David salió de la habitación mientras subía la cremallera de su pantalón. Iba descalzo y sin camisa.
Se dirigió a la cocina, al tiempo que intentaba poner en orden sus cabellos con los dedos de las manos. A puerta contigua a su dormitorio se abrió saliendo de allí un hombre.
—¡Trae hielo! —pidió una voz femenina desde el interior.
—Sí, mi vida. Descansa, ya vuelvo —aseguró el sujeto que vestía solo unos pantalones cortos.
Su respuesta arrancó una sonrisa burlona en David.
—Que complaciente eres —se mofó al tenerlo a su lado.
—Maldita sea —se quejó Gonzalo Pocaterra, un joven rubio, de cuerpo fibroso y mirada burlona—. Si no fuera porque esa mujer es una fiera en la cama, la mandaría hoy mismo al carajo.
David rió mientras entraban en la cocina del elegante y amplio apartamento que Amanda ocupaba con Sabrina Landaeta, su mejor amiga y socia, ubicado en una de las zonas más opulentas de Caracas.
Se sirvió un poco de agua y se sentó en una banqueta que halló junto a una encimera. Miraba como su amigo, el flamante novio de Sabrina, tomaba una cubitera y la llenaba con hielo.
—¿Cuándo vas a formalizar la relación? —le preguntó con una sonrisa pícara—. Llevan mucho tiempo juntos.
—¿Estás loco? Yo no me caso ni dejándola embarazada —rezongó Gonzalo sin dejar de atender su tarea.
—¿Ni siquiera si ella te lo pide de rodillas y con lágrimas en los ojos? —consultó divertido.
—Ni así. La libertad es mi marca distintiva.
David bebió un trago de agua para sofocar la risa, sabía que a su amigo no le gustaba que se burlaran de él, mucho menos en referencia a la relación de más de cinco años que mantenía con Sabrina.
Gonzalo no se cansaba de repetir que lo único que sentía por ella era una simple atracción física, que la mujer no le importaba de otra manera, pero era incapaz de abandonarla.
—¿Vas a asumir el trabajo que te indicó Leonel Acosta? —inquirió Gonzalo. La pregunta le borró a David la sonrisa del rostro—. Mi papá ya tiene los permisos para comenzar los estudios de las tierras —señaló, haciendo mención a su padre, Armando Pocaterra, el hombre elegido por Leonel para llevar a cabo el proyecto agrícola.
—Esa es una buena noticia —refutó el aludido, y asumió una postura despreocupada. Regresar a la Colonia Tovar despertaba en él muchos sin sabores—. Quiero iniciar cuanto antes el trabajo para terminarlo pronto y volver a Londres.
Gonzalo bufó.
—¿Irte? ¿Crees que te dejarán?
David apretó la mandíbula, sabía que al final tendría un montón de problemas para regresar. Su madre y Amanda insistirían en que se quedara.
No obstante, el conflicto que tendría con ellas era lo que menos le preocupaba, su inquietud se centrada en pisar de nuevo las tierras del municipio Tovar, donde se hallaba asentado el pueblo de la Colonia.
Allí su vida había dado un vuelco total cuatro años atrás, cuando fue testigo de la desesperación y del miedo. En esas montañas lo perdió todo, incluyendo sus sueños y anhelos.
Por más que se esforzaba no comprendía por qué Leonel Acosta lo había hecho venir desde Londres para estar a la cabeza de esa tarea, y en esa región en especial, aún sabiendo el dolor que aquello le producía.
El hombre tenía a mucha gente en el país que podía ocuparse de esa labor, como su hermano Danilo por ejemplo, quien no perdía oportunidad para limpiar el suelo que el empresario pisaba.
—Mañana mismo viajaré a la Colonia —masculló con la mirada perdida. Si debía enfrentarse a los fantasmas del pasado, lo haría lo más pronto posible.
—¿No pasarás unos días aquí en la capital? ¿Con tu familia? —ironizó su amigo—. No se ven desde hace un año, cuando fueron a visitarte a Londres.
—No estoy de ánimo para discutir con mi madre, ni para soportar los reproches de mi hermano —confesó David con seriedad. Dejó el vaso en el mesón y se levantó de la banqueta.
—¿Sabías que mi papá me asignó como representante de la empresa para ayudarte con el trabajo? —se apresuró a decir Gonzalo—. Tendrás que soportarme por un tiempo —completó con una expresión divertida.
David mostró una media sonrisa.
—¿Irás conmigo? ¿Para qué? ¿Para correr a la capital ante la primera llamada de Sabrina?
—¡No digas idioteces! —reclamó el hombre con enfado y buscó un par de botellas de Redbull almacenadas en el interior del refrigerador—. Necesito un descanso y nuevos cuerpos qué disfrutar. Estoy harto —expresó y pasó junto a su amigo en dirección a la habitación de su novia con las bebidas revitalizantes y el hielo, que los pondrían de nuevo a punto para disfrutar del resto del día.
David sonrió por la escena, pero prefirió no hacer comentarios. Su amigo siempre hacía lo mismo.
El tiempo que estuvo en Europa recibió la visita de Gonzalo en tres ocasiones, con la intención de quedarse con él por una temporada indefinida, pero nunca pasaba más de un mes.
Enseguida hacía sus maletas y tomaba el primer vuelo hacia Venezuela cuando Sabrina lo llamaba, y lo amenazaba con conseguirse a otra pareja si no regresaba pronto.
Se adentró en la habitación sin comprender la actitud de su amigo. Ya quisiera él tener un puerto al qué llegar, alguien que lo quisiera por lo que era y no por cómo se veía o por la cantidad de dinero que tenía en sus tarjetas de crédito. Que no esperara más de lo que podía dar y no le exigiera amparándose en sus deudas.
Observó a la exuberante rubia acostada boca abajo en medio de la cama. Amanda levantó la cabeza de la almohada y sonrió con pereza, para finalmente llamarlo con un dedo dispuesta a reiniciar la acción.
David obedeció y se acercó a ella con una actitud dominante mientras repasaba con mirada hambrienta el cuerpo inmaculado de la mujer.
Se movía en un mundo en el que debía dejar en claro su poderío para sobrevivir. Al más mínimo signo de debilidad, sería aplastado como a una cucaracha.
De nuevo se olvidó de sus anhelos y se concentró en dar lo mejor de sí.
Si David León regresaba, sería para comerse al mundo, no para permitir que el mundo volviera a devorárselo a él.
El enfado hacía que Jimena se moviera por instinto. Atravesó a pie la larga calle asfaltada mientras el sol se ocultaba tras las montañas.Al divisar en la lejanía el hogar construido íntegramente de ladrillos rojos, con techo de tejas oscuras y bordeado por un hermoso jardín cubierto de follajes y rosas, las emociones parecieron calmarse en su interior.Una incipiente curiosidad la motivó a acercarse y empuñar con una de sus manos el enrejado negro que protegía la construcción.Sus ojos admiraron la vivienda cimentada sobre una pequeña colina. Todo a su alrededor era verde y natural, y el hogar tan rojo, que daba la impresión de ser un gran rubí asentado entre esmeraldas.Debía confesar que era más hermosa de lo reflejado en las fotografías de baja resolución que su padre le había facilitado. Y no estaba para nada destruida ni abandonada, como él le aseguró.Se acercó a la puerta de hierro que daba entrada a la casa, ubicada bajo un marco de ladrillos con forma de arco. Tocó el timbr
—Buenos días —saludó Jimena al entrar en la cocina a la mañana siguiente de su llegada a la Colonia Tovar, envuelta en un grueso abrigo.El sol ya había hecho acto de presencia en el cielo, pero nubes blancas debilitaban la luz natural. Aquello le daba la impresión de encontrarse en las primeras horas de la jornada y dejaba el frío anclado sobre la tierra.La noche anterior no volvió a encontrarse con Tomás Reyes. El hombre estuvo encerrado en su despacho mientras ella acompañaba a Malena en la cocina.Escuchó miles de anécdotas de su madre al tiempo que miraba con admiración como Malena elaboraba unos delicados dulces de leche con formas de fruta, que luego pintaba con colorantes comestibles y finalmente cubría con azúcar.Nunca había consumido tanto dulce antes de dormir, pero la agradable charla y los exquisitos aromas la ayudaron olvidarse de sus problemas y entregarse al llamado seductor de esas golosinas.—¡Buenos días, mi niña! —la saludó con efusividad Malena que no se notaba
David entró en la primera propiedad que Leonel Acosta le había asignado y suspiró al evaluarla con la mirada: piedras, infinidad de árboles inútiles, zanjones mal construidos, charcos y restos de cultivos sembrados sin ningún tipo de orden poblaban el terreno.Aquel lugar le daría más trabajo del que había supuesto y eso que era la primera de las cinco propiedades que le habían encargado.—Pablo y yo comenzaremos el inventario de los árboles y de los cultivos —informó Gonzalo y se sumergió junto a un chico delgado y moreno en el interior del terreno.David dejó de lado las inquietudes que aquella región le producía y se concentró en su responsabilidad. Ubicó tres puntos estratégicos a lo largo del lugar para realizar la evaluación del suelo.Hora y media después se hallaba en el fondo de la propiedad, hacía figuritas de barro y estudiaba el tipo de animalitos que convivían bajo la tierra.Gonzalo se acercó a él con la frente perlada de sudor.—Hay mucho que puede aprovecharse, pero co
Jimena se encontraba en la habitación donde había pasado la noche y que se limitó de evaluar al no saber a quién pertenecían las cosas que allí se encontraban.Al enterarse de que todo había sido propiedad de su madre, se estremeció. Ahora tenía tanto de la mujer que no sabía cómo reaccionar.Revisó los cajones y descubrió algunos pocos ornamentos para el cabello y sobre las repisas se encontraba una colección de adornos tallados en madera y un joyero de aluminio tipo vintage, con un ovalado de plástico pegado a la tapa, rodeado de piedras que imitaban a rubíes y en el que estaba dibujado un hermoso cesto de rosas rojas.Al abrirlo, quedó maravillada por la cantidad de joyas que había dentro y que, según Malena, le fueron obsequiadas a su madre por Filippo Merlo Reyes, el anterior dueño de la casa y novio de Adelaida.Al menos, eso le otorgaba una explicación de cómo la mujer había podido adueñarse de la propiedad: se la cedió su novio antes de que él muriera.Suspiró mientras cerraba
Subieron al auto de David en silencio y enseguida tomaron el camino hacia el pueblo.Jimena tenía las emociones atoradas en la garganta, él podía percibirlo, sentía la obligación de decir algo, pero no sabía qué.Tampoco quería que la mujer estallara en llanto, no sabría cómo manejar esa situación.—Orquídeas —expresó de forma repentina. Ella giró el rostro para observarlo confusa, con los ojos inundados de lágrimas—. Creo haber visto orquídeas en el jardín de la casa —comentó, procuraba distraerla al continuar con la absurda discusión que habían mantenido antes de que Tomás Reyes los interrumpiera—. Me parece que también habían lirios y girasoles —completó y mostró una sonrisa que a Jimena le resultó demasiado atractiva—. Esos últimos los recuerdo bien, mi mamá tenía muchos girasoles en casa, era fanática de ellos, y a mí me encantaba deshojarlos —confesó y le guiñó un ojo.Ella no pudo evitar sonreír, pero la alegría le duró poco, los recuerdos la abrumaron.—No tengo idea de lo que
El sujeto que hablaba con los turistas pronto reparó en ellos.—Pero, ¡mira qué sorpresa! —exclamó el hombre trigueño al notar la presencia de David. Enseguida se acercó—. ¡Sabías que vendrías a verme! —le dijo y lo recibió con un abrazo— ¡Deborah! —gritó con energía, haciendo sobresaltar a Jimena.Una mujer de piel negra y con el cabello poblado de delgadas trenzas atadas en las puntas con elásticos de colores, salió del interior del local mientras tomaba el contenido de una taza humeante que tenía entre las manos.La dama sonrió complacida al ver a David y le lanzó un beso desde la distancia.—Bienvenido a Venezuela —lo saludó. Él le agradeció el gesto lanzándole otro beso.—Por favor, explícale a los turistas en inglés el tour hacia Puerto Maya —pidió el sujeto trigueño a la mujer—, creo que no comprenden mi español.Deborah, con simpatía, comenzó a conversar con los británicos. Pronunciaba cada palabra como si fuera una azafata que daba instrucciones dentro de un avión comercial.
En silencio salieron del negocio y volvieron al auto para reiniciar el viaje. El pueblo era pequeño, aunque sus calles algo inclinadas, ya que el poblado había sido edificado sobre una escarpada montaña.David manejaba sin apuro para permitirle a la chica disfrutar de los alrededores, de los pintorescos locales, de la gente cordial que no dejaba de sonreír y del fresco clima.No obstante, lo que deleitaba más a Jimena era la grata compañía de David, quien le narraba con entusiasmo la historia de la región, demostrando lo mucho que conocía la zona.En ocasiones se mostraba tan sorprendido como ella, como si redescubriera en aquel paseo las bellezas de las que hablaba.Minutos después llegaron al hotel, una construcción amplia cercada por jardines poblados de pinos y arbustos, con balcones de madera y terrazas con vistas a las montañas.El interior era cálido y acogedor, cada rincón estaba adornado con ramos de flores o macetas de helechos.El área del restaurante era espaciosa, con sue
David tuvo que intervenir para evitar que Dayana lanzara a Jimena en el interior del auto de Gonzalo y así la joven modelo se fuera sola con él.Se consideraba un experto en mujeres de ese tipo: capaces de urdir cualquier tipo de hazañas para hacer cumplir sus caprichos.En el pasado se había mezclado con muchas como ella, las detestaba, aunque en ocasiones les permitía que hicieran de las suyas solo por diversión, y al cansarse, las alejaba.Pero en esa oportunidad no pensaba darle alas, no tenía ganas de jugar ningún juego. La curiosidad que sentía por Jimena era más fuerte que cualquier otra cosa.Desde el momento en que la vio en la casa de ladrillos rojos, no solo le pareció que la conocía, sino que había algo que los unía. Como si estuviera destinado a darle un mensaje, pero no recordaba cuál era la misión encomendada.O tal vez, no era exactamente a ella, la mirada melancólica e insatisfecha de la chica le recordaba a alguien, pero no podía descubrir a quién. Esas incógnitas lo