Para David, los días comenzaban a representar una cadena de eslabones unidos entre sí sin un fin específico, que lo llevaban a ningún lado y parecían no tener fin.Todo se había congelado a su alrededor: el conflicto en una de las parcelas que trabajaba, su relación con Jimena y su propia existencia.Ya no encontraba ninguna novedad en esa región. Las calles eran siempre las mismas, los rostros y las costumbres se repetían a diario.Cada día entraba a comer en lugares diferentes, pero la comida le sabía igual, el sol brillaba con la misma intensidad y en las noches, la neblina le impedía que disfrutara de la vista nocturna de las montañas.Estaba agotado, frustrado e inquieto, pero por más que se esforzaba por hacer cambiar las cosas, lo único que hallaba eran obstáculos que le impedían el paso.En un descanso del trabajo se alejó de los empleados y sacó del bolsillo de su pantalón su teléfono móvil para llamar a Jimena.No obtenía respuestas. La chica llevaba días sin contestar sus l
David no pudo escapar. Fue embestido por detrás por el gorila, que lo lanzó al suelo y lo apresó en segundos.Al ponerlo de pie con brusquedad, le permitió que percibiera al cincuentón que le gritaba a dos de sus compañeros para que atraparan al sujeto que había huido. Al parecer, no aceptaba desertores.Se quedó con otro además del gorila y se acercó a David con el rostro transformado por la furia. Mecía en su mano el palo que había llevado como arma.—¡Maldita sea, siempre hay un imbécil que no acata órdenes! —gritó, antes de propinarle a David un fuerte golpe en las costillas.Este cayó arrodillado al suelo. Boqueaba con esfuerzo para recuperar el aire perdido. El cincuentón se acuclilló frente a él, lo tomó por los cabellos y le alzó la cabeza con violencia.—¿Trabajas para Leonel Acosta? —preguntó, procuraba controlar su irritación—. Dicen que eres algo así como su protegido, ¿es cierto?—¿Qué quieren? ¿Dinero? Puedo darte tres veces más de lo que te ofrecieron.El hombre sonrió
Horas después, David aparcó el auto en el estacionamiento empedrado que precedía a la cabaña donde se residenciaba y apagó el motor en medio de un suspiro de cansancio.La mayor parte de ese tiempo lo había pasado en la comandancia de la policía. Rindió declaraciones y luego visitó cada uno de los terrenos asignados para supervisar la culminación de los trabajos.Incluso, tuvo que conversar con algunos periodistas, quienes lo seguían a sol y sombra, y calmar por teléfono los nervios de su madre, los reproches de su hermano y las cientos de advertencias de Leonel Acosta.Estaba ansioso por tumbarse en la cama y dormir hasta la mañana siguiente.Pero antes de salir del vehículo, su teléfono móvil sonó por veinteava vez. Pensó en ignorar la llamada y ocuparse de él por un par de horas, pero al ver el número que se reflejaba en la pantalla tomó con ansiedad el aparato para atender.—¿Dónde estás? —fue su saludo.El agotamiento físico y mental se le mezcló con la ira y el anhelo.—David, ¿
Al marcharse el sujeto, David suspiró hondo y fue a la cocina, preparó un té caliente para Leonel antes de sentarse en el sillón ubicado frente al hombre. Iba a atender su conversación mientras le lanzaba una dura mirada.—¿Qué pasa?Leonel dio primero un trago a su bebida sintiendo alivio por su calor. David aumentó la calefacción para intentar darle más alivio.—Gonzalo está de camino a Londres.Aquella noticia impactó a David. Se frotó los ojos con una mano demostrando cansancio. Debió suponer que Gonzalo haría eso.Cuando se levantó de la cama esa mañana y notó que su amigo no estaba, se preocupó.Lo llamó miles de veces al móvil sin recibir respuestas, finalmente tuvo que informar de la novedad a la policía de la zona, por miedo a que hubiera sido atrapado por los sujetos que lo perseguían, y llamó a Caracas para notificar el hecho a su familia, en caso de que en medio de una borrachera hubiera ido a dormir a su casa y no a la cabaña.—Armando, su padre, me llamó para darme la no
Pasado el mediodía, Jimena se comunicó con David por vía telefónica para informarle que había llegado a la Colonia Tovar.Acordaron encontrarse en la posada de un amigo de Elías, en las afueras del pueblo, con quien David ya había conversado para que le facilitara una habitación y así poder reunirse con la chica en privado.Los escoltas lo seguían sin descanso, casi tanto como los periodistas. Le sería imposible verse con ella en un lugar abierto.El dormitorio que le asignaron era un espacio pequeño, de paredes rústicas con zócalos altos y techo bajo machihembrado. La ventana con cierres de madera daba hacia un profundo valle en la montaña, cubierto por sembradíos de hortalizas.El mobiliario era escaso, pero se hallaba en muy buen estado, solo contaba con una amplia cama en el centro vestida con frazadas gruesas, custodiada por dos mesitas de noche y frente a un sillón orejero de amplio respaldo, tapizado en una imitación de piel. En un costado se hallaba la puerta del diminuto baño
—Para mí será muy difícil —confesó David con tristeza. Jimena se incorporó y buscó su mirada.—Para mí también lo será. La doctora me aseguró que si Tomás cede, en una semana inician las sesiones y allí me ayudará a llegar a un acuerdo con él. Luego me iré desprendiendo de ellos para retomar mi vida y dejarlos vivir la suya.—¿Retomar tu vida? ¿Regresarás a la casa de tu padre en Caracas?Jimena suspiró hondo y cayó de nuevo sobre el pecho de David.—No. En realidad debí decir: iré a buscarme una vida. A la casa de mi padre no vuelvo, estos días he tenido demasiadas discusiones con él, creo que rozamos el límite.David se incorporó para acostarla de espaldas en la cama y ubicarse a lado, frente a ella, así admiró su rostro melancólico.El mismo que solía adquirir su amigo Mariano cada vez que le hablaba de sus problemas.—¿Te sigue exigiendo que le entregues la propiedad?Ella asintió.—Ahora más que nunca. ¿Sabías que mi hermana Dayana está embarazada de tu amigo Gonzalo? —consultó.
La policía había rodeado el hotel. Decenas de patrullas, incluso, venidas de Caracas, estaban apostadas en las cercanías y recorrían el pueblo entero.No por el hecho de que los atacantes se hubiesen escapado, sino porque un nutrido grupo de periodistas, fotógrafos, columnistas de redes sociales y curiosos habían invadido la Colonia Tovar intentando conseguir una primicia.David León había acaparado las noticias de las últimas semanas. El país entero quería conocer los motivos de este nuevo atentado y ahondar en el escandalo romántico en el que estaba inmerso.No iban a ser piadosos en esta ocasión. Las teorías que entretejían eran cada vez más absurdas, pero a él nada de eso lo inquietaba, solo el estado de Jimena y de Tomás Reyes.Había sido necesaria la intervención de varios oficiales para calmar al hombre y obligarlo a entrar en una ambulancia. Eran pocas las heridas que tenía de la pelea, aunque su condición de salud mental no era la más óptima.Gritaba y golpeaba a todos querie
Dayana Luna Sartori insistió tanto que Jimena tuvo que aceptar atenderla al día siguiente de lo sucedido en la Colonia.La recibió en su casa, estando acompañada por Malena y Emmanuel, aunque este último aún se encontraba en cama por las heridas recibidas.Goyo había ido a Caracas para llevarle ropa y otros artículos de uso personal a Tomás y la policía había logrado controlar a los periodistas y curiosos.Al llegar su hermana, el frente de su casa estaba despejado. De todas formas la chica se quejó por haber sufrido el acoso de un fotógrafo mientras iba de camino a esa residencia.Quedaban rezagados algunos periodistas que se negaban a perder alguna exclusiva.—Este pueblo se volvió un infierno —bramó Dayana al entrar en la sala y quitarse su grueso abrigo.—Para nosotros —completó Jimena.Ella sabía que los pobladores, en parte, estaban felices por la atención que esa región estaba obteniendo por culpa de los escándalos de David León. Los dueños de las posadas y los restaurantes veí