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Capítulo 33. Confesiones para liberar el alma.

A la mañana siguiente, la tensión en la que se mantenían Jimena y David les impedía concentrarse en alguna actividad. Ambos se encontraban afectados por sus propias realidades y la única manera en que podían conseguir un poco de paz era estando cerca del otro.

Se encontraron en un chalet ubicado en una de las zonas más altas y apartadas del pueblo. Un espacio discreto y cómodo, oculto entre la vegetación.

La habitación que les cedieron se hallaba en la buhardilla y poseía gran ventanal que les daba una vista acogedora de los valles.

Se quitaron los zapatos y se sentaron sobre la cama con las espaldas apoyadas en los almohadones y la mirada perdida en el exterior.

David mantenía uno de sus brazos alrededor de los hombros de Jimena, la aferraba a él, con su rostro apoyado sobre la cabeza de la chica.

Le había contado su pena más actual: la situación de salud de Leonel Acosta y su frustración por no poder hacer nada, ni siquiera, con respecto a sus sentimientos hacia el hombre, que se em
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