a ella—. ¿Le pasa algo a Isabella?

—Está molesta por algo, ya se le pasará, no le hagas caso. A esta edad ustedes se ponen bastante difíciles —yo solo sonrío por su dramatismo—. Es que lidiar con hijos es uno acabar cada día.

Me quedo mirando la puerta por donde Isabella acaba de irse y luego me encojo de hombros. Tal vez mañana pueda hablar con ella y saber qué es lo que le pasó.

Terminamos de llevar las cosas al comedor y cada uno toma su puesto, Melike se sienta a mi lado, nos tomamos de la mano y no dejamos de mirarnos y de abrazarnos. De vez en cuando miro a mi madre y ella sonríe feliz porque sé que le encanta ver a sus hijos así.

La cena se pasa entre risas y preguntas a Melike cerca de su viaje, al parecer, sólo se ha tratado de asuntos de la empresa de sus padres y ella solamente los acompañó.

Cuando terminamos mi madre se disculpa y dice que se irá a acostar ya que está un poco cansada, mi padre por supuesto la sigue y cada uno de mis hermanos va a sus respectivas habitaciones. El último en irse es Fabio, quien se acerca a nosotros con esa mirada pícara que sólo él tiene y me dice al oído.

—No se te vaya a ocurrir subir con ella tu habitación porque es sabremos exactamente lo que estarás haciendo con ella —lo miró a la cara bastante sorprendido por lo que me está diciendo y él sólo se carcajea, para luego irse haciendo un baile bastante extraño.

—Tu hermano es bastante especial —se ríe Melike.

—Sí, nos salió bastante revoltoso. Hasta hace un tiempo creía que yo era uno de los más desordenados de la familia, pero nos dimos cuenta de que nos equivocamos —me pongo de pie y le ofrezco mi mano—. ¿Quieres ir a caminar conmigo al jardín?

—Por supuesto, me encantaría.

Y así, tomados de la mano caminamos hacia una noche agradable en soledad, pasamos por la cocina y me doy cuenta de que Helen está con otra de las chicas del servicio ya lavando y guardando los platos sucios, pero de Isabella no hay luces.

La noche está bastante cálida, como suele ser el verano aquí en la capital. Nos sentamos cerca de la piscina y de la nada Melike se quita los zapatos, se sube el pantalón para luego ponerse de pie y sentarse justo a la orilla de la piscina para refrescarse un poco. Yo la imito y me siento a su lado, tomándole la mano fuertemente.

—Tu familia es muy linda, no tienes idea cuánto me encantaría que la mía fuese igual.

—Eso es porque no has visto cuando se enojan —ella se ríe y asiente.

—Pero ustedes son unidos, veo que tus padres no los obligan a hacer nada que ustedes no quieran. Especialmente en temas del amor.

—¿Acaso a ti te han obligado a estar con alguien? —le preguntó mirándola, y ella me regresa el gesto con sus ojos un poco afligidos y una sonrisa que no alcanza a llegar a ellos.

—Sí, en una oportunidad quisieron obligarme a estar con alguien —suspira y vuelve a mirar a la piscina—. Pero me encargué de dejarles claro que yo no iba a casarme con nadie que no amase. Si ellos quieren arreglar un matrimonio, que vean a quién en casan, porque a mí no.

—Bueno, mientras tanto eso no suceda, tú y yo podemos seguir disfrutando juntos… Quién sabe, a lo mejor algún día llego frente a tu padres y les pido tu mano.

Ella sólo se ríe suave y se queda mirando un rato el agua que se mueve suavemente por causa del filtro.

A pesar de todo, Melike sigue siendo un enigma para mí, nunca me imaginé que sus padres pudiesen obligarla a casarse con alguien, especialmente por conveniencia, es que ni siquiera me puedo creer que eso pase aún en estos tiempos. La veo un poco pensativa, así que decido hacer una locura.

Me quito todas las cosas del bolsillo, la playera y me dejo caer en la piscina.

—¡Lorenzo que haces, estás loco!

—Estoy tratando de calmar un poco el calor que siento y créeme que el agua está deliciosa, ven conmigo.

—No tengo ropa para cambiarme.

—Luego le pedimos algo a Francesca, ven aquí conmigo —extiendo mi mano hacia ella y me quedo esperando a que la tome. La miro a los ojos y puedo ver que ya está decidida, hace exactamente lo mismo, solo que se queda con su playera y el pantalón, me toma la mano y se deja caer en la piscina.

Nos abrazamos, nos besamos, nadamos y nos volvemos a besar, estos momentos con ella en realidad son un tesoro, porque sé que no volveremos a hacer lo mismo nunca más, porque no habrá un día como este nuevamente, porque esta hora ya se habrá pasado y no la volveremos a vivir.

De pronto, el beso se intensifica y necesitamos salir de aquí lo antes posible. Salimos de la piscina y nos secamos un poco, aunque en el caso de ella es casi imposible porque está completamente empapada.

Tomamos nuestras cosas y caminamos hacia la casa, le digo que me espere un momento y cojo una de las toallas que guardamos en un mueble de la cocina, por si alguien se le ocurre meterse a la piscina sin haberlo pensado antes… como acabamos de hacerlo nosotros.

La envuelvo con una de las toallas y la llevo al baño que está al lado de la cocina para que pueda quitarse la ropa.

Yo me voy a buscar a mi hermana para que me preste algo de ropa y afortunadamente Francesca no se duerme temprano en los días de verano. Me entrega todo lo que necesito y bajo a buscar a mi chica.

Toco la puerta, ella la abre y le extiendo la ropa, pero Melike tira de mí, cierra la puerta y me acorrala mientras sus manos pasan por mi torso aún desnudo.

—Dios… te extrañé tanto —le obliga a bajar para que la bese, mis manos la rodean por la cintura y puedo sentir que está desnuda. Me separa un poco de ella y veo su diversión en los ojos, sonríe como ella lo hace, la levanto y la siento en el mueble del baño, me meto entre sus piernas, ella las levanta para atraparme y yo no puedo hacer nada más que fundirme en su cuerpo.

Cubro su boca con la mía para cubrir sus gemidos, llegamos al clímax rápidamente y sonreímos cómplices por lo que acabamos de hacer.

—Quédate conmigo —le digo pegando mi frente a la de ella mientras nuestra respiración se va calmando.

—No puedo, debo regresar a casa, pero te prometo que mañana nos veremos —me besa con dulzura y me abraza dejando su cabeza en mi pecho, mientras yo acaricio su espalda con suavidad.

La ayudo a bajarse y se viste rápidamente, buscamos sus cosas en la entrada de la cocina, la acompaño a la entrada y me dice que ha venido en su auto.

—Te amo —me dice besándome.

—Y yo te amo a ti, llámame cuando estés en casa.

—Por supuesto.

Se sube al auto y sale de allí, dejándome con la necesidad de estar más con ella. Y una idea comienza a surgir en mi cabeza desde ese momento que me hace sonreír.

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