—¡Señorita, está lista la cena!Jimena Luna Ramos resopló al escuchar el llamado del ama de llaves.Dejó caer el libro que leía sobre su pecho y deseó ser absorbida por el colchón de la cama donde se hallaba acostada.Una misteriosa desaparición sería la excusa perfecta para no verse obligada a compartir otra asfixiante reunión familiar.Sin embargo, en medio de un suspiro salió de la habitación con semblante sombrío, dispuesta a juntarse con sus familiares en el comedor.Las «normas de la casa» no le permitían faltar a ese compromiso. Ni siquiera sus veintiún años de edad le concedían la potestad para revelarse contra esas costumbres.Le aliviaba la idea de que pronto se iría esa casa. Se alejaría lo más que pudiera de la familia Luna para liberarse de esa pesada cruz. Aquel había sido el acuerdo que había llegado con su padre y estaba loca por que se cumpliera.Mientras caminaba hacia el comedor pasó frente a la puerta entornada del dormitorio de su hermana mayor, Dayana Luna Sartor
Rodrigo Luna estaba en la quiebra. Eso creía Jimena.Su padre ya había dilapidado toda la herencia que Esperanza Sartori había dejado a su hija Dayana.En una ocasión Jimena escuchó por accidente una conversación que su padre había mantenido con Douglas Herrera, su abogado.—Tienes que inyectar una gran cantidad de capital a tus cuentas para salir del atolladero en el que te hayas inmerso. Si no lo haces, te comerán los intereses y te costará mucho más salir de ellos.—¿Y de dónde voy a sacar ese dinero? Ya no tengo más propiedades qué vender.—Haz una doble hipoteca de esta casa. Puedo conseguirte una reunión con el gerente del Banco Central, pero tienes que presentarle un buen proyecto de recuperación financiera para que te lo conceda mientras muevo para ti otros contactos en las grandes esferas bancarias.Rodrigo gruñó inconforme.—Asumir una nueva hipoteca para pagar la primera no me parece una buena solución. Tengo una última carta bajo la manga, pero necesito tiempo. La dificult
—Espero disfrute de la fiesta, joven.David León arrugó el entrecejo por un instante, pero enseguida le mostró una amplia sonrisa a Efraín, el chofer de su hermano Danilo, quien fue el encargado de recibirlo en el aeropuerto después de su largo viaje desde Europa.—Gracias, amigo, eso tenlo por seguro —garantizó y estrechó la mano del moreno—. Deja mi equipaje en casa de mi hermano, él lo recibirá con gusto —ironizó y salió del auto en medio de las risas divertidas del chofer, quien sabía tanto como él, que Danilo recibiría sus pertenencias como si le estuvieran entregando las llantas inservibles de un auto.Al quedar de espaldas al vehículo se le borró la sonrisa y observó con frialdad la enorme mansión, con helipuerto privado en la azotea, que se alzaba frente a él.Se paró firme frente a unas escalinatas de granito que se extendían a través de unos jardines cuidados. Cerró los botones de la chaqueta de su traje, se ajustó la corbata y comenzó a adentrarse en ese mundo fabricado a b
A Leonel le dolía más que a él aquella situación, pero no podía evitarlo. Debía obligar a David a enfrentar sus propios miedos.—Dispuse una casa para ti en el pueblo, así podrás llevar a cabo y con comodidad el trabajo en las tierras —explicó Leonel. Se esforzaba por mostrarse neutral ante la cólera reprimida que manifestaba el chico—. La empresa de Armando Pocaterra será la encargada de construir lo que te parezca más factible en la zona y cosechará lo que decidas. En la carpeta hallarás los rubros que los analistas han determinado prudente para la siembra, asegurando la producción y la exportación de los mismos —señaló y tomó de nuevo el vaso de whisky para dar un trago largo a la bebida—. Armando tiene la orden de hacer lo que le indiques —completó, antes de ser atacado por la tos.—Tengo responsabilidades en Londres —reclamó David, petrificado por la irritación.Miraba con rabia como el hombre se esforzaba por recuperar la compostura.—Me encargaré de eso.A Leonel Acosta no le g
David salió de la habitación mientras subía la cremallera de su pantalón. Iba descalzo y sin camisa.Se dirigió a la cocina, al tiempo que intentaba poner en orden sus cabellos con los dedos de las manos. A puerta contigua a su dormitorio se abrió saliendo de allí un hombre.—¡Trae hielo! —pidió una voz femenina desde el interior.—Sí, mi vida. Descansa, ya vuelvo —aseguró el sujeto que vestía solo unos pantalones cortos.Su respuesta arrancó una sonrisa burlona en David.—Que complaciente eres —se mofó al tenerlo a su lado.—Maldita sea —se quejó Gonzalo Pocaterra, un joven rubio, de cuerpo fibroso y mirada burlona—. Si no fuera porque esa mujer es una fiera en la cama, la mandaría hoy mismo al carajo.David rió mientras entraban en la cocina del elegante y amplio apartamento que Amanda ocupaba con Sabrina Landaeta, su mejor amiga y socia, ubicado en una de las zonas más opulentas de Caracas.Se sirvió un poco de agua y se sentó en una banqueta que halló junto a una encimera. Miraba
El enfado hacía que Jimena se moviera por instinto. Atravesó a pie la larga calle asfaltada mientras el sol se ocultaba tras las montañas.Al divisar en la lejanía el hogar construido íntegramente de ladrillos rojos, con techo de tejas oscuras y bordeado por un hermoso jardín cubierto de follajes y rosas, las emociones parecieron calmarse en su interior.Una incipiente curiosidad la motivó a acercarse y empuñar con una de sus manos el enrejado negro que protegía la construcción.Sus ojos admiraron la vivienda cimentada sobre una pequeña colina. Todo a su alrededor era verde y natural, y el hogar tan rojo, que daba la impresión de ser un gran rubí asentado entre esmeraldas.Debía confesar que era más hermosa de lo reflejado en las fotografías de baja resolución que su padre le había facilitado. Y no estaba para nada destruida ni abandonada, como él le aseguró.Se acercó a la puerta de hierro que daba entrada a la casa, ubicada bajo un marco de ladrillos con forma de arco. Tocó el timbr
—Buenos días —saludó Jimena al entrar en la cocina a la mañana siguiente de su llegada a la Colonia Tovar, envuelta en un grueso abrigo.El sol ya había hecho acto de presencia en el cielo, pero nubes blancas debilitaban la luz natural. Aquello le daba la impresión de encontrarse en las primeras horas de la jornada y dejaba el frío anclado sobre la tierra.La noche anterior no volvió a encontrarse con Tomás Reyes. El hombre estuvo encerrado en su despacho mientras ella acompañaba a Malena en la cocina.Escuchó miles de anécdotas de su madre al tiempo que miraba con admiración como Malena elaboraba unos delicados dulces de leche con formas de fruta, que luego pintaba con colorantes comestibles y finalmente cubría con azúcar.Nunca había consumido tanto dulce antes de dormir, pero la agradable charla y los exquisitos aromas la ayudaron olvidarse de sus problemas y entregarse al llamado seductor de esas golosinas.—¡Buenos días, mi niña! —la saludó con efusividad Malena que no se notaba
David entró en la primera propiedad que Leonel Acosta le había asignado y suspiró al evaluarla con la mirada: piedras, infinidad de árboles inútiles, zanjones mal construidos, charcos y restos de cultivos sembrados sin ningún tipo de orden poblaban el terreno.Aquel lugar le daría más trabajo del que había supuesto y eso que era la primera de las cinco propiedades que le habían encargado.—Pablo y yo comenzaremos el inventario de los árboles y de los cultivos —informó Gonzalo y se sumergió junto a un chico delgado y moreno en el interior del terreno.David dejó de lado las inquietudes que aquella región le producía y se concentró en su responsabilidad. Ubicó tres puntos estratégicos a lo largo del lugar para realizar la evaluación del suelo.Hora y media después se hallaba en el fondo de la propiedad, hacía figuritas de barro y estudiaba el tipo de animalitos que convivían bajo la tierra.Gonzalo se acercó a él con la frente perlada de sudor.—Hay mucho que puede aprovecharse, pero co