—Rodrigo se encuentra en el salón —respondió Tamara con incomodidad—, pero no lo molestes, está reunido con los alemanes —advirtió.—Pero necesito hablar con él sobre… —expresó Jimena con ansiedad.No obstante, la mirada amenazante que le dirigió Tamara la silenció.—Vamos —la aupó David, quien estaba a punto de estallar por la ira.Odiaba que la trataran de aquella manera.La tomó por la cintura y la empujó hacia el interior del hogar. Si no hacía algo, terminaría entablando una absurda discusión con aquella gente.Salieron de la terraza y atravesaron una puerta francesa construida en madera y vidrio labrado, para entrar en una sala amueblada con sofás de tapicería marrón apostados sobre una alfombra de pelo corto.Adentro la calidez era tan reconfortante que el nerviosismo de ambos pudo ser aplacado como por arte de magia.En un costado de la habitación, frente a la chimenea de ladrillos, se hallaba el sujeto que Jimena había estado buscado con tanto ahínco.El hombre les daba la es
En el interior de la posada, Rodrigo Luna sentó en uno de los sofás de la sala a su hija, para luego ubicarse junto a ella. Con sus movimientos bruscos evidenciaba su enfado.—¿Dónde y cuándo conociste a ese sujeto? —preguntó con severidad y sin mirar a la cara a Jimena.Estaba ocupado sacando su teléfono móvil del bolsillo de su pantalón y activando la mensajería de texto.—Trabaja frente a la casa y fue esta mañana a hablar con Tomás sobre los terrenos. —La chica respiró hondo mientras un dolor lacerante le comprimía el pecho. Se sentía exhausta, confusa y enfurecida. Tanta mescolanza de sentimientos le impedían pensar con claridad—. Tuve una discusión con Tomás y al enterarme que él venía hacia el pueblo, le pedí que me trajera para buscarte —expresó y buscó la mirada escurridiza de su padre con la ansiedad represada en las pupilas en forma de lágrimas. A Rodrigo no parecía interesarle lo que le contaba, estaba atento a lo que escribía en su teléfono—. Dijiste que me llamarías anoc
Una hora después, Jimena entraba en su habitación con los hombros caídos. Le dolían los huesos, tenía frío, cansancio y miedo.Sin embargo, nada de eso resultaba suficiente para que decidiera lanzarse sobre el colchón a desahogar las penas con el llanto.Estaba tan agotada que no tenía ánimos ni para llorar.—Mamá, ¿qué abrías hecho tú en mi lugar? —preguntó al aire.Se sentó en el borde de la cama y miró los alrededores como si en ellos escondieran las respuestas. De esa forma detalló los adornos ubicados sobre las repisas, las fotografías (casi todas de ella) y las tablitas con imágenes de santos acompañadas de mensajes fortificantes colgadas de las paredes.Su inspección se detuvo en un gran rosario de madera atornillado a la pared, encima del cabecero de la cama. Era lo primero que se divisaba al abrir la puerta. Su madre en vida había sido una gran devota, rezaba a diario a la Virgen del Carmen, quien decían que amparaba las causas difíciles.El objeto estaba conformado por cuent
Sentado en la terraza de la cabaña donde se alojaba, David se esforzaba por concentrarse en el trabajo.Intentaba teclear un informe sobre la situación de las propiedades que ese día había visitado. El frío se intensificaba a medida que se extinguía la tarde.Aunque a él le gustaba pasar las horas en medio de la naturaleza y no encerrado en la casa. Esperaba que la calma y el suave ulular del viento le despejara la mente de amargos recuerdos.Pero lo cierto era que no podía dejar de pensar en Jimena y en su peculiar familia, sobre todo, en Mariano Lozada, quien una vez había sido su mejor amigo.—Cómo me gustaría estar allá arriba, en el cielo —rememoró una de las tantas conversaciones que había tenido con Mariano cuando ambos se hallaban recostados en el suelo de la azotea del edificio donde se residenciaban en la universidad.Bebían cerveza y miraban las estrellas mientras escuchaban a Pink Floyd.En ese momento sonaba la parte más enérgica del tema The great gig in the sky, que ase
Jimena entró en la cocina con intención de pasar un rato con Malena y sacarle algo de información, pero se cohibió al encontrar a un hombre robusto, de mediana edad y piel trigueña sentado a la mesa, comiendo con gusto de un plato de guiso ubicado frente a él.Después de saludar se percató que había un segundo hombre en la cocina. Se trataba de un joven de unos dieciocho años, delgado, blanco, de nariz recta y cabellos negros algo encrespados, quien engullía con afán una banana parado a un costado de la encimera cerca de la puerta que daba al patio trasero.—Caramba, tú debes la señorita Jimena —expresó el sujeto sentado en la mesa. Dejó la comida para levantarse y ofrecerle una mano a la chica. Ella la estrechó como saludo.—Sí, lo soy.—Yo soy Guillermo Aurelio Torrecillas —se presentó, al tiempo que sacudía con energía la mano de la joven—, pero puede llamarme Goyo, así me conocen en cada rincón de esta región.Jimena sonrió. Aquel era el esposo de Malena que aún no había conocido.
El viernes, al llegar a su cabaña luego de culminar el trabajo en uno de los terrenos que evaluaba, David se marchó con la excusa de hacerle una visita a Elías Hamed.En realidad, quería huir por unas horas de las invasoras que tenía en su casa: Amanda Dietrich y su amiga Sabrina Landaeta, quienes fueron a la Colonia Tovar dispuestas a organizar una fiesta en la región para disfrutar de sus vacaciones.Amanda se instaló en su hogar sin siquiera preguntarle si podía hacerlo y se alió con Dayana Luna Sartori para programar cada día salidas y reuniones.La paz se esfumó de su lado sin esperanzas de regresar pronto. David tuvo que morderse la lengua y recibirla con una sonrisa en los labios. No podía mostrarse vulnerable ante nadie.Cumpliría al pie de la letra su función en las propiedades asignadas a su cargo y en la cama junto a ella, pero comenzaba a hartarse de actuar como si fuera otra persona. Necesitaba un respiro.Decidió ir esa tarde al negocio de turismo para obtener un instant
Al regresar a su casa se topó con una visita no esperada. En la entrada estaba aparcado el auto de su padre.Corrió al interior, pero solo llegó al porche. El hombre ya salía acompañado de un sujeto vestido de traje y con unos poblados bigotes acentuados en su rostro delgado. Se trataba de su abogado Douglas Herrera.Malena los seguía de cerca, con el rostro ajado por el enojo.—¡Papá! —lo saludó al llegar junto a él.El hombre la tomó por el codo y la apartó hacia un rincón del jardín con rudeza, para hablar con ella de manera confidencial.—Le dejé a Tomás Reyes una propuesta muy jugosa —le notificó y lanzó una mirada precavida hacia Malena, que se había quedado junto al abogado en medio del jardín y miraba la escena con desconfianza.—¿Una propuesta?—No podemos permitir que se niegue. Si firma hoy mismo, mañana dejará la casa.Jimena arrugó el ceño, ¿con quién pensaba Rodrigo Luna que trataba?Tomás Reyes no parecía ser un hombre que se vendiera por unas pocas monedas.—No creo qu
El cielo estaba cubierto por una espesa capa de nubes grises, tan apretadas entre sí que parecían gruesas motas de algodón amontonadas dentro de un recipiente estrecho.Cada cierto tiempo podían divisarse rayos surcándolas. El sonido atronador que los acompañaba le erizaba la piel a Jimena. Nunca había temido a una tormenta, pero vivirlas en aquel lugar era diferente.La casa estaba ubicada en la cima de una colina. El horizonte despejado a su alrededor permitía el avance indetenible del viento que se estrellaba contra los cristales de las ventanas cerradas haciendo estremecer las bisagras.«Esta casa es tan resistente como un poderoso rascacielos», comentó Malena para tranquilizarla antes de encerrarse en su habitación con Goyo.Ninguno de ellos estaba inquieto por la pronta llegada de la tormenta. Llevaban años en ese hogar y atravesaban situaciones similares cada año, o tal vez, peores. Pero para ella era una experiencia nueva que superaba sus expectativas.Resignada a no dormir es