A la mañana siguiente, la tensión en la que se mantenían Jimena y David les impedía concentrarse en alguna actividad. Ambos se encontraban afectados por sus propias realidades y la única manera en que podían conseguir un poco de paz era estando cerca del otro.Se encontraron en un chalet ubicado en una de las zonas más altas y apartadas del pueblo. Un espacio discreto y cómodo, oculto entre la vegetación.La habitación que les cedieron se hallaba en la buhardilla y poseía gran ventanal que les daba una vista acogedora de los valles.Se quitaron los zapatos y se sentaron sobre la cama con las espaldas apoyadas en los almohadones y la mirada perdida en el exterior.David mantenía uno de sus brazos alrededor de los hombros de Jimena, la aferraba a él, con su rostro apoyado sobre la cabeza de la chica.Le había contado su pena más actual: la situación de salud de Leonel Acosta y su frustración por no poder hacer nada, ni siquiera, con respecto a sus sentimientos hacia el hombre, que se em
Al llegar el mediodía, David y Jimena regresaron al pueblo. Se sentían tan livianos y felices que nada les importaba.Él la llevó a comer al restaurante de un hotel de ambiente romántico, rodeado de pequeños campos poblados de bromelias, helechos arbóleos y grandes pinos, con hermosas vistas hacia los valles y las montañas.Después de disfrutar de la comida, salieron a los jardines traseros para caminar un poco. Frente a las cabañas del hotel se hallaba un lago artificial, ataviado con un puente arqueado fabricado en madera y con soportes de hierro.—Si tuviera el poder de detener el tiempo, este momento sería el ideal para mantenernos por siglos —confesó David, al tiempo que escuchaba los alegres trinos de la infinidad de aves que habitaban aquella región.Los aromas de la madera y la tierra húmeda le inundaban los pulmones mientras los rayos del sol le calentaban la piel, suavizados por la frescura de la brisa de montaña.Jimena sonrió con poco ánimo y se abrazó a su cuerpo antes de
Esa noche, Leonel Acosta se sentía realmente cansado. Se había pasado el día de médico en médico.Evaluaba la neumonía que parecía no querer dejarlo y se realizaba decenas de pruebas físicas y estudios radiológicos.Al día siguiente tenía citas para hacerse tomografías y consultas con otros especialistas, así obtendría diversos puntos de vista sobre su enfermedad.A pesar de haberse negado de plano a perder el tiempo con todo eso, la conversación con David había sido crucial. Solo por él hacía ese esfuerzo, no necesitaba reconocerlo en público, sus allegados lo comprendían y agradecían al cielo la oportuna actuación del joven.Nadie de su círculo social o familiar era capaz de lograr en él lo que David alcanzaba, ni siquiera su esposa, Federica Castillo, una mujer con quién se unió solo para mantener las apariencias y evitarle a su amada Alicia, habladurías que comprometieran su reputación.Nunca tuvo hijos con ella, a pesar de que la mujer por años hizo hasta lo imposible por quedar
El hotel Selva Negra había sido uno de los primeros hoteles erigidos en la Colonia Tovar.Corría el año de 1938 cuando se aventuraron a cimentar sus bases trasladando los materiales para su construcción desde el vecino poblado de La Victoria, sobre mulas, a través de un estrecho y averiado camino de tierra. El mismo por el que llegaron sus primeros huéspedes, quienes quedaron prendados no solo por el atractivo de la naturaleza que lo rodeaba, sino además, por la atención que recibían.Décadas después, el hotel era considerado uno de los mejores de la región. Ubicado en pleno casco central del pueblo, junto a la plaza principal y frente al mercado de frutas y hortalizas. Representa una parada reglamentaria para los turistas.Allí se encontraba la noche del lunes Rodrigo Luna, sentado en cómodos sillones tipo lounge alrededor de una chimenea en el bar del restaurante. Tomaba vino acompañado por dos alemanes con los que cerraba algunos negocios.Cuando Jimena llegó, los hombres reían con
—Ya le dije a Douglas que no llamara más a Tomás, ahora necesito que me asegures que él dejará de enviarme mensajes de amenaza —le pidió Rodrigo en voz baja, para que solo ella lo escuchara.Jimena arrugó el ceño con desconcierto, no sabía que Tomás Reyes habituaba comunicarse con su padre para tal fin.—Dayana, Lucía.El saludo de Amanda le impidió indagar más en ese tema. La mujer había soltado a David para repartir besos y abrazos. Él se quedó unos pasos alejado del grupo, miró a Rodrigo con recelo y con interés a Jimena.—Buenas noches —saludó Amanda con cortesía al resto de los presentes. Ese gesto obligó a Dayana a hacer las presentaciones.—Él es mi padre Rodrigo y ella mi hermana Jimena.La sonrisa de Amanda se borró de sus labios mientras dirigía una dura mirada hacia Jimena. Ella pudo divisar en los ojos enfurecidos de la mujer las verdades que conocía.No sabía cómo, pero estaba segura de que Amanda también estaba al tanto de la relación que ella había mantenido con David.
Hecha un ovillo sobre la cama de la habitación que había pertenecido a su madre, Jimena intentaba calmar sus emociones. Los conflictos comenzaban a dominarla, estaba ansiosa por salir cuanto antes de ellos y volver de nuevo a la tranquilidad.El corazón casi se le detuvo de un sobresalto al escuchar el repentino sonido de su teléfono móvil, que retumbaba desde una de las mesitas de noche apostadas a los costados de la cama.Al observar el número de David marcado en la pantalla, se sentó sobre el colchón para responder sintiendo una poderosa agitación crecer en su pecho.—¿David?—Necesito verte —rogó él con una voz ronca y quebrada por la impaciencia.—¿Dónde estás?—A pocos metros de tu casa.Ella se levantó como impulsada por un resorte, se colocó con prontitud los zapatos, tomó su abrigo y las llaves y salió en carrera de la habitación para encontrarse con él.Divisó el auto aparcado a una distancia prudencial. Se apresuró a alcanzarlo y entrar en el asiento del copiloto antes de q
A la mañana siguiente, mientras David se vestía, admiró el cielo despejado que se veía desde el ventanal. Abrió las puertas de cristal y pasó al pequeño balcón de madera.Apoyó las manos en la baranda y repasó el firmamento tintado de turquesa. Un par de parapentes planeaban con suavidad sobre él, la visión lo estremeció.Un poco más arriba de la posada se hallaba El Despegadero, el punto más alto de El Jarillo. Una explanada cubierta de grama con una inmensa imagen de la Virgen del Carmen en medio, donde se reunían los aventureros que anhelaban vivir la experiencia del vuelo en parapente.Los fines de semana solían acercarse decenas de turistas que decoraban el cielo con sus planeadores multicolores. El viento, que solía soplar desde el sureste, permitía realizar paseos con facilidad.La ladera que la seguía era inmensa y empinada, ideal para ejecutar aterrizajes de altura llegando hasta un campo ubicado en El Jarillo, habilitado para ello.Los más expertos aprovechaban los días con
Cuando el atacante regresó su atención hacia David, se topó con un rostro golpeado, pero endurecido por la cólera.Los ojos cafés del joven estaban encendidos por la ira y desprendían tantas amenazas que por un instante el sujeto se mostró contrariado.—Atrévete a tocarle un solo cabello y te juro que te arrancaré la piel —masculló David con esfuerzo, aunque aplicando una dosis perfecta de intimidación que obligó al hombre a retroceder un paso.—Mira cómo se pone con esta yegua en particular —se mofó, lo que arrancó risas despreciables en sus compañeros. Volvió a dirigir su atención hacia Jimena, esta vez con más interés y mientras asentía con la cabeza—. Creo que hoy nos ganaremos una buena comisión —expresó y regresó su mirada burlona hacia David, que no dejaba de observarlo con claras advertencias.—¿Buscan dinero? Puedo conseguirles todo el que quieran.—Sí, eso supongo —se burló el hombre—. Aunque eso hará menos emocionante este encuentro, ¿no lo crees, Pocaterra?El cincuentón s