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Capítulo 5. Dispuesto a comerse al mundo.

David salió de la habitación mientras subía la cremallera de su pantalón. Iba descalzo y sin camisa.

Se dirigió a la cocina, al tiempo que intentaba poner en orden sus cabellos con los dedos de las manos. A puerta contigua a su dormitorio se abrió saliendo de allí un hombre.

—¡Trae hielo! —pidió una voz femenina desde el interior.

—Sí, mi vida. Descansa, ya vuelvo —aseguró el sujeto que vestía solo unos pantalones cortos.

Su respuesta arrancó una sonrisa burlona en David.

—Que complaciente eres —se mofó al tenerlo a su lado.

—Maldita sea —se quejó Gonzalo Pocaterra, un joven rubio, de cuerpo fibroso y mirada burlona—. Si no fuera porque esa mujer es una fiera en la cama, la mandaría hoy mismo al carajo.

David rió mientras entraban en la cocina del elegante y amplio apartamento que Amanda ocupaba con Sabrina Landaeta, su mejor amiga y socia, ubicado en una de las zonas más opulentas de Caracas.

Se sirvió un poco de agua y se sentó en una banqueta que halló junto a una encimera. Miraba como su amigo, el flamante novio de Sabrina, tomaba una cubitera y la llenaba con hielo.

—¿Cuándo vas a formalizar la relación? —le preguntó con una sonrisa pícara—. Llevan mucho tiempo juntos.

—¿Estás loco? Yo no me caso ni dejándola embarazada —rezongó Gonzalo sin dejar de atender su tarea.

—¿Ni siquiera si ella te lo pide de rodillas y con lágrimas en los ojos? —consultó divertido.

—Ni así. La libertad es mi marca distintiva.

David bebió un trago de agua para sofocar la risa, sabía que a su amigo no le gustaba que se burlaran de él, mucho menos en referencia a la relación de más de cinco años que mantenía con Sabrina.

Gonzalo no se cansaba de repetir que lo único que sentía por ella era una simple atracción física, que la mujer no le importaba de otra manera, pero era incapaz de abandonarla.

—¿Vas a asumir el trabajo que te indicó Leonel Acosta? —inquirió Gonzalo. La pregunta le borró a David la sonrisa del rostro—. Mi papá ya tiene los permisos para comenzar los estudios de las tierras —señaló, haciendo mención a su padre, Armando Pocaterra, el hombre elegido por Leonel para llevar a cabo el proyecto agrícola.

—Esa es una buena noticia —refutó el aludido, y asumió una postura despreocupada. Regresar a la Colonia Tovar despertaba en él muchos sin sabores—. Quiero iniciar cuanto antes el trabajo para terminarlo pronto y volver a Londres.

Gonzalo bufó.

—¿Irte? ¿Crees que te dejarán?

David apretó la mandíbula, sabía que al final tendría un montón de problemas para regresar. Su madre y Amanda insistirían en que se quedara.

No obstante, el conflicto que tendría con ellas era lo que menos le preocupaba, su inquietud se centrada en pisar de nuevo las tierras del municipio Tovar, donde se hallaba asentado el pueblo de la Colonia.

Allí su vida había dado un vuelco total cuatro años atrás, cuando fue testigo de la desesperación y del miedo. En esas montañas lo perdió todo, incluyendo sus sueños y anhelos.

Por más que se esforzaba no comprendía por qué Leonel Acosta lo había hecho venir desde Londres para estar a la cabeza de esa tarea, y en esa región en especial, aún sabiendo el dolor que aquello le producía.

El hombre tenía a mucha gente en el país que podía ocuparse de esa labor, como su hermano Danilo por ejemplo, quien no perdía oportunidad para limpiar el suelo que el empresario pisaba.

—Mañana mismo viajaré a la Colonia —masculló con la mirada perdida. Si debía enfrentarse a los fantasmas del pasado, lo haría lo más pronto posible.

—¿No pasarás unos días aquí en la capital? ¿Con tu familia? —ironizó su amigo—. No se ven desde hace un año, cuando fueron a visitarte a Londres.

—No estoy de ánimo para discutir con mi madre, ni para soportar los reproches de mi hermano —confesó David con seriedad. Dejó el vaso en el mesón y se levantó de la banqueta.

—¿Sabías que mi papá me asignó como representante de la empresa para ayudarte con el trabajo? —se apresuró a decir Gonzalo—. Tendrás que soportarme por un tiempo —completó con una expresión divertida.

David mostró una media sonrisa.

—¿Irás conmigo? ¿Para qué? ¿Para correr a la capital ante la primera llamada de Sabrina?

—¡No digas idioteces! —reclamó el hombre con enfado y buscó un par de botellas de Redbull almacenadas en el interior del refrigerador—. Necesito un descanso y nuevos cuerpos qué disfrutar. Estoy harto —expresó y pasó junto a su amigo en dirección a la habitación de su novia con las bebidas revitalizantes y el hielo, que los pondrían de nuevo a punto para disfrutar del resto del día.

David sonrió por la escena, pero prefirió no hacer comentarios. Su amigo siempre hacía lo mismo.

El tiempo que estuvo en Europa recibió la visita de Gonzalo en tres ocasiones, con la intención de quedarse con él por una temporada indefinida, pero nunca pasaba más de un mes.

Enseguida hacía sus maletas y tomaba el primer vuelo hacia Venezuela cuando Sabrina lo llamaba, y lo amenazaba con conseguirse a otra pareja si no regresaba pronto.

Se adentró en la habitación sin comprender la actitud de su amigo. Ya quisiera él tener un puerto al qué llegar, alguien que lo quisiera por lo que era y no por cómo se veía o por la cantidad de dinero que tenía en sus tarjetas de crédito. Que no esperara más de lo que podía dar y no le exigiera amparándose en sus deudas.

Observó a la exuberante rubia acostada boca abajo en medio de la cama. Amanda levantó la cabeza de la almohada y sonrió con pereza, para finalmente llamarlo con un dedo dispuesta a reiniciar la acción.

David obedeció y se acercó a ella con una actitud dominante mientras repasaba con mirada hambrienta el cuerpo inmaculado de la mujer.

Se movía en un mundo en el que debía dejar en claro su poderío para sobrevivir. Al más mínimo signo de debilidad, sería aplastado como a una cucaracha.

De nuevo se olvidó de sus anhelos y se concentró en dar lo mejor de sí.

Si David León regresaba, sería para comerse al mundo, no para permitir que el mundo volviera a devorárselo a él.

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