Tres meses después de la muerte de Leonel Acosta, David aún permanecía en el país. Se ocupaba del desempeño de los terrenos que había heredado en la Colonia Tovar y que, junto con su relación con Jimena, representaban su motivo para no dejarse amilanar por las adversidades y seguir adelante.La pelea por la enorme fortuna que le había dejado su padre lo consumía. Por eso él solía refugiarse en la Colonia, en ese paraje oculto entre montañas, así disfrutaba de sus dos grandes pasiones: la mujer que se había convertido en el amor de su vida y el contacto con la naturaleza.Ambos se pasaban la mayor cantidad de tiempo en esa región, vivían juntos en aquel pedacito de Alemania asentado en el Caribe, un lugar de ensueño, donde era fácil imaginar que al cruzar sus límites se traspasaba el tiempo cayendo en una realidad paralela de la que nunca deseaban salir.Compró una cabaña propia, cerca de los terrenos más grandes que trabajaba. Allí construían sus sueños y superaban las dificultades.E
Llegado el once de noviembre, la Colonia Tovar se volvió un hervidero de turistas. Ese día se celebraba la fiesta patronal del pueblo en honor a San Martín de Tours, el Santo viajó con los colonos desde Endingen hasta Venezuela en 1843.Aquellas fiestas se convirtieron en Patrimonio Cultural Inmaterial del municipio Tovar en la actualidad y resultan el clímax del turismo en la zona.La gran cantidad de personas que viajan del todo el país, incluso, del exterior, para estar presentes en esa celebración, se convierten en el motor de la economía. Por eso todos los habitantes colaboran para que se realicen con toda la dedicación posible, ya que muchos dependen de su éxito.Desde días antes se desarrollaban actividades culturales, gastronómicas y religiosas en la zona, lo que atraía una inmensa cantidad de visitantes. Era imposible recorrer el pueblo en auto, los turistas dejaban sus vehículos resguardados en estacionamientos dispuestos para ello en la entrada de la región y caminaban a pi
—¡Señorita, está lista la cena!Jimena Luna Ramos resopló al escuchar el llamado del ama de llaves.Dejó caer el libro que leía sobre su pecho y deseó ser absorbida por el colchón de la cama donde se hallaba acostada.Una misteriosa desaparición sería la excusa perfecta para no verse obligada a compartir otra asfixiante reunión familiar.Sin embargo, en medio de un suspiro salió de la habitación con semblante sombrío, dispuesta a juntarse con sus familiares en el comedor.Las «normas de la casa» no le permitían faltar a ese compromiso. Ni siquiera sus veintiún años de edad le concedían la potestad para revelarse contra esas costumbres.Le aliviaba la idea de que pronto se iría esa casa. Se alejaría lo más que pudiera de la familia Luna para liberarse de esa pesada cruz. Aquel había sido el acuerdo que había llegado con su padre y estaba loca por que se cumpliera.Mientras caminaba hacia el comedor pasó frente a la puerta entornada del dormitorio de su hermana mayor, Dayana Luna Sartor
Rodrigo Luna estaba en la quiebra. Eso creía Jimena.Su padre ya había dilapidado toda la herencia que Esperanza Sartori había dejado a su hija Dayana.En una ocasión Jimena escuchó por accidente una conversación que su padre había mantenido con Douglas Herrera, su abogado.—Tienes que inyectar una gran cantidad de capital a tus cuentas para salir del atolladero en el que te hayas inmerso. Si no lo haces, te comerán los intereses y te costará mucho más salir de ellos.—¿Y de dónde voy a sacar ese dinero? Ya no tengo más propiedades qué vender.—Haz una doble hipoteca de esta casa. Puedo conseguirte una reunión con el gerente del Banco Central, pero tienes que presentarle un buen proyecto de recuperación financiera para que te lo conceda mientras muevo para ti otros contactos en las grandes esferas bancarias.Rodrigo gruñó inconforme.—Asumir una nueva hipoteca para pagar la primera no me parece una buena solución. Tengo una última carta bajo la manga, pero necesito tiempo. La dificult
—Espero disfrute de la fiesta, joven.David León arrugó el entrecejo por un instante, pero enseguida le mostró una amplia sonrisa a Efraín, el chofer de su hermano Danilo, quien fue el encargado de recibirlo en el aeropuerto después de su largo viaje desde Europa.—Gracias, amigo, eso tenlo por seguro —garantizó y estrechó la mano del moreno—. Deja mi equipaje en casa de mi hermano, él lo recibirá con gusto —ironizó y salió del auto en medio de las risas divertidas del chofer, quien sabía tanto como él, que Danilo recibiría sus pertenencias como si le estuvieran entregando las llantas inservibles de un auto.Al quedar de espaldas al vehículo se le borró la sonrisa y observó con frialdad la enorme mansión, con helipuerto privado en la azotea, que se alzaba frente a él.Se paró firme frente a unas escalinatas de granito que se extendían a través de unos jardines cuidados. Cerró los botones de la chaqueta de su traje, se ajustó la corbata y comenzó a adentrarse en ese mundo fabricado a b
A Leonel le dolía más que a él aquella situación, pero no podía evitarlo. Debía obligar a David a enfrentar sus propios miedos.—Dispuse una casa para ti en el pueblo, así podrás llevar a cabo y con comodidad el trabajo en las tierras —explicó Leonel. Se esforzaba por mostrarse neutral ante la cólera reprimida que manifestaba el chico—. La empresa de Armando Pocaterra será la encargada de construir lo que te parezca más factible en la zona y cosechará lo que decidas. En la carpeta hallarás los rubros que los analistas han determinado prudente para la siembra, asegurando la producción y la exportación de los mismos —señaló y tomó de nuevo el vaso de whisky para dar un trago largo a la bebida—. Armando tiene la orden de hacer lo que le indiques —completó, antes de ser atacado por la tos.—Tengo responsabilidades en Londres —reclamó David, petrificado por la irritación.Miraba con rabia como el hombre se esforzaba por recuperar la compostura.—Me encargaré de eso.A Leonel Acosta no le g
David salió de la habitación mientras subía la cremallera de su pantalón. Iba descalzo y sin camisa.Se dirigió a la cocina, al tiempo que intentaba poner en orden sus cabellos con los dedos de las manos. A puerta contigua a su dormitorio se abrió saliendo de allí un hombre.—¡Trae hielo! —pidió una voz femenina desde el interior.—Sí, mi vida. Descansa, ya vuelvo —aseguró el sujeto que vestía solo unos pantalones cortos.Su respuesta arrancó una sonrisa burlona en David.—Que complaciente eres —se mofó al tenerlo a su lado.—Maldita sea —se quejó Gonzalo Pocaterra, un joven rubio, de cuerpo fibroso y mirada burlona—. Si no fuera porque esa mujer es una fiera en la cama, la mandaría hoy mismo al carajo.David rió mientras entraban en la cocina del elegante y amplio apartamento que Amanda ocupaba con Sabrina Landaeta, su mejor amiga y socia, ubicado en una de las zonas más opulentas de Caracas.Se sirvió un poco de agua y se sentó en una banqueta que halló junto a una encimera. Miraba
El enfado hacía que Jimena se moviera por instinto. Atravesó a pie la larga calle asfaltada mientras el sol se ocultaba tras las montañas.Al divisar en la lejanía el hogar construido íntegramente de ladrillos rojos, con techo de tejas oscuras y bordeado por un hermoso jardín cubierto de follajes y rosas, las emociones parecieron calmarse en su interior.Una incipiente curiosidad la motivó a acercarse y empuñar con una de sus manos el enrejado negro que protegía la construcción.Sus ojos admiraron la vivienda cimentada sobre una pequeña colina. Todo a su alrededor era verde y natural, y el hogar tan rojo, que daba la impresión de ser un gran rubí asentado entre esmeraldas.Debía confesar que era más hermosa de lo reflejado en las fotografías de baja resolución que su padre le había facilitado. Y no estaba para nada destruida ni abandonada, como él le aseguró.Se acercó a la puerta de hierro que daba entrada a la casa, ubicada bajo un marco de ladrillos con forma de arco. Tocó el timbr