Capítulo 39. Un ataque despiadado.

A la mañana siguiente, mientras David se vestía, admiró el cielo despejado que se veía desde el ventanal. Abrió las puertas de cristal y pasó al pequeño balcón de madera.

Apoyó las manos en la baranda y repasó el firmamento tintado de turquesa. Un par de parapentes planeaban con suavidad sobre él, la visión lo estremeció.

Un poco más arriba de la posada se hallaba El Despegadero, el punto más alto de El Jarillo. Una explanada cubierta de grama con una inmensa imagen de la Virgen del Carmen en medio, donde se reunían los aventureros que anhelaban vivir la experiencia del vuelo en parapente.

Los fines de semana solían acercarse decenas de turistas que decoraban el cielo con sus planeadores multicolores. El viento, que solía soplar desde el sureste, permitía realizar paseos con facilidad.

La ladera que la seguía era inmensa y empinada, ideal para ejecutar aterrizajes de altura llegando hasta un campo ubicado en El Jarillo, habilitado para ello.

Los más expertos aprovechaban los días con
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